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Un historiador en la calle
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Un historiador en la calle

Estas cosas siempre se dicen de la gente cuando fallece, pero la verdad es que Julio -don Julio, por usar la fórmula que él solía emplear con

Estas cosas siempre se dicen de la gente cuando fallece, pero la verdad es que Julio -don Julio, por usar la fórmula que él solía emplear con ironía con los próximos para acortar distancias- era un grande de verdad. Y uno de los máximos exponentes de algo que apenas queda ya, porque los dos itinerarios profesionales se han separado casi por completo: me refiero a uno de esos historiadores de raza que, como otros grandes de su generación (por ejemplo Juan José CarrerasJulio Valdeón, etc.), antes de empezar a enseñar en las universidades bregaron en la enseñanza secundaria.

Eso les dio recursos, interés por la dimensión didáctica de la historia, la capacidad de combinar el más alto rigor analítico con la posibilidad de hacerlo comprensible al profano, y desde luego una formación humanista que les ayudó a no encerrarse toda su vida en un solo ámbito de trabajo y a proyectar al pasado miradas transversales y amplias en lo cronológico y temático. No es casualidad, por eso, que haya combinado los libros de investigación con la elaboración de manuales y textos escolares para la enseñanza de la historia en Bachillerato.

Por eso, en casos como el de Julio resulta difícil elegir sólo una aportación significativa a la historiografía. Ha hecho y sido todo lo que cabe esperar de un grande. Empezó estudiando el siglo XIX para, desde los primeros años ochenta, decantarse por el siglo XX, y por su "crisis de los años treinta" en particular. De este modo, sin haberlo hecho en su tesis doctoral, acabó siendo uno de los referentes fundamentales en el estudio de la II República, la Guerra Civil y su posguerra.

Rescate de la Guerra Civil 

A esos periodos ha dedicado monografías específicas, artículos fundamentales, la dirección de obras colectivas (por ejemplo, La República de los trabajadores: la Segunda República y el mundo del trabajo (2006), Franco: la represión como sistema (2012), Guerra Civil. Mito y memoria, con F. GodicheauEl último frente. La resistencia armada antifranquista en España, 1939-1952, con su discípulo Jorge Marco).

Por la trascendencia que tuvo, y porque entonces era un tema en el que todo quedaba por hacer, destaca su coordinación del congreso y del libro consiguiente en tres volúmenes Historia y memoria de la Guerra civil. Encuentro en Castilla y León (1988), uno de los primeros jalones en la reconstrucción historiográfica de la Guerra Civil, y desde luego el libro que recoge su estudio de la guerra durante dos décadas: Por qué el 18 de julio… y después (2006).

En segundo lugar, se recordarán de él sus trabajos sobre metodología y teoría de la historia y sobre la relación de esta con la "memoria", algunos desperdigados en artículos de referencia y otros recogidos en sus libros La investigación histórica: teoría y método y La historia vivida: sobre la historia del presente.

Violencia política

En tercer lugar, lo conocemos por haber sido con seguridad el primero en abordar de modo sistemático y riguroso desde el ámbito de la historiografía el estudio de la violencia política. Cuando entre nosotros la cosa se limitaba a 'contar muertos' y poco más, él nos abrió hace casi 20 años a un mundo de reflexiones teóricas, metodológicas e interpretativas sobre el hecho violento en las sociedades históricas y actuales procedentes de las principales ciencias sociales. Y, aunque en buena medida confió esa labor después a su discípulo Eduardo González Calleja, nunca dejó ya de lado esa línea de trabajo, que cultivó tanto en artículos teóricos como en otros aplicados a la España de los años 1917 a 1952 a través del estudio de cuestiones como las ideologías de la violencia, la militarización de la política en la II República o la violencia de la guerra civil y la posguerra.

Y en cuarto lugar, resumiendo mucho, me atrevo a decir que pasará a la posteridad historiográfica como el gran biógrafo de Largo Caballero, lo cual no es poco decir. Así como por el hecho de que su monumental biografía (publicada en Debate) la completara con 73 años, a una edad en la que la mayoría de sus pares viven de rentas, o de breves encargos, nunca se dedican ya a patear archivos, a bucear en fuentes primarias ni a sentarse a escribir casi 1.000 páginas inéditas.

Compromiso social

Por lo demás, como todo grande, queda de él su enorme labor de dirección de tesis doctorales y dinamización de grupos y equipos de investigación. Dirección y dinamización que no sólo se traducen en un buen número de historiadores españoles que han trabajado con él, sino en el hecho de que ha desbrozado líneas de investigación prometedoras, lo cual llevaría a otra de sus características: haber conjugado siempre la tarea de investigador, exquisito y crítico, con un compromiso con la sociedad de su tiempo desde el convencimiento de que el historiador no puede encerrarse en su torre de marfil.

Por último, un recuerdo personal: cuando recién licenciado daba mis primeros pasos en el mundo de la investigación. En un viaje a los archivos de Madrid pensé que debía aprovechar para hablar de mi investigación, y pedir consejo sobre ella, a algún gran historiador de la capital. Mi primer objetivo fue don Julio. Me presenté en su despacho de la Complutense una mañana de septiembre, haciéndome un hueco entre otros estudiantes que esperaban ante su puerta. No me conocía de nada. Con paciencia me escuchó, acompañó su escucha de alguna sonrisa y me obsequió un par de preguntas y de comentarios críticos que, al recordarlos tantos años después, me sorprenden por lo que tenían de agudas intuiciones.

*José Luis Ledesma. Universidad de Zaragoza. Coautor con Julio Aróstegui y otros de En el combate por la historia (Pasado y presente, 2012).