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Manuel Alcántara: retrato íntimo del decano del articulismo español
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Agustín Rivera

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Manuel Alcántara: retrato íntimo del decano del articulismo español

Noctámbulo irredento, si no hay combate de boxeo en Marca TV lee horas y horas en ese tiempo murciélago de silencio. Alcántara disfruta de la conversación y de la amistad

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Manuel Alcántara se levanta sobre las 12, siempre nueve horas después de haberse acostado. Se afeita despacio, con maquinilla eléctrica. Un desayuno frugal y ya están ahí, esperándole los periódicos (cuatro nacionales y dos o tres locales) mientras enciende la jornada en su casa malagueña de Rincón de la Victoria.

Por velocidad mental y memoria no le calcularían más de 30 a este joven de 83 años. Se acuerda de poemas enteros. También de alineaciones de equipos de fútbol de todos los tiempos y naciones. Y es capaz de acertar en qué minuto de qué asalto venció por KO un boxeador. Alcántara es el decano del columnismo español.

Lleva 53 temporadas escribiendo sin interrupción en periódicos y ha ganado los más reputados galardones: es Premio Nacional de Literatura y en periodismo logró el Mariano de Cavia, González Ruano, Luca de Tena… Lleva publicados casi 20.000 artículos y ahora traza su escritura creativa en los diarios regionales de Vocento. En agosto tampoco descansa. Junto a Ignacio Camacho, de ABC, es el único articulista de proyección nacional que publica todos los días del año.

En el cuarto piso de su vivienda del Rincón –el aire acondicionado lleva unos días dando la lata– el mar protagoniza una soledad sonora por el murmullo del oleaje. Teclea desde su guarida (escoltado por la biblioteca de poesía situada detrás de su escritorio), y gira la cabeza a la izquierda y ahí está el Mediterráneo. En Madrid vivió 50 años y hubo veces que conducía su coche -aparcado cerca de su casa del Paseo de la Florida o del piso que aún conserva de la calle General Moscardó- para recorrer 540 kilómetros sólo para otear el horizonte sureño y volverse enseguida a la capital.

Estos días de verano está leyendo el Holocausto español de Paul Preston y un ensayo del filósofo Nietzsche. En su mesita de noche hay cordilleras de volúmenes esperando con paciencia su turno. Si fuera libro, Alcántara no aguantaría la cola. Las detesta. Tampoco le apasionan los subterráneos y aparcamientos bajo superficie: le recuerdan a la Guerra Civil, que sufrió de niño. Él nació en Málaga, en 1928.

El “cuchillo disuelto” del Dry-Martini

Noctámbulo irredento, si no hay combate de boxeo en Marca TV lee horas y horas en ese tiempo murciélago de silencio. Alcántara disfruta de la conversación y de la amistad. Ecléctico con el alcohol (“Me gusta hasta el Anís del Mono”, bromea) con un Gin-tonic en la mano (“He sido y soy un gran bebedor, pero jamás he estado borracho”, precisa) o un Dry-martini (lo definió como “un cuchillo disuelto”) cuenta anécdotas y rayos poéticos que no cesan de Miguel Hernández o Quevedo; cita frases de epitafio, no al libre albedrío, sino aportando un matiz diferente, un giro inesperado, quizá de humor, que ilumina la charla. Cuando arropa al amigo cabizbajo ésta es una de sus favoritas: “Rilke dijo: ‘Sobreponerse es todo’”.

Los jueves suele comer con un grupo de amigos que forman una tertulia. En ese grupo hay periodistas, un poeta, un ex político, un arquitecto, varios empresarios... Ahí es el Maestro. O Manolo. Por la confianza que ya había generado con él, Manuel Jiménez le llamó varias veces “Manolo”.

- ¿No habíamos quedado que me ibas a llamar Manuel?

- Es verdad, Manolo.

- Muy bien, Manolito.

Jiménez rodaba en mayo de 2010 el documental El pésimo actor mexicano, finalista en Documenta Madrid 2011. En 52 minutos que se pasan veloces, el cineasta, director del Área Audiovisual de Novasoft, radiografía con lentes de cercanía al Alcántara persona y no al personaje. La cita fue en el María, uno de sus restaurantes-fetiche. Allí almuerza a menudo. La comida suele empezar muy puntual, a las 14 horas. “Este es uno de los pocos sitios donde siempre hay plato del día de cuchara”, avisa el articulista al comensal primerizo.

El director necesitaba un lugar donde Alcántara se sintiera a gusto. Y qué mejor que una comida en el María servida con un rioja Cune. En la cinta, sentados en la mesa, se oyen las voces de su nieta Marina Maier Alcántara y David Navas, responsables del timón diario de la Fundación Manuel Alcántara. “¿Ha salido bien el jamón? ¿Te gustan los huevos rotos?”, pregunta Alcántara a Enrique, el maître. Después se interroga sobre la edad: “¿Qué más da tener 80, 90…? Salen de pronto los centenarios en los periódicos y siempre dan asco verlos. No estamos diseñados para vivir 100 años, aunque se dice que en el futuro sí. Todo el mundo muere joven. Los malogrados tienen buena prensa”. Llegado a este punto Alcántara soltaría otra de sus sentencias favoritas: “Marcel Proust decía sobre el que acababa de morir: ‘El tiempo ha huido de él”.

