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La opinión púbica debe de ser esa que ha estado este verano tirada por las playas. Incluso en tetas: llegaron dos chicas, una más gorda y

La opinión púbica debe de ser esa que ha estado este verano tirada por las playas. Incluso en tetas: llegaron dos chicas, una más gorda y otra más flaca, se quitaron la ropa, se dejaron solo la braguita del biquini, se metieron en el agua un instante y volvieron a su sitio para tomar el sol boca arriba y boca abajo. En realidad, la más flaca no llevaba puesto bañador; se disimuló en una toalla y se lo puso tras quitarse las bragas no sin cierto esfuerzo; luego, como si tal cosa, se deshizo del top.

La opinión pública piensa que las mamas de las mujeres pueden verse como las mamas de los hombres, pero que sigue estando bien el tabú de los órganos reproductores, esos rinconcitos anatómicos reservados a los sitios nudistas.

Las chicas eran empleadas, por lo que decían: una ayudaba en una peluquería y la otra estaba de cajera por horas en un Carrefour. Ganaban poco, se lamentaban, pero al menos tenían la suerte de vivir en un lugar con playa: les gustaba tostarse en los descansos laborales y les gustaban los chicos, a cada una el suyo.

La opinión pública considera que tener un trabajo es un privilegio y que conceder ocho o nueve horas diarias de tiempo y esfuerzo a cambio de un dinero más o menos exiguo, más o menos decente, da derecho a considerarse un privilegiado

La vida está muy dura y no sabían qué podía ser de ellas. Cada 20 minutos de solana, más o menos, se levantaban, primero una y luego la otra, y se metían en el agua para volver mojadas a tumbarse en la toalla. Reían. Más o menos a las 15:30 se comieron un bocadillo en pan de molde: atún con pepinillos y jamón york con queso. “Y no somos las únicas, tía, tú fíjate un poquito y verás quién va de bares”.

La opinión pública constata, en efecto, que hay numerosas personas, más bien familias o grupos de amigos, que pasan el mediodía en la playa y se alimentan con comida transportada ad hoc, ensaladas, filetes empanados, tortilla, pan, fiambres... La chica más gordita, a medio bocadillo, se levantó, se acercó a un extranjero que vendía bebidas con un carro muy viejo en mitad de la playa y compró una lata de refresco. Ambas terminaron la comida y la compartieron. “Un bote de Coca-Cola por 2,30, tía, cÓmo se aprovechan”. Para tener bebida en condiciones se necesita una nevera portátil llena de hielo, como llevan las familias con una madre de intendente y un padre y unos hijos ya mayorcitos para acarrearla. Casi todas azules y con el asa blanca. Las chicas no querían: iban un par de horas al mediodía para mantener el moreno y luego, a las cinco o así, a trabajar.

Total, ellas trabajaban, aunque fuese por poco, pero trabajaban, y su sueldo les daba para compartir un refresco y ahorrarse el coñazo de la nevera. En realidad, apuntó la más flaca, eran “unas privilegiadas”: la primera, por ejemplo, vivía con sus padres, ganaba 550 euros al mes y tenía para ropa y pequeños caprichos, estaba sana, no tenía mal cuerpo y en verano no necesitaba vacaciones porque ya vivía en un sitio de vacaciones, ¿no? “No podemos quejarnos, tía”.

La opinión pública considera que tener un trabajo es un privilegio y que conceder ocho o nueve horas diarias de tiempo y esfuerzo a cambio de un dinero más o menos exiguo, más o menos decente, da derecho a considerarse un privilegiado, como en la Biblia. “La cosa está muy mal, tía, pero ya ves, al menos no nos falta de nada”. La opinión pública pone su voto, entre otras cosas, para poder tumbarse en las playas con el pecho al raso, y está íntimamente convencida de su privilegio existencial. “¿Qué haces luego? Si quieres llamamos a los chicos y quedamos. Debajo del reloj, sobre las diez. Habrá que tomarse algo”.

*Miguel Ángel Manjarrés es profesor de la Universidad de Valladolid.

La opinión púbica debe de ser esa que ha estado este verano tirada por las playas. Incluso en tetas: llegaron dos chicas, una más gorda y otra más flaca, se quitaron la ropa, se dejaron solo la braguita del biquini, se metieron en el agua un instante y volvieron a su sitio para tomar el sol boca arriba y boca abajo. En realidad, la más flaca no llevaba puesto bañador; se disimuló en una toalla y se lo puso tras quitarse las bragas no sin cierto esfuerzo; luego, como si tal cosa, se deshizo del top.