Es noticia
La rendición
  1. España
  2. Tribuna
Antonio Camuñas

Tribuna

Por
Antonio Camuñas

La rendición

Al  final, quién mejor que una niña para decirnos la verdad: “Cuando seamos muchos más, llegará un momento en que España tendrá que rendirse” decía risueña

Al final, quién mejor que una niña para decirnos la verdad: “Cuando seamos muchos más, llegará un momento en que España tendrá que rendirse”, decía risueña Estel junto con otros jóvenes amigos que, al canto del “¡volem, volem, volem la independència!”, estaban prestos a cogerse de la mano y seguir “al conejo blanco que no paraba de mirar su reloj.”

Ya dijo André Breton que, en Alicia en el País de las Maravillas, “la adaptación al absurdo vuelve a admitir a los adultos en el misterioso reino habitado por los niños”. Un reino que oscila entre Eurodisney y la virtualidad de la redes sociales, y que no contempla los extraños sucesos que les esperan a los jóvenes de mejillas esteladas tan pronto decidan introducirse en la madriguera: allí les aguardan el Charco de las Lágrimas, el Sombrerero Loco, la sonrisa congelada del Gato de Cheshire y los caprichos de la despiadada reinona. Estel y sus confiados amigos revivirán cómo la casa -ahora espaciosa- se les irá haciendo pequeña poco a poco, igual que se reducía la Habitación de Fermat cada vez que los matemáticos no acertaban a resolver los enigmas. Entretanto, los personajes que salgan a su paso les resultarán tan insoportables que -como Alicia- acabarán gritando un indignado “¡Nunca en mi vida he recibido más órdenes!…” Así son los cuentos.

En todo caso, el anhelo de Estel de que España se rinda no hay que interpretarlo en clave de ofensa. Ni en su caso ni en el de tantos que han optado por seguir al conejo blanco hasta su morada. Hablan de rendirse en el sentido del “¡ríndete!” al que jugábamos en los recreos. Yo creo que Estel siente que está a punto de ganarnos al escondite inglés, ese en el que se avanza aprovechando que el otro cuenta mirando a la pared. Un pasatiempo en el que, si apuras el paso al máximo, al final te pueden pillar.

Lo que Estel ignora es que, desde que empezó el juego, la hemos pillado no una, sino muchas veces, y que pocas cosas resultan tan desagradables como terminar con la ingenuidad de una niña, en estos tiempos en que a poco que se descuiden los más pequeños salen coronados de las hamburgueserías y luego se refugian en sus repúblicas de Ikea para chatear con los amigos. Lo que ocurre es que hay una gran parte de España que no quiere resolver los problemas como antaño, y le gustaría hacer historia sin que nadie tuviera que entregar por ella ni una sola aplicación de su iPad.

Una España embelesada dispensa los mayores honores a los catalanes en todos los ámbitos e instancias: desde la principal de las patronales, a las mayores entidades financieras, empresas de índole estratégica, la industria editorial y cultural en sus distintas vertientes están hoy en día lideradas por catalanes de pro que participan activamente en el diseño de los guiones y los diálogos de cada episodio que emite la cronología patria

Los ojos iluminados de quienes, como Estel, esperan nuestra pronta rendición no son capaces de entender que la piel de toro hace mucho tiempo que se entregó a Cataluña de muy distintas formas. Y no sólo protegiéndola de la competencia exterior, favoreciéndola frente a regiones limítrofes o mimándola como a ninguna otra parte del territorio español. Incluso hoy en día, en plena exaltación de la necesidad de liberarse, cuando sus paisanos publican “Prisioneros de España” en el New York Times, es España entera la que se ha rendido al hechizo de Cataluña, hasta el punto de perder muchas de sus propias señas de identidad por el camino.

