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La Europa de González, Aznar y Zapatero
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La Europa de González, Aznar y Zapatero

Cuando el próximo domingo conozcamos los resultados de las elecciones al Parlamento europeo, comprobaremos que Europa no motiva, no acaba de enganchar. Nos enganchó durante unos

Cuando el próximo domingo conozcamos los resultados de las elecciones al Parlamento europeo, comprobaremos que Europa no motiva, no acaba de enganchar. Nos enganchó durante unos años, cuando Felipe González logró de aquel barrigón encantador que olía a aceite de niños y a linimento Sloan -Helmut Khöl- fondos estructurales y de cohesión, un auténtico Plan Marshall que nos sacó de la mediocridad. 

 

Sólo entonces los españoles nos sentimos como niños con una caja de lápices de colores y nos dedicamos a pintar Europa en nuestros cuadernos como si fuese Audrey Hepburn, algo encantador. Era la época en la que Felipe González solía asomar su cabeza por las televisiones europeas expresándose en un digno francés mientras hacía el elogio del champán, sobre todo del Dom Pérignon y del Roederer Cristal. Para ser auténticamente europeo hay que hablar francés o inglés y brindar con champán.

Aznar brindaba en Europa con Ribera del Duero, y no le fue bien. Acabó proporcionando una imagen de España demasiado nacionalista. Y Europa y él no se entendieron. Fue entonces cuando decidió echarse en brazos de Bush. Primero se entendía con él por señas, pero luego se entregó al aprendizaje del inglés y lo habló sin complejos, con acento propio, introduciendo en él unas tonalidades musicales como de rancheras mexicanas que a Bush, por la proximidad de su rancho tejano con México, le cautivaba.

Zapatero reparó el feo de Aznar a su manera. Llegó a Europa sin entender una palabra de lo que allí se decía, pero con una sonrisa de oreja a oreja diciendo sí a todo, como si Europa fuese el Estatut catalán. Y enseguida se metió al continente en el bolsillo. A Ségòlene Royal comenzaron a llamarle la Zapatera y a Mr Bean, José Luis. Para entonces, en un francés ininteligible pero voluntarista, ZP ya había hecho el elogio del champán, y ello a pesar de que a él le producía acidez de estómago y a Moratinos, alitosis. Caldera estuvo a punto de echarlo todo a perder cuando salió al Paseo de la Castellana con el tambor, a tocar el tam-tam para invitar a todos los inmigrantes del mundo a entrar en Europa por la puerta de España. Hubo que echarlo del Gobierno para dar satisfacción a Angela Merkel y a Nicolas Sarkozy.

La mayor parte de los españoles vemos a Europa como a la madrastra que trata de organizarnos la vida por video-conferencia, desde la fría y triste Bruselas, imponiéndonos unas decisiones que se toman tras un complejo pacto entre 27 Estados.

"Europa", dijo De Gaulle a Malraux, "será un pacto entre los Estados o no será nada". La Europa cuyas naciones se odiaban entre sí era más real que la de hoy en día.

Probablemente, De Gaulle exageraba, pero la confusión que Europa provoca entre la gente menuda que decide en las elecciones la convierte en algo misterioso y extraño. ¿En cuál de las Europas debemos fijarnos a la hora de mirarla? ¿En la Europa de los Estados centralizados como Francia, en la de las regiones y autonomías como España o en la de los países que, como Alemania, se proclaman federales?

¿Y en materia de protección social? ¿Por cuál de estas Europas nos inclinamos? ¿Por la Europa continental que defiende que la solidaridad debe correr a cargo del Estado o por la Europa anglosajona que deposita esa protección en manos privadas? ¿Y cómo conciliar a una Europa meridional y católica frente a la Europa del norte, de inspiración calvinista?

Por encima incluso de la protección económica y militar que Europa nos proporciona, lo mejor de ella es, probablemente, su discreto y permanente afán por ir construyendo día a día y con paciencia las condiciones para lograr una unidad razonable; una unidad que evite la tentación del enfrentamiento histórico al que se refería De Gaulle en sus charlas frente a la chimenea con André Malraux.

Cuando el próximo domingo conozcamos los resultados de las elecciones al Parlamento europeo, comprobaremos que Europa no motiva, no acaba de enganchar. Nos enganchó durante unos años, cuando Felipe González logró de aquel barrigón encantador que olía a aceite de niños y a linimento Sloan -Helmut Khöl- fondos estructurales y de cohesión, un auténtico Plan Marshall que nos sacó de la mediocridad.