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La amarga soledad de la revolución siria
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La amarga soledad de la revolución siria

La revolución siria ha cumplido su primer año con nada que celebrar excepto el hecho de que la voluntad popular no se ha visto quebrada y

La revolución siria ha cumplido su primer año con nada que celebrar excepto el hecho de que la voluntad popular no se ha visto quebrada y que, a día de hoy, las manifestaciones siguen sucediéndose, mientras ciudades y barrios colaboran entre sí para lograr que la ayuda humanitaria (que ellos mismos donan en muchas ocasiones) llegue a todas las zonas más castigadas del país. Un país este que es víctima de la ofensiva de un régimen que hace muchos meses perdió su legitimidad a ojos de los ciudadanos.

Los sirios también pueden estar orgullosos de ser más conscientes de la realidad, ya que han aprendido una dura lección, a saber, que carecen de todo amparo en el difícil camino que emprendieron hace más de doce meses y que son víctimas de una conspiración. Esta conspiración, que nada tiene que ver con esa en la que el sistema de poder sirio se ha estado amparando desde el primer minuto de las protestas, no está dirigida contra un supuesto régimen de resistencia y antiimperialista, sino contra un pueblo que, en nombre de esa falsa resistencia, ha tenido que sufrir cuarenta años de la dictadura del miedo y el silencio dirigida por un clan familiar que nada tiene que envidiar a la mafia siciliana de la trilogía “El Padrino”.

La comunidad internacional al completo está de acuerdo en una cosa, tal vez porque los polos opuestos se atraen y Siria conforma el campo magnético que provoca tal atracción: la revolución en Siria no debe triunfar porque un estado democrático en esa ubicación geoestratégica es muy peligroso. Bien es cierto que las declaraciones se suceden, las sanciones se amplían (mientras la ayuda al régimen llega por la puerta de atrás) y las predicciones de la caída de Al-Asad están a la orden del día, pero la realidad es que tales palabras caen en saco roto. Por poner un simple ejemplo, dos grandes antagonistas como son Irán e Israel coinciden en que lo preferible es que la situación en Siria se enquiste y así, el país se debilite, siempre sin llegar a amenazar la estabilidad en la región: el primero para mantener su influencia en su particular guerra fría contra los países árabes del Golfo (que, por su parte, temen que la ola revolucionaria llegue a sus costas) y por miedo a que Siria sea la antesala de un ataque contra él mismo en la lucha internacional contra su programa nuclear. El segundo prefiere tener una Siria debilitada al otro lado del Golán, enfrascada en sus conflictos internos sin que estos salpiquen a la región. Mientras, ambos países intercambian amenazas de ataque y contraataque.

Este panorama internacional es desolador: las peticiones de los sirios (los sirios de a pie, no los que se reúnen en interminables cumbres y se alojan en hoteles, como los ciudadanos suelen describirlos) son continuamente ignoradas. Se han vivido meses de polémicas discusiones sobre la posibilidad de una intervención militar extranjera, que han dividido a la opinión internacional sobre las supuestas maniobras imperialistas estadounidenses para hacerse con el control del país. Estas discusiones también han dividido a la oposición política siria, que ya cargaba a sus espaldas con cuatro décadas de dificultades para unirse. En definitiva, la intervención que no interesa ni a los propios sirios del interior (aunque no puede negarse que más de uno la pide ante lo desesperado de la situación) por las catastróficas consecuencias que conllevaría, no ha estado realmente sobre la mesa en ningún momento, sino que se ha usado como subterfugio para justificar las divisiones.

Al margen de la improductiva dialéctica intervencionista, la comunidad internacional ha decidido dejar de lado al pueblo sirio en su negativa a dialogar con el régimen proponiendo que se apoye la misión diplomática de Kofi Anan (durante cuya visita y la posterior llegada de la misión que ha de evaluar la situación humanitaria no han cesado las muertes entre la población), y abogando por un diálogo entre el régimen de los Asad y la oposición. Es en este momento cuando asalta la duda de qué oposición habría de ser esa, teniendo en cuenta el precedente de la Conferencia del Diálogo Nacional celebrada el pasado mes de junio en Damasco en la que, como se ha repetido hasta la saciedad, “no había un solo opositor real”.

