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La imprescindible subida de impuestos (y 2)
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Juan Carlos Escudier

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La imprescindible subida de impuestos (y 2)

Decíamos ayer, o sea la semana pasada, que las decisiones fiscales tomadas por Zapatero en sus más de cinco años en el poder habían resultado entre

Decíamos ayer, o sea la semana pasada, que las decisiones fiscales tomadas por Zapatero en sus más de cinco años en el poder habían resultado entre erradas y extemporáneas, tirando a irracionales. Sujeta al capricho presidencial, la política tributaria ha carecido en este tiempo de cualquier criterio. Igual se bajaba el IRPF para demostrar que no sólo el PP sabía hacerlo y porque, al parecer, era de izquierdas, que se suprimía otro, el del Patrimonio, para que Tomás Gómez, la apuesta socialista por Madrid, sacara pecho ante Esperanza Aguirre. Se hicieron capas con sayos. La deducción de los 400 euros podía ser un día una merecida pedrea electoral para el esforzado contribuyente y, al siguiente, convertirse en la medida estrella en el combate contra la crisis, llamada entonces desaceleración. Ya con la hucha vacía y en pleno desvarío, se argumentó que subir los impuestos indirectos –los que pagan por igual el rico que el menesteroso- también era progresista, porque al tratarse del tabaco y de la gasolina, elevando su precio se velaba por la salud y por el medio ambiente. Aquí, como se ve, ha valido todo.

Decíamos ayer, o sea la semana pasada, que las decisiones fiscales tomadas por Zapatero en sus más de cinco años en el poder habían resultado entre erradas y extemporáneas, tirando a irracionales. Sujeta al capricho presidencial, la política tributaria ha carecido en este tiempo de cualquier criterio. Igual se bajaba el IRPF para demostrar que no sólo el PP sabía hacerlo y porque, al parecer, era de izquierdas, que se suprimía otro, el del Patrimonio, para que Tomás Gómez, la apuesta socialista por Madrid, sacara pecho ante Esperanza Aguirre. Se hicieron capas con sayos. La deducción de los 400 euros podía ser un día una merecida pedrea electoral para el esforzado contribuyente y, al siguiente, convertirse en la medida estrella en el combate contra la crisis, llamada entonces desaceleración. Ya con la hucha vacía y en pleno desvarío, se argumentó que subir los impuestos indirectos –los que pagan por igual el rico que el menesteroso- también era progresista, porque al tratarse del tabaco y de la gasolina, elevando su precio se velaba por la salud y por el medio ambiente. Aquí, como se ve, ha valido todo.