La “putada” del alzheimer

En el documental se habla -sin citar el nombre de Paula- de la enfermedad que asoló a su mujer, Paula Sacristán. ”La memoria deforma, añade y agranda… Lo que está claro es que una persona que haya perdido la memoria por enfermedad está muerta… No está muerta porque puede comer y hablar. Yo eso desgraciadamente, en la época más triste de mi vida, lo he tenido muy cerca y es como si a una pizarra le hubieran pasado un trapo húmedo y lo olvida todo una persona llena de vitalidad. El alzheimer es una putada, palabra que nunca empleó San Juan de la Cruz, pero hay que emplearla de vez en cuando”.

A las 16 o máximo 16.15 horas suele dar por concluido el almuerzo. A esa hora toma un taxi hasta su casa. Ya con el título en la cabeza, empieza a escribir en su Olivetti verde. Su gran preocupación es encontrar cintas de máquina de escribir. Ya apenas existen. También reza para que no se estropee otra tecla del romántico artefacto del periodismo. En 45 minutos o máximo una hora acaba el artículo. Luego lo envía por fax. No ha utilizado jamás ordenador, no navega por Internet y tampoco usa móvil: “No estoy nada orgulloso de esto”, confiesa.

Este nulo interés –hasta el momento– por la tecnología sorprende en alguien que no ha perdido su afán curioso, ganas de aprender, de estar muy informado y de cultivar la relación con personas más jóvenes. “No me identifico con aquellos que dicen: ‘En mis tiempos…’ Mi tiempo es todo; es el de hace 40 ó 50 años y éste también”.

Tiene dicho que antes de las 18 horas no le llamen por teléfono. Tampoco acepta visitas inesperadas. El artículo es sagrado, “la última forma de esclavitud conocida”, asegura. Si intentan localizarlo a partir de esa hora lo más probable es que el número comunique. Seguro que Alcántara habla sentado en su sofá y apuntando en su agenda una cita con un amigo o aceptando un compromiso para dar una charla o asistir a un acto. El lunes de la próxima semana ya ha quedado a comer con un veterano amigo periodista y un antiguo político. “Me llaman para decirme que no haga planes para tal día, y como vienen de Madrid a pasar por Málaga unos días no me puedo negar”.

José Luis Garci siempre llama en el descanso

Cuando se desplaza a la capital le acompaña su hija Lola Alcántara, profesora de Ciencias de la Educación en la Universidad de Málaga, y que pintaba curiosos cuadros naif boxístico, afición que heredó de su padre. Su hogar madridí tiene siempre bien surtido el frigorífico por si en cualquier momento decide pasar allí algunos días. La máquina de escribir también ha pasado la ITV, lista para que el Maestro la use.

En el salón con vistas a un jardín comunitario lleno de hortensias guarda una de las mejores bibliotecas personales del boxeo. Al igual que su casa de Málaga, el pasillo está repleto de marcos de recortes de prensa y fotografías en blanco y negro, algunas dedicadas, con poetas como Neruda o Alberti e imprescindibles como César González Ruano o Fernando Vadillo.

Los domingos por la tarde planifica la siguiente semana. Y esos domingos son sus favoritos. O los sábados por la noche. O los miércoles de Champions. Si retransmiten un partido de fútbol por televisión no sale de casa. Y siempre se cumple una tradición: le llama su íntimo amigo José Luis Garci en el descanso de los combates futboleros para debatir si Messi continúa pletórico de forma o si Casillas ha parado ya dos goles seguros. “El fútbol me distrae mucho”, avisa. Ahora y siempre.

Le gusta mucho el balompié, pero sobre todo le fascina el boxeo. Durante 11 años (1967-1978) fue cronista titular de boxeo del diario Marca. Él cubrió la Edad de Oro de este deporte, la etapa de los grandes campeones. En el Rincón de la Victoria conserva el batín celeste que le regaló José Legrá y guarda, como un tesoro, un ejemplar del libro Del boxeo, de Joyce Carol Oates, acaso el mejor ensayo sobre el pugilismo que jamás se haya escrito: lo aseveró Norman Mailer.

En el poema Amanecer escribió: "Una vez más reaparece el día de ayer, ya dado por muerto y por enterrado. Otra vez desaparece el silencio y me amanece…". Son las 12 y Alcántara se levanta solo. Ahí están de nuevo los periódicos. Ya ha pensado el título. Hoy le esperan, como aquel día de mayo del año pasado, en el María. “¿Qué tenemos hoy?”. Alcántara se podría contestar él mismo: sirviendo un artículo de humor elegante trufado con ironía y un par de metáforas; y como remate eléctricos juegos de palabras.

Manuel Alcántara se levanta sobre las 12, siempre nueve horas después de haberse acostado. Se afeita despacio, con maquinilla eléctrica. Un desayuno frugal y ya están ahí, esperándole los periódicos (cuatro nacionales y dos o tres locales) mientras enciende la jornada en su casa malagueña de Rincón de la Victoria.