Estel vive en una España que no sólo se vuelca emocionada ante los triunfos de tantos deportistas que a ella le han enseñado que “Madrid” les usurpa y que bien podrían competir a mayor gloria de la cuatribarrada. Una España embelesada dispensa los mayores honores a los catalanes en todos los ámbitos e instancias: desde la principal de las patronales, a las mayores entidades financieras, empresas de índole estratégica, la industria editorial y cultural en sus distintas vertientes están hoy en día lideradas por catalanes de pro que participan activamente en el diseño de los guiones y los diálogos de cada episodio que emite la cronología patria.

También las terminales informativas de referencia en prensa, radio y televisión del país, en cualquiera de las franjas horarias de su parrilla, tienen el marcado acento del antiguo principado. Esa inconfundible entonación (por cierto, la más adecuada para doblar películas al castellano) nos muestra el espejo de la realidad cotidiana y nos informa del devenir del mundo las 24 horas del día. También quienes más entretienen y hacen reír a la Gran Familia Española no son ya sevillanos haciendo de mariquitas, sino el humor inteligente salido de cabezas de Reus, Cornellà, Llobregat, Hospitalet y Mataró. Hasta a nuestro héroe épico del momento, D. Gonzalo de Montalvo, fue depositado por un águila roja disfrazada de cigüeña en un campanario de Granollers.

Si a todo ello se le une el papel de llave (inglesa también, por más señas) que obra en poder de las fuerzas políticas catalanas para la formación de Gobiernos de izquierdas y de derechas, el destacado papel individual de oriundos de la comunidad autónoma en cada uno de los Ejecutivos de la democracia y que en el horizonte se adivina el pronto regreso de una joven promesa catalana como primera candidata a presidir un Gobierno de la nación, la pintura al completo se nos antoja bien diferente a ese dibujo abocetado al pastel con el que los ojos de la niña Estela ven el mundo que le rodea.

El problema de interpretar el mundo adulto con pupilas infantiles es que la gente de buena fe se ve sorprendida en aspectos inusitados: este verano, sin ir más lejos, pudimos comprobar asombrados cómo los mismos que piden la independencia asumen con la mayor naturalidad que gozarían de la doble nacionalidad catalano-española, al menos “durante un periodo transitorio de varios años”. El leve manto de quita y pon del que hablaba Max Weber ha caído sobre nuestros hombros para obligarnos a un proceso de reidentificación permanente que resulta agotador.

Quizás la mejor recomendación posible a nuestros opinion-leaders y a todos sus conmilitones sea que dejen de lado la trilogía de Carroll y refresquen el Nostromo, esa obra publicada por entregas, que narra la independencia de un estado que Joseph Conrad sitúa en un llamado Golfo Plácido del Caribe, que a tantos se nos antoja un oasis mediterráneo. La gran novela, precursora de la narrativa latinoamericana, arranca lenta y trabajosamente, pero se acelera a golpe de pasiones patrióticas desatadas, de ambición sin límites en torno a una mina de plata, por la que cada grupo luchará en defensa de sus intereses, olvidando por completo los de la mayoría.

“En una situación sin salida, no tengo otra elección que la de acabar”, decía la última nota escrita en Port Bou por Walter Benjamin, ese que separaba las pulsiones históricas entre relatos de campesinos y relatos de navegantes. Ya es tarde para volver a salvar al soldado Mas de la emboscada en la que él mismo se ha metido, Sr. Rajoy. También para dar marcha atrás a las agujas del reloj, Sres. Navarro y Rubalcaba. Tenemos cosas mucho más importantes en juego en esta flota cuya envergadura es cada día mayor fuera de la península y de la que todavía somos Buque-Insignia. Pónganse cuanto antes a la tarea, o no duden que el pueblo español lo acabará haciendo por Vds.

*Antonio Camuñas, presidente de Global Strategies

Al final, quién mejor que una niña para decirnos la verdad: “Cuando seamos muchos más, llegará un momento en que España tendrá que rendirse”, decía risueña Estel junto con otros jóvenes amigos que, al canto del “¡volem, volem, volem la independència!”, estaban prestos a cogerse de la mano y seguir “al conejo blanco que no paraba de mirar su reloj.”

Cataluña