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Julio Iglesias está resfriado
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Agustín Rivera

Tinta de Verano

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Julio Iglesias está resfriado

La voz rota, como afónico, en medio de sonido demencial, de feria de Regional Preferente coqueteando con el descenso. Frank Sinatra está resfriado, tituló Gay Talese

La voz rota, como afónico, en medio de sonido demencial, de feria de Regional Preferente coqueteando con el descenso. Frank Sinatra está resfriado, tituló Gay Talese en Esquire (abril de 1966). Julio Iglesias no sufría síntomas gripales, pero lo grave es que lo parecía. Llegó a La Malagueta, la plaza de toros de Málaga, apenas cinco horas después que el Parlament prohibiera la fiesta en Cataluña. Deseaba convertir esta actuación (asistieron 7.000 personas, 200 entradas sin vender) en la más sobresaliente del verano. Lo intentó. No lo consiguió. Ni de lejos.

Alfonso de Salas busca las entradas. El ex presidente de Unidad Editorial, ahora mandamás de El Economista, ofrece al reportero señales de su amistad con Iglesias: “Es socio de mi bodega”, confirma. De Salas, como el empresario Pedro Trapote, Gunilla Von Bismarck o Nuria Fergó, acceden al coso por la puerta Vip, la número 4. La Puerta Grande de la plaza, también llamada Manolo Segura. Mocito feliz, ese individuo gordinflón que ofrece ¿simpatía?, da la bienvenida a esta cala de famosos. No acoquina los ciento y pico euros (195 la más cara, 48 la más barata) para ver el concierto en el ruedo. Los gráficos están hartos de que chupe cámara sin parar.

El escenario de la gira Starry Night, el título de su tercer álbum en inglés (1990), se sitúa en el lado Este del albero. Diminutas linternas amarillas, rosas y verdes sustituyen a los mecheros. Con diez minutos de retraso, apagan las luces. Julio Iglesias canta. Mejor escrito, lo intenta. Los altavoces están cascados. Con los sonidos agudos no hay problemas. Los graves y los medios se han esfumado. “La prueba de voz se hace en vacío, cuando entran 7.000 personas, el público absorbe más de la mitad del sonido. Como no es estridente en su música, no va a meter toda la caña. Hace falta que el técnico ajuste los volúmenes. A la cuarta no hubo más quejas”.  Se siguió oyendo mal.

Cuando toma el micrófono (en todo momento con la mano izquierda), cierra siempre los ojos, como si rezara en un monasterio cartujo. “Buenas noches, Málaga; buenas noches, España. Parece que hace dos siglos que no cantaba en mi Málaga queridísima”. La última vez fue en 1989. Teresa, una granadina que ejerce de espontánea, le regala un ramo de flores. “¿Has venido con tu marido?”, pregunta. Ella se queda 20 segundos al lado del escenario. Julio la invita a despedirse. Teresa no se decide. Suena duro, pero lo pronunció exactamente así: “Te puedes ir a casa”.

Miranda Rinjsburguer y sus hijos (en la fila 22) escuchan más piropos localistas. “Aquí he pasado momentos inolvidables”. Los murmullos se transforman en gritos. “¿Se escucha bien?”, interroga. “¡¡¡No!!!”, contestan en el gallinero. Suben el sonido. Juega con el botellín de agua mineral. “A ver, Málaga; a ver, Andalucía”.

Carolina, colombiana, de 20 años, de pinta alegre y superpop, es una de las tres chicas del coro. Otra es brasileña. La de en medio, que guarda un similar parecido a la estrella de televisión Oprah Winfrey, es estadounidense y actuó el martes, saliendo desde el público, en el concierto de Bobby Mcferrin en el teatro Cervantes. Trabajando al mediodía en un asador de pollos de Écija tendría más fresquito: luce un vestido de terciopelo rematado con mangas largas.

“Sobran la mitad de los músicos”

Julio Iglesias, que llegó a la plaza a las 16.30 horas para ensayar, se quita la chaqueta. Lleva un chaleco oscuro, al igual que su traje. No conserva moreno de Punta Cana, ni de Miami vice. En Ojén lo ha tomado, pero no tanto como el que lucía en las fotos promocionales de los noventa “¡Qué calor hace!”. Otro sorbo de agua mineral. La compañera periodista apunta: “Sobran la mitad de los músicos”.

Anima a bailar, se coloca la mano en plan Napoleón Bonaparte. Canta muy poco. Ahora habla. Recuerda a la selección española de fútbol, Rafa Nadal, Jorge Lorenzo, Dani Pedrosa, Alberto Contador, Fernando Alonso, el equipo de baloncesto y “todo lo español”. Otra vez la orgía de exclamaciones: “¡Campeones, campeones! ¡Oe, oe, oe!”, grita el público. Y él apostilla: “Nuestro país tiene resonancia en el mundo entero y eso nos hace profundamente grandes”.  

