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Nadie pone en duda los motivos para la desesperación, excepto quizá algunos privilegiados oligarcas, que son precisamente los que –con su frivolidad– más la fomentan. Nadie,

Foto: El secretario general de Vox, Santiago Abascal. (EFE)
El secretario general de Vox, Santiago Abascal. (EFE)

Nadie pone en duda los motivos para la desesperación, excepto quizá algunos privilegiados oligarcas, que son precisamente los que –con su frivolidad– más la fomentan. Nadie, aunque sólo fuese para no caer en el ridículo, debería maquillar el sufrimiento de millones de españoles, la frustración de nuestros jóvenes, las penurias de los ancianos y el abandono que padecen las familias, como si fueran estructuras que hay que sacrificar para la supervivencia del sistema. Por supuesto que hay razones para la desesperación y hasta para la ira. La crisis múltiple no para de golpear los bolsillos, las mentes y los corazones, encaminando a la miseria a toda una gran masa social mientras el poder –indivisible e implacable con los derechos de las personas, pero arrendado a caciques y territorios– sigue dando muestras de ineficacia y corrupción generalizada.

No hace falta ser un adivino titulado para advertir el agotamiento de las viejas fórmulas. Toda una generación de dirigentes políticos, sindicales, financieros y patronales han preferido robar y medrar antes que atender al bien común. En el mejor de los casos su corrupción se ha limitado a contemporizar con los ladrones y los ineptos, presos de un fatalismo acomplejado y pusilánime. Entre estos, todavía hay quien pretende convencernos de que con sus balbuceos incoherentes va a sacarnos de la ruina, mientras afirman que del desastre o del penúltimo latrocinio se han enterado por la prensa.

La misma cantinela que usaban desde los primeros síntomas aparecidos en los años del pelotazo. Desde entonces –para muchos ciudadanos, desde siempre– los viejos partidos y los sindicatos se sientan en la misma mesa –a veces en el mismo banquillo– y olvidan sus diferencias mientras tratan de seguir expoliando un campo exhausto. No han tenido medida en su ambición, y ahora se presentan ante la opinión pública con golpes de pecho y penitencias, con la misma credibilidad administrativa que la jefatura de la gendarmería en la película de Casablanca.

El partido del Gobierno está en descomposición. Ha traicionado todos y cada uno de sus principios, ha incumplido todas y cada una de sus promesas electorales. Ha escalado al Gobierno entre auténticas mafias de poder, sólo equiparables a las de su aparente rival, en esa corrupción transversal disfrazada de consenso y de centrismo. Juntos han descargado sobre los españoles de a pie todo el peso de la crisis, renunciando a reducir el tamaño del Estado que hace tanto tiempo parasitan; juntos también, han hecho posible que crecieran los órdagos separatistas, contemporizando con los sediciosos como si estuviesen autorizados a comerciar con nuestra soberanía.

Pero, por si tanta calamidad no fuera suficiente, en un último y envenenado legado han hecho posible la reaparición de populismos socialistas, fantasmas del pasado que disfrazan de vanguardias 2.0 sus recetas decimonónicas y totalitarias. Ante esta realidad sobrecogedora, el Partido Popular pretende imponernos una elección funesta, un futuro maldito: ladrones o comunistas. Van a agitar el miedo al frentepopulismo como único banderín de enganche electoral, y es cosa tan evidente que hay hasta quien sospecha que tanto espacio mediático a Pablo Iglesias no está mal mirado en el edificio de Génova, ese que se reforma con la caja B.

Nadie puede poner en duda, en fin, que hay motivos para desesperarse. Pero en las pruebas duras es donde se aprecia el temple y la naturaleza de los pueblos, y a veces sólo hace falta un gesto valiente, una palabra sincera, para transformar la desesperación y la ira en ilusiones de futuro. Desde Vox vamos a trabajar sin descanso para que exista una alternativa real, sensata, implacable con la corrupción y fiel a los principios que hacen posible la convivencia. Una alternativa que propone una reforma profunda del sistema, que evite un colapso político y social, deteniendo el derrumbe que alienta el chavismo herricotabernero de Podemos, a quienes no les importa que el edificio se vaya a desplomar sobre los más débiles.

Vox está decidido a ocupar todo un espacio electoral que ahora carece de representación, para que la derecha política vuelva a estar presente en las instituciones. Así lo exigen millones de españoles ahora sin voz que saben del fracaso y la estafa de las autonomías, los que entienden que no hay futuro sin orden y sin familias, los que creen en la libertad y en la propiedad privada, los que se oponen a una depredadora fiscalidad, al relativismo totalitario o a que se les hurte su soberanía.

Sabemos que ha sido la sumisión a las políticas de la izquierda las que nos ha traído a esta situación crítica, y que sería un suicidio profundizar en ellas, tanto en su versión oligarca –la del PP y PSOE– como en la nueva marca del populismo socialista. Vox aparece para corregir la siniestra deriva del sistema, sabemos que hay que volver a creer, en nosotros mismos y en España, que resignarse ante las noticias de hoy es rendir un mañana que pertenece a nuestros hijos. Y que no tenemos la opción de fallarles.

*Santiago Abascal es presidente de VOX

Nadie pone en duda los motivos para la desesperación, excepto quizá algunos privilegiados oligarcas, que son precisamente los que –con su frivolidad– más la fomentan. Nadie, aunque sólo fuese para no caer en el ridículo, debería maquillar el sufrimiento de millones de españoles, la frustración de nuestros jóvenes, las penurias de los ancianos y el abandono que padecen las familias, como si fueran estructuras que hay que sacrificar para la supervivencia del sistema. Por supuesto que hay razones para la desesperación y hasta para la ira. La crisis múltiple no para de golpear los bolsillos, las mentes y los corazones, encaminando a la miseria a toda una gran masa social mientras el poder –indivisible e implacable con los derechos de las personas, pero arrendado a caciques y territorios– sigue dando muestras de ineficacia y corrupción generalizada.

Vox Santiago Abascal