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El Islam hoy: el resurgir chíita
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El Islam hoy: el resurgir chíita

Los chíitas, esos siniestros ciudadanos devotos de ciudades sagradas, y muy especialmente sus líderes de opinión religiosa, los mujtajids, que pueden atar y desatar con una

Los chíitas, esos siniestros ciudadanos devotos de ciudades sagradas, y muy especialmente sus líderes de opinión religiosa, los mujtajids, que pueden atar y desatar con una palabra, cuya autoridad deriva de su familiaridad íntima con un conocimiento acumulado de todo punto irrelevante para los asuntos del mundo y sin valor en ninguna rama del conocimiento humano.

Así  se expresaba Gertrude Bell, la mejor conocedora de lo que terminó por ser el Irak de su tiempo (poco antes de la I Guerra Mundial), hasta entonces las provincias otomanas de Mosul, Bagdad y Basora. Bell fue la creadora del Museo de Bagdad, una orientalista y arqueóloga cuyos planos y descripciones siguen siendo necesarios para el estudio de la zona. Fue también una magnífica poetisa; su traducción del poeta persa Hafez se sigue considerando hoy como un texto de referencia.

Apodada “La reina no coronada de Irak”, llegó a conocer el país tan íntimamente que diseñó su escudo y su bandera y hasta llegó a presentar al recién entronizado Rey Feisal a los jeques de las tribus de quienes iban a ser sus vasallos, pues su hospitalidad le había permitido cruzar el país al menos seis veces. Bien: ni siquiera tan formidable potencia intelectual acertó a ver a los chiítas como lo que de verdad eran en Irak: no una oscura secta musulmana, sino la mayoría de la población.

Es fácil imaginar, con esos antecedentes, el conocimiento que del islamismo chií se tenía en Occidente a pie de calle y la sorpresa que produjo, en 1979, el ver llegar al poder en Irán (el refinadísimo país que inventó el jardín y la rosa, cuna de Firdusi, Rumi y Ommar Kayyam, por citar solo unos pocos) a una teocracia de mullahs cuya primera preocupación fue denunciar por corrupta, occidentalista y traidora a la casa real de Saud, suní, como el 80% del mundo islámico.

El fin del panarabismo

La conversión de Irán en teocracia chíi y su hostilidad ante la casa suní de Saud era sólo un anticipo del siguiente capítulo en la historia del Islam: el fin del ciclo de los líderes panarabistas anticoloniales y la vuelta del Islam al centro del mundo musulmán. Se vio muy pronto en Siria. Hafez al Assad arrasó a los Hermanos Musulmanes en 1982 e Irán no movió un dedo. Al fin y al cabo, el autor era chíi y las víctimas suníes.

La conversión de Irán en teocracia chíi y su hostilidad ante la casa suní de Saud era sólo un anticipo del siguiente capítulo en la historia del Islam: el fin del ciclo de los líderes panarabistas anticoloniales y la vuelta del Islam al centro del mundo musulmán

A Irán le preocupaba Afganistán al Este (taliban-pakistaní-saudí) e Irak al Oeste (igualmente suní a pesar de su retórica baasista). El talibán cayó gracias a EEUU, que los había creado con dinero y doctrina saudí y apoyo de los servicios secretos paquistaníes. En cuanto al Irak de Sadam Husein, fracasó en su empeño de arrasar por la guerra la Revolución Islámica de los ayatolas a pesar de toda la ayuda que le prestamos los occidentales. Se conformó con masacrar a sus chíies en 1991, lo que también hizo con los otros no suníes, los kurdos.

Se produce entonces uno de los hechos más extraños de la vida política americana en los últimos años. La alianza entre los neocons (Condolezza Rice, Charles Krauthammer, Dick Cheney, Richard Perle, Donald Rumsfeld y, sobre todo, Paul Wolfowitz) y los exilados chíitas iraquíes, que no sólo eran ricos, sino excepcionalmente dotados en el orden intelectual. Ahmed Chalabi, por ejemplo, es Doctor en Matemáticas por la Universidad de Chicago tras haber hecho sus primeras armas en el MIT. Fueron ellos uno de los grandes motores detrás de la segunda guerra de Irak.

Ellos y la alucinada visión del mundo de los neocons, y que en su máxima expresión la enunció Perle en su famoso papel A Clean Break que hizo para Netayanhu (donde defendía la restauración de la dinastía hachemita en Irak como forma de ganarse a los chíitas, aislar a los palestinos, modernizar el Islam y hacer de EEUU un hegemón incontestable tanto en el Oriente Medio como en el mundo), ideas que terminaron por aplicarse, al menos en parte, no por Israel, sino por los EEUU. Chalabi y sus amigos, por el contrario, veían en la invasión el modo de librarse de un sunismo minoritario y despótico. Efectivamente: llegó el derrocamiento de Sadam Husein y lo que tomó el poder fue un Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Irak, con el ayatola Sistani y Al Sadr como principales inspiradores.

