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Conde Rudi: el guardián de los secretos del Marbella Club
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Agustín Rivera

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Conde Rudi: el guardián de los secretos del Marbella Club

Con lo puesto, huyeron del castillo familiar de Glauchau (Sajonia, Alemania) por la puerta de atrás, mientras el temible ejército de Stalin entraba por la fachada

Foto:  Rudolf Graf von Schönburg, más conocido como el conde Rudi. (A. Rivera)
Rudolf Graf von Schönburg, más conocido como el conde Rudi. (A. Rivera)

Con lo puesto, huyeron del castillo familiar de Glauchau (Sajonia, Alemania) por la puerta de atrás, mientras el temible ejército de Stalin entraba por la fachada principal. Tenían que llegar muy rápido a la parte occidental de Alemania. El Conde Rudi, el segundo de ocho hermanos, de 12 años, llevaba las riendas de uno de los coches de caballos. Los enemigos eran los rusos. Un puente, ya controlado por los americanos, y no muy lejos del castillo, les ayudó, pero faltarían 800 kilómetros hasta sentirse libres de modo definitivo.

“Fue como un Western, absolutamente”, recuerda Rudolf Graf von Schönburg, más conocido como el conde Rudi, de 80 años, que se acaba de quitar el elegante sombrero de paja al iniciar la entrevista. Ahora se alegra de los rusos: se han convertido en uno de los grupos de clientes más selectos. “Agradezco que me quitaran todo porque si nonunca hubiera llegado a Andalucía, donde vivo completamente feliz”, apunta el asesor estrella, representante de la actual propiedad, y ejecutor de la idea del Marbella Club, el oasis ideado y creado por su primo, el príncipe Alfonso de Hohenlohe, a finales de la década de los cincuenta. El germen de la Milla de Oro.

Una vida rodeada de belleza, estilo y ocio recibió como prólogo esta aventura vital de mayo de 1945. Su padre (en ese momento no lo sabía su familia) hacía un mes que había muerto en la guerra.Su tío le aceptó como a un hijo y quería que se convirtiera en banquero. La madre deseaba para Rudi un futuro en la carrera diplomática, pero no quería “ni trabajar con billetes, ni enfadarme con los Gobiernos”, así que entró en la prestigiosa Escuela de Hostelería de Lausana (Suiza), la misma donde estudió Federico, su hijo, ahora director de recepción del hotel Savoy de Londres.

placeholder Vista de la fachada de Marbella Club.

Tras sus estudios, estuvo seis meses en la nómina de un hotel de Hamburgo, hasta que se cruzó Hohenlohe, que le convenció para que le acompañara en el Marbella Club. Querían convertir un cortijo andaluz en un hotel selecto, alejado de la estética del palacio de lujo, acogedor, rodeado de una vegetación admirable y el famoso microclima de Marbella, “un lugar donde la gente se pudiera reunir y encontrar a personas de la misma mentalidad, aunque eso no quiere decir que tengan el mismo dinero, edad o nacionalidad”. “Alfonso y yo”, narra, “queríamos crear un paraíso sin extravagancias en el que los clientes se sintieran como en su casa”. Raro era quien no se quedaba menos de 15 días, la mayoría se alojaba un mes y muchos en invierno.

Apabulla la nómina de clientes: Henry Ford, el creador de la mítica marca de automóviles; Edward Kennedy; Audrey Hepburn; una Ava Gardner perdidamente enamorada de Luis Miguel Dominguín; Kim Novak; James Stewart; Gina Lollobrigida… El primer gran cliente del que tienen constancia fue Merle Oberon, actriz casada con un italiano y que vivía en México. “Aquí, excepto Charles Chaplin, pasó todo el Hollywood de la época”. También la aristocracia europea y Eduardo, duque de Windsor, hermano del rey Jorge VI, que apareció con una hawaiana y bermudas en una fiesta del Beach Club ante la atónita mirada de sus compañeros de piscina, con pajarita al cuello. El duque subió rápido a cambiarse de vestuario. “Era muy simpático, un gran señor, estaba preparado no sólo para ser rey, sino  emperador británico”.

De los ‘Golden sixties’ a la corrupción

Holenlohe captaba a los huéspedes en una cacería, esquiando, en cenas de gala o en bodas en Europa o América. Persuasivo, convencía a las celebrities para que disfrutaran del Marbella Club. “Siempre tenía en la boca el nombre de Marbella”. El Conde Rudi tiene categorizadas las épocas del Marbella Club; también las asocia a las de ciudad malagueña. Los pioneros (1954-1962); los Goldensixties (1961-1970), con la mejor clientela del planeta, y los Gloriesseventies (1970-1980). La década de los 80 y hasta entrar en los 90 fue la época de los administradores.  Luego llegó el Gilismo, “con cuatro años fantásticos y elegido por un pueblo desesperado”, y acampó la corrupción que degeneró en el caso Malaya.

Ahora piensa que es una buena época. En los últimos años la propiedad encabezada por David Shamoon (fallecido este pasado mes de julio, con sus hijos ahora al frente) ha invertido 40 millones de euros en la modernización del enclave. De esta manera, han logrado no bajar los precios (la habitación más barata en temporada alta alcanza los 800 euros diarios y las villas rondan los 2.000 euros al día). “Nuestra clientela se ha rejuvenecido. Tenemos un club de niños en la antigua casa de Alfonso”, cuenta en un español perfecto con marcado acento germano. “Los discursos me salen mejor en castellano”, proclama el guardián de los secretos del hotel.