En el tendido 7 una chica morena traduce al inglés todo el parlamento del cantante. Su amigo le tendría que pagar como si fuera una ex superdirectiva de Lehman Brothers. Julio Iglesias estira, estira y estiraaaa su discurso. Glorifica al tango. “Es como hacer el amor de pie”. “Muchos periodistas titularán así mañana”, vaticina. Una señora apunta sin tapujos: “¿Por qué no me lo hace a mí? [¿el amor? ¿por qué lo llama así cuando quiere decir sexo?]”.

Bromeó con su edad. Ahora 49, luego 51. No alcanzó los 60. Y eso que ya roza los 70 (en septiembre cumple 67). El otoño del seductor, como relató David Gistau en la crónica del concierto-cena del hotel Las Dunas de Estepona de agosto de 2008. Surgió el nombre del padre, el doctor Julio Iglesias Puga, secuestrado por ETA en diciembre de 1981. Papuchi, como le bautizó la prensa cardiaca, le acompañaba por la Alameda y la calle Larios de Málaga. También por la playa de La Carihuela (Torremolinos). Iglesias hijo con bastón y soñando con esa “gota de ánimo” que le quedó cuando el prometedor portero del Real Madrid se recuperaba de una lesión gravísima que le cortó de raíz el triunfo en la hierba del Bernabéu. Aún sufre las secuelas (continuos dolores de espalda).

“Me ha defraudado”

Hace 17 años Alicia Arias acababa de dar a luz a su hija. Su pasión melódica no le impidió dar el pecho al bebé e irse corriendo al concierto de Julio, donde jamás faltan los clásicos Manuela o De niña a mujer, esas canciones que rememoran vinilos de la infancia compartidos con abuelos, padres, titas y primos. “El sonido es malo, parece que está ronco; arriba no se oye nada”, admite, tras expresar el disgusto a sus compañeras de cuarto de baño. Arias ha acudido a 12 actuaciones del cantante y refleja que esta es “la peor”. “Me ha defraudado”, remata. Su hija le toma el brazo, como si le recriminara que hablara con el periodista, y se van de nuevo la dos al tendido. De la misma opinión que Alicia son las treintañeras Patricia y Mónica, aunque enseguida lo olvidan: “Nos vamos, que está sonando ¡Me va, me va, me va!”.

Antes del final está a medio segundo de mojarse en política: “Las crisis son nuestras y nosotros las arreglamos”. Ahora en italiano y luego en inglés (“me han recomendado que no lo haga mucho”) una versión de Always on my mind (original de Elvis Presley, aunque quien la resucitó fueron los chicos de la tienda de animales domésticos, los Pet Shop Boys). Interpreta La vida sigue igual (con esta pieza ganó el Festival de Benidorm) y Agua dulce, agua salá.

A las 11.45 da las gracias. Y como le siguen gustando las mujeres (no paró de mirar las curvas de la dulce Carolina) y el vino (le chifla también la ensaladilla rusa del restaurante Frutos de Los Álamos), acaba con Soy un truhán, soy un señor. Se quita la corbata. Encienden las luces. Son las 12 de la noche. Ni un triste bis. Apunto frases del público: “Que salga aquí con el bombero torero para divertirnos”. Otras van a lo suyo: “Espérate, gordi, que vamos a ver salir a los famosos”.

Un amigo que fue al concierto porque su mujer es fan convencida de Julio me regala titulares para la Tinta: “Canta con gramola”. “Julio Iglesias canta en mono, se le olvidó el estéreo”. “Cállate, a mí me gusta porque es un artista, español y taurino. Tiene una elegancia y un carisma…”, responde su esposa. Tras saludar a políticos y otros personajes, salió a las 1.15 horas en una ranchera familiar negra matrícula de Miami. No la conducía. Iba de copiloto. Se despidió con besos. Cincuenta personas le esperaban.

Ya en su finca Ojén y tras rechazar la habitación reservada en el hotel Málaga Palacio, brindó junto a un ejército de asesores, nannys y amigos de la Costa con un vino pata negra. Como Sinatra, con quien cantó en 1986 en Palm Springs (California), Julio Iglesias está resfriado.

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La voz rota, como afónico, en medio de sonido demencial, de feria de Regional Preferente coqueteando con el descenso. Frank Sinatra está resfriado, tituló Gay Talese en Esquire (abril de 1966). Julio Iglesias no sufría síntomas gripales, pero lo grave es que lo parecía. Llegó a La Malagueta, la plaza de toros de Málaga, apenas cinco horas después que el Parlament prohibiera la fiesta en Cataluña. Deseaba convertir esta actuación (asistieron 7.000 personas, 200 entradas sin vender) en la más sobresaliente del verano. Lo intentó. No lo consiguió. Ni de lejos.

Frank Sinatra Málaga