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Manifiesto a favor de los 'indignados' y de la democracia
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Juan Carlos Escudier

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Manifiesto a favor de los 'indignados' y de la democracia

Nadie les tomó en serio hasta que el 15 de mayo empezaron por miles a levantar las manos y a tomar las plazas de media España.

Nadie les tomó en serio hasta que el 15 de mayo empezaron por miles a levantar las manos y a tomar las plazas de media España. Si entonces nuestros dirigentes no entendieron nada, hoy siguen sin percatarse de que lo que está en marcha es un movimiento regeneracionista que por primera vez en la historia avanza de abajo a arriba, y que no sólo ha desenmascarado la gigantesca mentira en la que la crisis nos había instalado, sino que ha dado voz a una ciudadanía que, al fin, encuentra un cauce para decir basta. A los indignados les mueve una fuera poderosa, que no es otra que la de saber que llevan razón, y pregonan que es una vergüenza que quienes han causado esta bancarrota global se permitan dictar sacrificios a los demás. La sociedad, hasta ahora adormecida, se ha desperezado y asiente.

Una y otra vez han fracasado quienes trataban de catalogarlos. Se dijo primero que eran antisistema, como si los cambios que proponen no fueran la prueba del nueve de su compromiso con el sistema mismo. ¿Cómo definir entonces a los banqueros, que han llevado al capitalismo al borde del abismo, o a los partidos que tapan por norma la corrupción de los suyos, cuestionan las decisiones de las altas magistraturas del Estado o se pasan por el forro la división de poderes? ¿Quiénes son, en realidad, los antisistema?

Con la bandera de una nueva ley electoral, a través de las redes sociales o en esas asambleas que a diario han demostrado que era falso el desinterés de los jóvenes por la política, han ido desgranando un ambicioso programa de reformas que, a diferencia de las del Gobierno, no están hechas para complacer a los mercados sino para apretar las tuercas a los intocables. No aceptan el mensaje de que debemos resignarnos al paro, al recorte de derechos y a los desahucios, mientras los verdaderos responsables del cataclismo, lejos de apearse de sus bonus multimillonarios, los incrementan.

Si algo sobra a sus demandas es sentido común: piden cosas tan revolucionarias como que se prohíban los rescates de bancos, que se eliminen las SICAV, que se aumente los impuestos a las grandes fortunas, que se sancione a los especuladores, que se reparta el trabajo para combatir el paro, que no se prolongue la edad de jubilación mientras el 50% de los jóvenes están desempleados, que la entrega de la vivienda sirva para saldar la hipoteca o que se expropie y se ponga en alquiler el stock de viviendas construidas y desocupadas. Pero también exigen que el Poder Judicial sea independiente y no esté politizado, que se destierre de la vida pública a los corruptos o que se deje de subvencionar a partidos y sindicatos.

Algunas de sus ideas son auténticas inyecciones de hierro en una democracia anémica. Entienden que esa misma Red que utilizan en sus movilizaciones es la que permitiría a los ciudadanos pronunciarse en tiempo real sobre decisiones que afectan de lleno a sus vidas. ¿Por qué va a ser posible retratarse ante Hacienda por Internet y no lo es que, por ese mismo medio, los ciudadanos sean consultados sobre la reforma laboral? ¿Hasta cuándo se va a seguir con la cantinela de que la democracia directa es lenta y cara? ¿Es legítimo gobernar a sabiendas contra el criterio de los gobernados?

La sorpresa de estos dirigentes ciegos y sordos fue descubrir que lo que daban por muerto y enterrado no sólo estaba vivo sino que seguía creciendo

Al no poder encasillarlo y mucho menos manipularlo, el desdén de los dos grandes partidos por el movimiento se ha hecho cada vez más evidente. La derecha abandonó su idea inicial de que todo era un montaje de Rubalcaba para alterar el resultado de las elecciones municipales y autonómicas, para concluir que los indignados son una chusma que lo pone todo perdido. Los socialistas habían expresado sus simpatías -Zapatero llegó a decir que con 25 años él habría sido uno de los acampados en la Puerta del Sol- hasta que se han percatado de que la imagen que ven al mirarse en el espejo de los indignados es grotesca. En lo que ambas fuerzas coinciden es en su sordera y en pensar erróneamente que lo que creían un suflé terminaría cayendo.

Eso fue exactamente su idea cuando concluyó la acampada de Madrid, que se convirtió en un faro a seguir en todo el mundo, desde París a Atenas. Sorprendió su organización y un civismo activo que llevaba a suspender las asambleas a medianoche para no alterar el descanso de los vecinos. En Barcelona, los jóvenes respondieron a su apaleamiento, limpiando la plaza de Cataluña. La sorpresa de estos dirigentes ciegos y sordos fue descubrir que lo que daban por muerto y enterrado no sólo estaba vivo sino que seguía creciendo.

Y entonces quienes fingieron indignarse mucho fueron los políticos. Se indignó Gallardón porque le abuchearon cuando sacaba a pasear al perro -impedir la micción de un perro es un acto inhumano- y no dejaban dormir a su familia, algo que la igualaba a los miles de vecinos que durante años no pudieron conciliar el sueño por sus obras de la M-30 en turnos de 24 horas. Y después llegaron los sucesos de Barcelona en el que la injustificable violencia de algunos incontrolados les ha permitido presentarse como mártires de la democracia representativa. Siendo impresentables los insultos, los zarandeos y los escupitajos, el balance de esas “feroces ganas de batalla campal” de los concentrados, en palabras del pacífico consejero de Interior de las Generalitat, Felipe Puig, fue el siguiente: ningún diputado catalán tuvo que lamentar ni siquiera un hematoma.

Será difícil que la campaña de descrédito que se ha iniciado contra el movimiento dé sus frutos porque ni es verdad que la violencia esté en sus genes ni es un medio necesario para sus fines. El 15-M no niega la política sino que la sublima, al tiempo que constata que hay una manera de profundizar en la democracia más allá del acto de depositar una papeleta en la urna cada cuatro años. Hay una insurrección en marcha para que todos los votos valgan lo mismo y no sean cheques en blanco.

Los indignados celebran este domingo una protesta contra el pacto del euro, por el que se solemniza el desmantelamiento del Estado del Bienestar y se salvaguardan lo intereses de quienes han conducido a muchos pueblos al matadero. Tendrán réplicas en toda Europa, donde la llama está convirtiendo en cenizas la resignación que antes acompañaba a los recortes. Allí nos vemos.

Nadie les tomó en serio hasta que el 15 de mayo empezaron por miles a levantar las manos y a tomar las plazas de media España. Si entonces nuestros dirigentes no entendieron nada, hoy siguen sin percatarse de que lo que está en marcha es un movimiento regeneracionista que por primera vez en la historia avanza de abajo a arriba, y que no sólo ha desenmascarado la gigantesca mentira en la que la crisis nos había instalado, sino que ha dado voz a una ciudadanía que, al fin, encuentra un cauce para decir basta. A los indignados les mueve una fuera poderosa, que no es otra que la de saber que llevan razón, y pregonan que es una vergüenza que quienes han causado esta bancarrota global se permitan dictar sacrificios a los demás. La sociedad, hasta ahora adormecida, se ha desperezado y asiente.

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