Si además tenemos en cuenta que la comunidad internacional exige -sí, 'exige'- que los distintos bandos opositores se unan en un único cuerpo (siempre hablando de oposición política, obviando a los verdaderos héroes de esta lucha) y así poder ser reconocidos como representantes legítimos del pueblo sirio (algo que, a día de hoy, solo ha hecho el Consejo Nacional de Transición en Libia), ¿cómo va a “aceptar” el régimen dialogar con ellos? Y aún más, ¿alguien ha escuchado las sucesivas críticas que lanzan los manifestantes contra un Consejo que consideran que no está a la altura de sus aspiraciones, y al que dividen los intereses personales de más de una conocida figura? La realidad para bien o para mal es que la revolución siria “es una revolución sin liderazgo”, como explica el libanés Elías Khoury. Solo los sirios de a pie se representan a sí mismos intentando organizarse por medio de los comités locales que, en muchos puntos del país, tratan de coordinarse con el Ejército Sirio Libre en las operaciones de defensa de las manifestaciones.

Este ejército provoca reacciones y sentimientos contrapuestos. Algunos dudan de él como consecuencia de las noticias que llegan sobre la infiltración de ciertos elementos cuyos objetivos son dudosos y por el hecho de que en buena parte está formado por suníes (si uno observa el reparto de población en Siria esto no sorprende tanto), algunos muy observantes de la religión. Para otros, se trata de un cuerpo conformado en su mayoría por militares desertores y algunos civiles voluntarios que, noblemente, decidieron posicionarse del lado de la revolución. En la nebulosa que rodea a este cuerpo, no coordinado en el nivel nacional y con un liderazgo ampliamente contestado por muchos, preocupa también quién esté utilizándolo en su lucha particular con el régimen desde fuera (sobre todo cuando perpetra ataques contra objetivos del régimen tales como las oficinas de los servicios de seguridad). Sea como fuere, lo cierto es que para muchos dentro del país es la única opción que les queda como salida “nacional” a un conflicto que estaba condenado a la internacionalización desde su inicio, no solo por la intervención iraní y rusa en la venta de armas y la provisión de tecnología punta de espionaje para detectar a los activistas en la red, sino porque Siria es la pieza clave del puzzle regional. Así, diversos grupos trabajan para conformar un nuevo ejército nacional que no cobre un protagonismo que trascienda los límites de la protección del territorio y la población.

En este contexto, determinar cuál será la salida de una crisis, que solo los sirios quieren solucionar es cuanto menos complicado: nadie parece del todo dispuesto a armar al Ejército Sirio Libre, al menos gratuitamente, aunque países como Catar y Arabia Saudí (que tiemblan al pensar que la ola revolucionaria pueda llegar a sus costas) insisten en ello. El propio Consejo Nacional Sirio se ha escindido precisamente por las divergencias en torno al “apoyo logístico” que ha de darse al Ejército Sirio Libre. En este sentido, cada día cobran más protagonismo los rumores sobre el establecimiento de una zona de seguridad por parte de Turquía, sin delimitarse a qué lado de la frontera sería ni bajo qué condiciones.

Mientras se suceden los debates, la población sigue sufriendo las consecuencias de su osadía al exigir libertad y dignidad y los corredores humanitarios que llevan pidiendo varias semanas no llegan. La situación humanitaria es extrema y ello, alimentado por el rencor que el régimen siembra entre los distintos grupos sociales puede dar lugar a violentos episodios civiles. Precisamente esa ha sido la estrategia seguida por el Ejecutivo de Damasco: el 'divide y vencerás' aliñado con una política de tierra quemada que responde al principio de 'la maté porque era mía'.

El escenario más favorable para la sociedad siria, que conforma la verdadera oposición, sería una implosión del régimen, un colapso económico, político y militar, en el que, carente de los suficientes apoyos y de la financiación necesaria para mantener la máquina represora, cayera. De los sirios dependería en ese momento, no dejarse llevar por un sentimiento de venganza contra aquellos que han apoyado al régimen o se han mantenido silenciosos en pro de la reconstrucción nacional.

*Naomí Ramírez Díaz, becaria PFI de la UAM especializada en Siria

La revolución siria ha cumplido su primer año con nada que celebrar excepto el hecho de que la voluntad popular no se ha visto quebrada y que, a día de hoy, las manifestaciones siguen sucediéndose, mientras ciudades y barrios colaboran entre sí para lograr que la ayuda humanitaria (que ellos mismos donan en muchas ocasiones) llegue a todas las zonas más castigadas del país. Un país este que es víctima de la ofensiva de un régimen que hace muchos meses perdió su legitimidad a ojos de los ciudadanos.