Afortunadamente las ideas de Sistani sobre el ejercicio del poder tienen poco que ver con las del iraní Jomeini pero, con eso y con todo, Irak se convertía en un campo de batalla sectario suní/chíi y también en el aliado natural de Irán, aunque desde una óptica muy especial. Irak se define como una “república federal”, no árabe ni islámica. Sin embargo, los ayatolas iraníes perdían su gran enemigo suní al oeste y con las milicias de Hezbolá en Líbano y las Sipah-i-Muhammad en Pakistán, se alzaban como un poder ineludible. Revueltas chíitas en Arabia Saudí (donde ocupan precisamente las provincias del petróleo), presencia chíi en el Consejo Nacional de Afganistán y algaradas constantes en Bahrein, donde son el 70% de la población, han sido solo el preludio de un inmenso cambio de paradigma.

Es la conversión en geoestratégica de la divergencia originalmente teológica suní/chíi, y cuya consecuencia más visible es la guerra civil siria, frente en el que se manifiesta la voluntad de Arabia Saudí (suní) e Irán (chíi) por el dominio de Oriente Medio, con Turquía y Rusia ayudando a cada uno de los dos contendientes, lo que no es sino la continuación de un eje que ya se manifestó en Afganistán en los noventa y estuvo a punto de incendiar toda Asia Central cuando los talibanes invadieron el Consulado iraní en Mazar y mataron a todos sus diplomáticos.

Es la conversión en geoestratégica de la divergencia originalmente teológica suní/chíi, y cuya consecuencia más visible es la guerra civil siria, frente en el que se manifiesta la voluntad de Arabia Saudí (suní) e Irán (chíi) por el dominio de Oriente Medio, con Turquía y Rusia ayudando a cada uno de los dos contendientes

Sería vano intentar hacer un análisis completo de las consecuencias de la llegada de los chíitas al corazón del mundo islámico, (Egipto, Siria, Irak, Irán) donde ya tienen dos de sus estados principales, Irak e Irán y con ellos cerca del 20% del petróleo mundial. Entre otras mencionaremos: la insurgencia suní en Siria, imán que ha atraído a todo tipo de milicias islamistas, chechenos incluidos; más insurgencia en el propio Irak para aniquilar al nuevo Estado o al menos demostrar la imposibilidad de su supervivencia pacífica (mil víctimas el pasado mes de junio frente a mil trescientas en todo el año en Afganistán); el reforzamiento de Hizbolá (chíi) como el enemigo más declarado de Israel; el cambio en la opinión pública occidental que empieza a cuestionarse que Irán sea el peor enemigo de Occidente (aunque sí lo sea de Israel) y no Al Qaeda o los wahabitas suníes. Recordemos que la única ciudad musulmana donde se salió con velas a la calle la noche del 11-S fue Teherán.

Y, sobre todo, el gran vacío de poder que se abre en el Oriente Medio. Con Europa en ignorado paradero y los EEUU camino del Pacífico no hay modo de predecir lo que pueda suceder allí. Una pista puede darla el que China compre ya más de la mitad de del petróleo iraquí y que se haya convertido en uno de los principales inversores en la zona. Otra, la presencia de la Armada rusa en puertos sirios. Tampoco creo sea una exageración decir que si Irán quisiese una bomba atómica (hablo en subjuntivo porque una fatwa de Jomeini la prohibió) sería tanto o más por Pakistán que por Israel. Querría una bomba chíi frente a la bomba suní para equilibrar posiciones dentro del Islam. Recordemos lo que dijo Zulfarq Ali Bhutto en 1978, ya detenido en su celda: “Las civilizaciones cristiana, judía e hindú tienen todas su bomba atómica. La islámica no, pero eso está a punto de cambiar”.

Y cambió. Curiosamente la bomba fue suní, aunque Bhutto era chíi.

Nada es seguro en un entorno tan volátil como el del Oriente Medio y el Islam en general. Pero lo cierto es que lo chíitas han salido a la luz y esto ha de entenderse como acontecimiento estratégico relevante. Esperemos a ver cómo afecta a todo esto el nuevo presidente de Irán desde el 3 de Agosto, Hassan Rouani. Por de pronto, los EEUU han reconocido hace unos días su participación el golpe de Estado que derrocó a Mossadegh en Teherán en 1953. Es un comienzo.

Los chíitas, esos siniestros ciudadanos devotos de ciudades sagradas, y muy especialmente sus líderes de opinión religiosa, los mujtajids, que pueden atar y desatar con una palabra, cuya autoridad deriva de su familiaridad íntima con un conocimiento acumulado de todo punto irrelevante para los asuntos del mundo y sin valor en ninguna rama del conocimiento humano.

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