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El uso del casco por los ciclistas: una polémica absurda
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El uso del casco por los ciclistas: una polémica absurda

Sobrado anda el país de problemas y de ruido ambiente como para añadir un motivo gratuito de encono y barahúnda a los sobradamente conocidos por la

Sobrado anda el país de problemas y de ruido ambiente como para añadir un motivo gratuito de encono y barahúnda a los sobradamente conocidos por la ciudadanía. Nos referimos a la controversia suscitada por el propósito de la DGT de acabar con la disposición reglamentaria que exime a los ciclistas de usar el casco en las vías urbanas. Algunas asociaciones de amigos de la bicicleta han puesto el grito en el cielo y vaticinado que decaerá la afición cicloturista en España. Y, no contentos con ejercer de profetas, han pedido la dimisión de la directora general de Tráfico, María Seguí.

No cabe imaginar una postura más obcecada ni una polémica más absurda. En primer lugar, el casco protege el cráneo de los ciclistas, uno de los colectivos más vulnerables en las vías abiertas al tráfico. Estamos hartos de ver a familias enteras circulando en sus monturas de fibra de carbono sin ese imprescindible adminículo, y horroriza comprobar la alegría con la que ciertos padres permiten que sus hijos de corta edad salgan a la calle en sus pequeñas bicis sin casco, sin una indumentaria adecuada, sin rodilleras ni coderas, etc. 

En segundo lugar, un buen casco no cuesta mucho dinero; es más, muchos fabricantes se lo regalan a sus clientes cuando estos compran la bicicleta. Tampoco resulta incómodo o enojoso de llevar, pues los materiales que se usan hoy para elaborarlo son ultraligeros y, no obstante, muy resistentes.

La movilidad, el ahorro de combustible y la necesidad de un aire más respirable demandan un uso creciente de la popular bici en las ciudades, pero esa movilidad ha de ser seguraLa medida, que figurará en el nuevo Reglamento General de Circulación, no constituye una imposición arbitraria de las autoridades. Está justificada por la evolución de la siniestralidad y por el hecho de que la bicicleta está llamada a sustituir o complementar a otros tipos de vehículo en las grandes urbes.

La movilidad, el ahorro de combustible y la necesidad de un aire más respirable demandan un uso creciente de la popular bici en las ciudades, pero esa movilidad ha de ser segura. De lo contrario, lo que ganásemos por un lado lo perderíamos por otro. ¡Señores: cada muerto en accidente de tráfico le cuesta al país 1,4 millones de euros!

El uso del casco es de sentido común y, por eso, sorprende la acritud y el empecinamiento con los que determinadas asociaciones de usuarios claman contra su obligatoriedad. (A este respecto, tampoco se entiende muy bien el apoyo que han recibido por parte de algunas formaciones políticas de la oposición).

La directora general de Tráfico ha recordado que la obligación de usar el cinturón en los automóviles y el casco, cuando se conduce una moto o un ciclomotor, también tropezaron en su día con el obstinado rechazo de amplios sectores de la sociedad, y hoy nadie la discute. Confiemos en que la sensatez prevalezca cuanto antes. Ojalá que a la vuelta de no muchos meses nos parezca increíble haber malgastado tanto tiempo y saliva.

*José Miguel Báez, presidente de la Confederación Nacional de Autoescuelas

Sobrado anda el país de problemas y de ruido ambiente como para añadir un motivo gratuito de encono y barahúnda a los sobradamente conocidos por la ciudadanía. Nos referimos a la controversia suscitada por el propósito de la DGT de acabar con la disposición reglamentaria que exime a los ciclistas de usar el casco en las vías urbanas. Algunas asociaciones de amigos de la bicicleta han puesto el grito en el cielo y vaticinado que decaerá la afición cicloturista en España. Y, no contentos con ejercer de profetas, han pedido la dimisión de la directora general de Tráfico, María Seguí.