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Si Aristóteles levantara la cabeza…

Este artículo no trata sobre Grecia, ya lo comprobarán si siguen leyendo.  Es verdad que nuestros políticos y hombres de negocios saben cada vez más de

Este artículo no trata sobre Grecia, ya lo comprobarán si siguen leyendo.  Es verdad que nuestros políticos y hombres de negocios saben cada vez más de comunicación; con bastante regularidad reciben cursos para transmitir con eficacia sus mensajes, saben lo que es un argumentario o conocen la importancia de la preparación y el ensayo si quieren hacer un papel digno en una intervención pública.  

Machaconamente, también se les advierte del peligro de micrófonos abiertos, aunque parece que ésta es la asignatura que más se les atraganta. Ejemplos de toda clase y condición lo prueban: George Bush llamando “cabrón” a un periodista de The New York Times; el presidente de Uruguay, Jorge Batlle, afirmando que los argentinos eran “una manga de ladrones desde el primero hasta el último”; o el propio Rajoy, líder de la oposición entonces, reconociendo: “Mañana tengo el coñazo del desfile”. Y así hasta el infinito.

Pero, sobre todo, se les ha inculcado el valor de la claridad, la brevedad,  la contundencia y la corrección de los mensajes. Para Elena Valenciano, tras los primeros 100 días de Rajoy, “la vida es más cara, el empleo es más precario, el despido más barato y los impuestos más altos”, mientras que para el propio Mariano Rajoy fueron cien días “intensos, difíciles y en los que se están poniendo las bases para el futuro”.

Cuando toca esta la lección, también se les insiste en que tres es el número tótem de mensajes. Claro que, sometidos a la presión de las cámaras, algunos se olvidan del tercero. Y si no que se lo pregunten a Oscar López, actual secretario de organización del PSOE,  que tratando de enumerar  tres argumentos para votar a su partido dijo: “Por las pensiones, por el desempleo y por…”. Nunca supimos del tercero. Para estos lapsus no hay fronteras, como siempre recordará Rick Perry, gobernador de Texas y aspirante a la candidatura republicana.  En medio de contrincantes políticos, audiencia en plató y periodistas implacables, se quedó en blanco  y con el tercer dedo al aire al intentar citar la agencia gubernamental que pensaba eliminar si llegaba a presidente.

Para los grandes teóricos, el estilo de comunicación personal ha de adecuarse al asunto, a la persona, a la situación, y, desde luego, a la audiencia

Pero lo que se ha empezado a apreciar con cierta frecuencia en los últimos meses es que el concepto de claridad ha subido algunos grados. Expresiones  como “tirar de la manta”, “agarrar al toro por los cuernos” o “salir del pozo” han devenido en otras todavía mucho más cristalinas. Como, por ejemplo, “apechugar”. Apechugar ha sido un verbo estrella en el último mes. Apechugar, como todos ustedes saben, viene de pechuga y la RAE la contempla como acepción coloquial de “asumir”.

Sin embargo, recientemente la hemos visto colarse en argumentaciones institucionales. El presidente del PNV, Iñigo Urkullu: “Las cajas vascas han tenido que apechugar con sus propios recursos para salvar a otras entidades”;  el  coordinador general de IU, Cayo Lara: “Lo que va a ser más duro es que tengan que apechugar todos los ciudadanos”; Antonio Basagoiti, presidente del PP vasco: “El Gobierno tiene que apechugar con el déficit del 8,5%”.

Otra, “collons”. “Si ten collons, dímelo a la cara”. No ha sido la expresión lenguaraz y malsonante de un invitado de programa de hígado, sino de todo un presidente de una tierra de grandes conquistadores. “Hecho unos zorros”, otra expresión de la presidenta de UPyD, Rosa Díez, pronunciada bajo el halo de institucionalidad del Congreso, para describir cómo dejó el país el anterior Gobierno.  Otra, el no es tiempo de hacer debates de “pitos y flautas” del señor Montoro.

Cómo demostrar coherencia

Así que, si Aristóteles levantara la cabeza se quedaría patidifuso. Él, que junto a su maestro Platón, mantenía que el lenguaje tenía que ser adecuado al tema y al carácter para demostrar verosimilitud, decoro y coherencia. Tesis también mantenida por Horacio, Cicerón, Luzán, Jovellanos… y todos los retóricos, lingüistas y defensores de la teoría de los llamados tres estilos a lo largo de la historia. Valoraciones jurídicas o patrióticas aparte, parece que de esto algo sabía la presidenta argentina cuando declaró que ella no iba a entrar en contestar exabruptos porque  “soy la Jefa de un Estado, y no una patotera”. Sí, señora. Lenguaje adaptado a la institución que representa. Aristóteles estaría con usted…

Para los grandes teóricos, el estilo de comunicación personal ha de adecuarse al asunto, a la persona, a la situación, y, desde luego, a la audiencia. Hasta Sancho, a pesar de su inteligencia intuitiva, derrapó por ese lado tal y como se lo reprocha su mujer Teresa:  “después de que os hicisteis miembro de caballero andante habláis de tan rodeada manera que no hay quien os entienda”.

No hay reglas aplicables a todos y para siempre. O mejor,  hay muchas excepciones a las reglas que aprendimos y enseñamos. ¿Han sido eficaces apechugar, collons, pitos y flautas, hecho unos zorros?

En  comunicación, las apuestas están abiertas. Dicen que la crisis está  arramplando con todo, y en las idas y vueltas, como una tolvanera, nos ha puesto delante términos más coloquiales, más desinhibidos, palabras hasta ahora impensables en el registro profesional de nuestros políticos  (menos lo hemos visto en los empresarios, pero también llegará, ya lo verán). Pero ojo, claridad y eufemismos son dos caras de la misma moneda. Y si no, ¿cómo se entiende que se abogue por llamar “al pan, pan y al vino, vino”, y luego se rehúya la palabra rescate repitiendo hasta la increíble saciedad “línea de apoyo financiero”? Tendremos que averiguar qué decían los clásicos de eso.

*Francis Ochoa es consultora de comunicación de Burson Marsteller.

Este artículo no trata sobre Grecia, ya lo comprobarán si siguen leyendo.  Es verdad que nuestros políticos y hombres de negocios saben cada vez más de comunicación; con bastante regularidad reciben cursos para transmitir con eficacia sus mensajes, saben lo que es un argumentario o conocen la importancia de la preparación y el ensayo si quieren hacer un papel digno en una intervención pública.