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Reforma laboral: consensos, necesidades y esfuerzos
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Reforma laboral: consensos, necesidades y esfuerzos

En una situación de crisis como la actual que, por su gravedad y extensión, sigue beneficiándose, para desgracia de todos, de sucesivos y no menos dramáticos

En una situación de crisis como la actual que, por su gravedad y extensión, sigue beneficiándose, para desgracia de todos, de sucesivos y no menos dramáticos titulares, sigue también resultando patente –y no es la primera vez que insisto en ello durante la crisis- la necesidad de un esfuerzo de todos los interlocutores políticos y sociales que permita, sin exigir renuncias o capitulaciones a los legítimos planteamientos, poner sobre la mesa, cuanto menos, propuestas transparentes en sus fundamentos y efectos. 

También puntos de aproximación y de potencial acuerdo, en aras a lograr, finalmente, como resultado esperado, que no cierto o asegurado, de ese esfuerzo, un amplio respaldo a los instrumentos que han de hacer frente a las lacras de nuestro mercado de trabajo.

La gravedad de la situación que vivimos nos invita, en todo caso, a un ahorro en ejercicios de crítica hueca. No es bueno, en este sentido, renegar del diálogo social cada vez que se discrepa, o no se alcanza un acuerdo. Como tampoco lo es, en un contexto como el actual, despachar posiciones opuestas mediante una simple deslegitimación del interlocutor, o situar la participación democrática y pluralista en las relaciones laborales en el nivel de la cuestión menor, por mucha vistosidad o consistencia que tenga cualquier planteamiento reformista; y por mucho que deba agradecerse, en cualquier caso, esta última consistencia.

En un proceso constante de revisión de la norma laboral, se han puesto ya sobre la mesa, hoy por hoy, múltiples planteamientos y propuestas, definidas de forma más amplia o más precisa por sus promotores, que facilitan el debate, y que permiten, también, mensurar cuánto de verdad puede esconderse tras la que se ha venido diciendo, en muchos foros, que debe ser la reforma definitiva o, sin más, con mayúsculas, La Reforma.

Estoy convencido de que muchas reformas previas, consensuadas en algunos casos mediante el diálogo social, también son acreedoras de esa mayúscula. Y también lo estoy de que, con mayúsculas –espero, por su acierto- o sin ellas, después de ésta habrá más. Es algo consustancial a la norma y, singularmente, a la norma laboral. 

Pero, como digo, en el momento actual, disponemos ya de un amplio arsenal de propuestas y líneas de actuación que permiten, en buena medida,  evitar, además de la vacuidad en el discurso, clichés o estereotipos fáciles; como aquel muy común todavía entre nosotros de la singularidad reguladora hispánica; salvo que, efectivamente, quiera profundizarse de forma seria y constructiva en la realidad de otros modelos de países de nuestro entorno para seguir construyendo, entre todos, el nuestro.

En este contexto, sin magnificar –ni minusvalorar- planteamientos pasados o presentes, he venido defendiendo que la reforma de la legislación laboral no es la panacea frente a la actual situación de crisis y sus efectos sobre el empleo, pero también, que entre las necesidades más acuciantes de nuestro mercado se encuentra dotar de un mayor dinamismo y adaptabilidad a las condiciones de trabajo en general, y al régimen salarial en particular, teniendo en cuenta las circunstancias cambiantes de nuestro entorno económico y competitivo. Es algo que puede y debe conectarse tanto con la regulación del contrato individual, como con el sistema de negociación colectiva.

Pero más allá de panaceas, singularidades o propuestas, contamos ya con algo más, que es necesario valorar como fruto de un importante esfuerzo: el Acuerdo para el Empleo y la Negociación Colectiva 2012, 2013 y 2014, suscrito las organizaciones empresariales y sindicales más representativas, donde se abordan de forma tan directa como precisa múltiples cuestiones esenciales para nuestro mercado de trabajo y las relaciones laborales: desde la moderación salarial, hasta la adaptabilidad de las condiciones de trabajo;  pasando por la estructura de la negociación colectiva o la estabilidad en el empleo.

Por todo aquello, y por todo esto, creo que hay agradecer al diálogo social sus resultados, y persistir en el intento, esperando que las medidas dirigidas a regular y reformar nuestro mercado de trabajo aúnen los máximos esfuerzos de los agentes políticos y sociales, y asuman el mejor criterio. 

Miguel Cuenca Valdivia es socio responsable del áreas laboral de KPMG Abogados

En una situación de crisis como la actual que, por su gravedad y extensión, sigue beneficiándose, para desgracia de todos, de sucesivos y no menos dramáticos titulares, sigue también resultando patente –y no es la primera vez que insisto en ello durante la crisis- la necesidad de un esfuerzo de todos los interlocutores políticos y sociales que permita, sin exigir renuncias o capitulaciones a los legítimos planteamientos, poner sobre la mesa, cuanto menos, propuestas transparentes en sus fundamentos y efectos.