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Siria, Libia, Afganistán..., por donde pasa la OTAN desaparecen los Estados
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Siria, Libia, Afganistán..., por donde pasa la OTAN desaparecen los Estados

Dice un proverbio chino -no podría ser de otra manera- que el sabio puede sentarse en un hormiguero, pero sólo el necio se queda sentado en

Dice un proverbio chino -no podría ser de otra manera- que el sabio puede sentarse en un hormiguero, pero sólo el necio se queda sentado en él. La Alianza Atlántica es demasiado proclive últimamente a revolver y deshacer los hormigueros más grandes del mundo y, después, sentarse sobre ellos a la espera de que su benéfica presencia resuelva todos sus problemas.

Estados Unidos y sus aliados han adoptado en este inicio del siglo XXI una doctrina intervencionista bastante singular: si un régimen es adverso a sus intereses (nuestros intereses, porque estamos obligados a incluirnos en esta Santa Alianza) hay que intervenir. Siempre para defender los derechos humanos de su población, aunque cueste algunas o muchas decenas de miles de vidas, y algunas o miles de bajas entre nuestros militares. Se puede entrar sin permiso, pero conviene obtener después la bendición de las Naciones Unidas y ocupar durante años el país hasta que desaparezca el Estado.

Lo cierto es que Occidente parece el famoso caballo de Atila, ese Othar del que se decía que donde pisaba no volvía a crecer la hierba. Por donde pasan la OTAN y otros aliados desaparecen los Estados. ¿Es una coincidencia o es una estrategia premeditada?; ¿es una mera consecuencia de la imposibilidad, parece que congénita, de los Estados Unidos por hacer una ocupación militar eficaz?; ¿o es una derivada inevitable de las características inherentes a estos países? Parece que el castigo de los Estados canallas es que se conviertan en Estados fallidos.

El intento de secesión de la Cirenaica en Libia, los graves atentados sufridos estos últimos días en Irak y en Afganistán y el desgobierno existente en estos países, ponen de manifiesto una realidad preocupante: por donde pasan Estados Unidos y sus aliados los Estados realmente desaparecen. Por eso no es de extrañar que cause tanta intranquilidad en Oriente Medio una eventual intervención internacional en Siria, y no digamos en Irán, ambos con poblaciones kurdas secesionistas y ambos, sobre todo el primero, con un peligroso mosaico étnico y religioso, y con fronteras muy calientes.

La intervención de la OTAN en Libia, autorizada por la ONU, ha permitido derrocar al régimen de Gadafi y sustituirlo por el caos más absoluto conocido internacionalmente desde la retirada de Somalia en marzo de 1995 de las fuerzas de las Naciones Unidas. Como en este caso, reina la anarquía, el enfrentamiento entre las facciones armadas, las violaciones de los derechos humanos, los asesinatos y las represalias. Ya sólo falta que el país fundado en 1950 con la unión de Tripolitania, Cirenaica y Fezzán, se divida. No sería el primer caso.

La Operación Libertad Duradera, iniciada en 2001 para destruir las bases de Al Qaeda y posteriormente para expulsar del Gobierno afgano a los talibán, actúa desde 2002 para sostener un Gobierno, el del Presidente Karzai y su élite política, que sólo gobierna en Kabul. Y aunque en un principio se justificó la intervención como una acción de legítima defensa por los atentados del 11-S -algo injustificable en términos jurídicos-, después se pretendió venderla como una defensa de la democracia y de los derechos humanos de la población afgana. Pero lo cierto es que actualmente sigue vigente el burka, como antes, siguen gobernando los señores de la guerra en sus feudos, como antes, se sigue produciendo opio, como antes, y la única consecuencia novedosa es que el exiguo Estado afgano existente hasta 1978 ha desaparecido.

Estados Unidos y sus aliados han ignorado el Gran Juego, la partida que desde el siglo XVIII se juega en este tablero multiétnico, sin fronteras reales, situado en medio de todos los caminos y con una orografía que hace imposible cualquier pretensión de control militar. Más de 4.000 soldados aliados y 30.000 civiles muertos después el tribalismo más exacerbado ha sustituido definitivamente al Estado de Afganistán.

La intervención militar en Irak, iniciada en marzo de 2003,  no ha sido más eficaz. En estos nueve años de ocupación han muerto por causa de la violencia contra la Fuerza Multinacional y entre las facciones iraquíes unos 5.000 integrantes de aquélla y más de 150.000 civiles. No obstante, la consecuencia más nefasta para los ciudadanos iraquíes es el legado que deja: un país dividido y en franco desgobierno. El Kurdistán es de hecho un Estado independiente, sin apenas interferencias del Gobierno restablecido y tutelado por los aliados en 2006. El Primer Ministro Nuri Al Maliki y su gobierno suní  prácticamente no gobierna más allá de la Zona Verde y está en permanente enfrentamiento con las milicias chiíes partidarias del  ayatolá Sayed Mohammed Baqir al-Hakim, que gobierna bastiones como Nayaf o Faluya. Estados Unidos y sus aliados entraron en este hormiguero gigante, lo revolvieron aún más, y han dejado un Estado sin Gobierno efectivo, sin instituciones y con una legitimidad muy cuestionada por una población dividida.

Conseguimos acabar con nuestros enemigos (Mohamed Farh Aidid, Osama Bin Laden, Sadam Hussein o Muamar El Gadafi), pero a un precio muy alto, no sólo de vidas humanas, sino también de estructuras políticas: los Estados primero se difuminan y luego  se desintegran. Las facciones armadas, en ocasiones incluso de vulgares delincuentes, sustituyen a la Administración Pública. ¿Vamos a hacer lo mismo con Siria?

*José Antonio Perea Unceta es Profesor de Derecho Internacional UCM

Dice un proverbio chino -no podría ser de otra manera- que el sabio puede sentarse en un hormiguero, pero sólo el necio se queda sentado en él. La Alianza Atlántica es demasiado proclive últimamente a revolver y deshacer los hormigueros más grandes del mundo y, después, sentarse sobre ellos a la espera de que su benéfica presencia resuelva todos sus problemas.

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