Nuestra clientela se ha rejuvenecido. Tenemos un club de niños en la antigua casa de Alfonso

 Este singular directivo hotelero, enamorado de la Semana Santa, impulsor del Colegio Alemán de Marbella, admirador de la película Pretty Woman y de la primera versión de You are my sunshine, guarda palabras de elogio para Hohenlohe (le llamó para su puesta en marcha, le envió luego a México DF y le pidió de nuevo que regresara al Marbella Club), hasta que llegó 1983. El árabe Al Midani pasó a controlar el 15% del hotel, hasta ese momento propiedad al 100% del fundador. Al Midani empezó a comprar acciones y al final se hizo con la mayoría. Le aconsejaron trabajar con grupos, pero el conde Rudi creía en un concepto del hotel individualizado, sin contar ni con agencias de viajes ni con turoperadores.

La chispa que encendió el divorcio de una década fuera del Marbella Club fue el rechazo de Rudi a que las mujeres practicaran topless(a Elisabeth Taylor le ‘cazó’ un paparazzi a pecho descubierto) en el Beach Club. “Me alegaron que era la moda en la Costa Azul, pero no lo veía correcto. Tienen que ir con una camisa para comer: no hay nada más asqueroso que esos cuerpos sudando”. En 1983 le obligaron a presentar su dimisión. Entre 1983 y 1993 Rudi trabajó para los sucesores de Adnan Kashogui en la finca La Zagaleta, una de las urbanizaciones más selectas de España.

¿No le defendió su primo ante Al Midani? Silencio. Leve sonrisa. “No”, contesta rotundo. ¿Por qué? “Esto fue la parte fea… Mucha gente me pregunta: ¿Por qué usted sigue defendiendo a Alfonso y a sus hijos todo el tiempo? Estuvimos muy unidos desde el principio. Le pregunté cómo me has vendido así y me dijo: ‘Mira, Rudi, hay que cambiar el sistema; va a ser fantástico’. Le dije que no iba a ser tan fantástico”. Y así fue. Cuando llegó Shamoon y compró el 73% de las acciones a Al Midani, Hohenlohe, que conservaba el 27%, se retiró a cultivar viñedos en Ronda. Para Rudi, los años del Al Midani coincidieron con los del bajón de Marbella. Los hijos del exdueño, que arruinaron por completo a su padre por culpa del juego, estuvieron a punto de construir en vertical en el Marbella Club. Shamoon llegó cuando estaba a punto de consumarse el desastre.

“El dinero no da la educación”

Rudi, quien en los primeros años de trabajo a tiempo completo en el Marbella Club vivió en el garaje del hotel, “una celda”, precisa con nostalgia del joven emprendedor (ahora reside en una casa con vistas al Mediterráneo junto a la clínica Buchinger, a tres minutos en coche de su hogar profesional), se crió en el sur de Alemania, una zona en la que observa paralelismos a Andalucía. “Tenemos una manera de vivir y mentalidad muy similar. Desde el principio me sentí muy bien, como si hubiera nacido aquí”, relata sentado frente a un retrato de su primo, considerado un play-boy refinado. “Él odiaba que se le denominara así”, apunta, “pero tampoco vivíamos como monjes; teníamos discreción, algo que se ha perdido”.

La chispa que encendió el divorcio de una década fuera del Marbella Club fue el rechazo de Rudi a que las mujeres practicaran topless

Tras su matrimonio en junio de 1971 con María Luisa de Prusia, prima de la Reina Sofía, madrina de su hija, recorrió América de punta a punta. A su vuelta a Marbella, el príncipe le homenajeó con una fiesta que aún se recuerda, como las “burradas”, aquellas excursiones en burro a la montaña que acababan en juergas flamencas surtidas con sangría y Cointreau y narradas por una reportera de la revista Life; o las vacas que le compraron al “señor Guerrero” para que los clientes de finales de los década de los cincuenta pudieran disfrutar de leche fresca todos los día y, por supuesto, el acento Queen’s English ya casi extinto: “El dinero no da la educación. Hoy en día cuando alguien habla un inglés precioso, distinguido, se le mira hasta raro. Eso antes era justo al revés”, lamenta Rudi, que echa de menos la presencia de los Reyes en Marbella y de más españoles en su hotel. “Muchos han dejado de venir por  imagen y ante sus empleados piensan que es un sitio de súperlujo y porque no pueden dejar sus negocios durante tanto tiempo”,

No piensa en la retirada. Espera que Dios le regale “muchos años” como asesor y consejero del Marbella Club. Se apaga la grabadora, el sombrero vuelve a su cabeza; enseña el edificio del antiguo cortijo y la primera suite, la antigua vivienda de los colonos, de esta finca llamada Santa Margarita, adquirida en 1947 por Hohenlohe. “Lo fundamental es salvar la esencia de lo que fue este hotel, no se trata de un falso Disneylandia como otros sitios que ofrecen una imagen que no es Marbella. Eso para mí es lo esencial”. Y remata: “Dicen que España está muy mal, pero al menos Marbella está como nunca”. 

Con lo puesto, huyeron del castillo familiar de Glauchau (Sajonia, Alemania) por la puerta de atrás, mientras el temible ejército de Stalin entraba por la fachada principal. Tenían que llegar muy rápido a la parte occidental de Alemania. El Conde Rudi, el segundo de ocho hermanos, de 12 años, llevaba las riendas de uno de los coches de caballos. Los enemigos eran los rusos. Un puente, ya controlado por los americanos, y no muy lejos del castillo, les ayudó, pero faltarían 800 kilómetros hasta sentirse libres de modo definitivo.

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