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Discusiones aborteras

1. A los charlistas profesionales les encantan los grandes temas. La crisis económica está dando para mucho, pero tienen siempre más momio los asuntos de la

1. A los charlistas profesionales les encantan los grandes temas. La crisis económica está dando para mucho, pero tienen siempre más momio los asuntos de la moral que, cuando caen bajo legislación, casan de maravilla con la vieja oposición religión/ciencia y todas sus derivadas. Con el aborto, por ejemplo, los charlistas no se cansan: por sus frases andan revueltos, a golpe de lectura de quinta mano, Aristóteles y Santo Tomás, Vesalio y Darwin, Platón y San Agustín. Hay quien ofrece lecciones de historia de la embriología con admirable seguridad y, si me apuran, incluso recurren a ciertas frasecillas en latín para quedar boca arriba. Pero no andan atrás, tampoco, los más modernos, que resaltan la mugre de sus opositores con historias de la intolerancia eclesiástica, tan a menudo desfiguradas por la falta de información. Aunque la lírica, luego, hace el resto, y así los malos obispos del siglo XVI nos entran al cerebro, por lo menos, con olor a vaselina. Lean, si no, la bonita lección de anatomía que hizo en su día Manuel Vicent ('La condena', El País, 15.3.09), a la que remiten ahora como criterio de autoridad una enconadas feministas ('Un recurso hipócrita a la ley de plazos', El País, 20.5.09). Así se va haciendo la ciencia.

 

2. Una de las frases más rectas que se han oído estos días pertenece a Victoria Camps: para la ciencia un feto de 13 semanas no es más que un feto de 13 semanas. Aunque es una pena que la ciencia no sepa cuándo el hombre es hombre, porque nos ahorraríamos, para ganancia de todos, ministras y exegetas a barullo. En todo caso, es lógico que las leyes deban marcar plazos, pues con ellos aseguran el funcionamiento social, lo mismo en el aborto que en la tasa de alcohol para conductores, por ejemplo. Pero en el aborto los plazos chocan con la tradición: en realidad, se trata de saber si a las 13 semanas el feto tiene ya alma o no. En nuestra sociedad el asunto es aún de importancia, y reproduce por traditio viejísimas discusiones a propósito de cuándo se infunde el alma en el cuerpo del hombre: ¿desde que hay concepción?, ¿a medio camino?, ¿cuando se sale al mundo? En España, al parecer, tenemos aún más alma que cerebro. Quizá se explique con ello, por otro lado, nuestra habitual fecundidad poética.

3. La oposición incondicional al aborto puede que nazca, pues, de una concepción anímica del hombre, tan alejada ya de la ciencia moderna. Y, por lo visto, el sustento es también de corte, si no declaradamente providencial, al menos teleológico: el hombre, como ser natural, tiene un fin, y todas y cada una de sus partes están hechas para cumplirlo. Y siguen los tópicos: la naturaleza (per se o como instrumento de Dios) es sabia y nada hace en vano, por lo que interrumpir su ciclo es casi cometer sacrilegio. La prosopopeya (de nuevo la trampa de la lírica) nos hace poner conciencia a la deriva natural e incluso le conferimos capacidad de hacer leyes. Y a menudo esas leyes, tan naturales, se contradicen con las ensoberbecidas leyes humanas, con la nefasta artificialidad de nuestra especie. De ahí que el aborto natural -espontáneo, suelen decir- sea perfectamente asumible (y en realidad beneficiosísimo), pero el artificial empiece por ser un trastorno y termine en asesinato.

4. Ahora todo consiste en plazos y supuestos, que habrán de ser muy aproximados, dada la ausencia de comprobación científica en el asunto. Tan aproximados que, en realidad, se deja camino expedito para abortar cuando se quiera. La cosa no es muy distinta a como siempre ha sucedido: quien desea abortar suele conseguirlo y, si esta vez se hace con mayor seguridad médica, mejor. Pero, ¿cuándo se desea abortar? Según se habla, pareciera que el aborto fuera un capricho, un antojito, incluso un profiláctico. Pero los datos ponen las cosas en su sitio (en este Confidencial lo ha dicho bien Carlos Sánchez, en su artículo del 20 de mayo): abortan más las inmigrantes y las pobres, y más las mayores de edad que las menores, y más las que tienen problemas físicos que descargas morales. Pero los datos no significan nada frente al fardo sentimental del hombre. Frente a su alma.

5. Los socialdemócratas, con su acostumbrado candor, señalan el aborto como derecho. Y le ponen un apellido: derecho de la mujer. El engendramiento y su carga se tienen por autónomamente femeninos, sin que el varón importe. Otra vez la consideración agravante del macho, la presunción de culpabilidad: ¿qué le importa a quien ha puesto el espermatozoide que la dueña del óvulo se cargue el invento? La opinión del padre no cuenta, y menos en la ley: sólo hay padre cuando hay niño, pues el feto únicamente tiene madre. Quien aporta la mitad genética de la criatura no dice nada hasta que la criatura respira. Y para entonces, por lo general, se le cae la baba.

*Miguel Ángel Manjarrés es profesor de la Universidad de Valladolid.

1. A los charlistas profesionales les encantan los grandes temas. La crisis económica está dando para mucho, pero tienen siempre más momio los asuntos de la moral que, cuando caen bajo legislación, casan de maravilla con la vieja oposición religión/ciencia y todas sus derivadas. Con el aborto, por ejemplo, los charlistas no se cansan: por sus frases andan revueltos, a golpe de lectura de quinta mano, Aristóteles y Santo Tomás, Vesalio y Darwin, Platón y San Agustín. Hay quien ofrece lecciones de historia de la embriología con admirable seguridad y, si me apuran, incluso recurren a ciertas frasecillas en latín para quedar boca arriba. Pero no andan atrás, tampoco, los más modernos, que resaltan la mugre de sus opositores con historias de la intolerancia eclesiástica, tan a menudo desfiguradas por la falta de información. Aunque la lírica, luego, hace el resto, y así los malos obispos del siglo XVI nos entran al cerebro, por lo menos, con olor a vaselina. Lean, si no, la bonita lección de anatomía que hizo en su día Manuel Vicent ('La condena', El País, 15.3.09), a la que remiten ahora como criterio de autoridad una enconadas feministas ('Un recurso hipócrita a la ley de plazos', El País, 20.5.09). Así se va haciendo la ciencia.

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