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Un riesgo invisible

Tras los resultados electorales, la única vía de acceso hacia una nueva regeneración del pacto sólo puede pasar por un ejercicio de diálogo, convergencia y seducción mutua

Foto: La candidata de Ahora Madrid a la Alcaldía de la capital, Manuela Carmena. (EFE)
La candidata de Ahora Madrid a la Alcaldía de la capital, Manuela Carmena. (EFE)

Muchas son las lecturas que han generado los resultados electorales del pasado domingo y, en su gran mayoría, suelen ser coincidentes. Por ello creo que sería sensato prolongar el análisis más allá de la interpretación evidente por más que, detrás de ella, no dejen de extraerse conclusiones relevantes y de cierta sonoridad. Resulta innegable el viraje que ha evidenciado el electorado español y que atiende, en gran medida, al justificado descontento fruto del desmantelamiento sucesivo de los pilares cívicos y morales sobre los que se asienta el pacto social. Ese pacto social, sin embargo, corre el riesgo de resentirse en otra dirección después de las últimas elecciones.

Existen, desde luego, motivos para saludar esperanzados los nuevos aires del cambio pero, al mismo tiempo, tampoco podemos dejar de atender el celo conservador desde el que numerosos ciudadanos diagnostican como fatal o radical el éxito de aquellos partidos surgidos a partir de la indignación o el desencanto. Lo relevante, desde luego, no es (o no sólo) analizar cuáles son los motivos o razones que inspiran a la izquierda y la derecha, sino sondear el estado de desmantelamiento en el que ha quedado el horizonte común que resulta imprescindible para la constitución de cualquier ethos político saludable.

Aquellos que no han confiado en la alternativa del cambio albergan razones y motivos que pueden, o no, resultar legítimos

Un caso paradigmático lo encontramos en Madrid donde,con toda probabilidad, gobernará Manuela Carmena. Creo que cometeríamos un error de diagnóstico si nuestro juicio se detuviera en festejar o censurar una esperanza refrendada por medio millón de madrileños. Sin embargo, frente a la lista encabezada por la jueza, no podemos obviar que, en esa misma ciudad, compartiendo las mismas aceras, los mismos parques, el mismo aire y, por cierto, las mismas leyes, existe otra cuota equivalente de ciudadanos para los que el gobierno de Ahora Madrid representa una amenaza casi inasumible.

Esta percepción no rebasaría la categoría de lo anecdótico si no fuera por su reversibilidad, esto es: la irreconciliable distancia que se impone entre las dos listas más votadas podría manifestar una ruptura de coordenadas comunes de convivencia absolutamente imprescindible para la constitución o renovación de una ciudadanía próspera y viable.

Existen motivos para saludar los nuevos aires del cambio, pero tampoco podemos dejar de atender el celo conservador de numerosos ciudadanos

Toda democracia exige la protección de un consenso de mínimos en los que el disenso ideológico no pueda interpretarse como una rivalidad visceral ni como una escisión categorial entre amigos y enemigos, por lo que esta fractura en la ciudadanía podría convertirse en el enésimo daño colateral de una crisis que, con demasiada crudeza, ha venido castigando a la ciudadanía española. Es por ello que, de haber llegado el prometido tiempo nuevo, además de regeneración democrática, pactos anticorrupción y legitimación de las instituciones, los nuevos agentes políticos –unos y otros–deben asumir como prioritaria la reconstitución de un horizonte ideológico mínimo sobre el que pueda volver a asentarse un pacto de convivencia en el que la diferencia se interprete no como un obstáculo, sino como el motor de nuestra democracia.Por eso fueron tan certeras las palabras de Manuela Carmena en su discurso de la noche electoral, en las que invitaba a la seducción y por eso todo el espectro ideológico debe ser exigente en la gestación del nuevo pacto.

Aquellos que no han confiado en la alternativa del cambio albergan razones y motivos que pueden, o no, resultar legítimos. Sin embargo, la única vía de acceso hacia una nueva regeneración del pacto sólo puede pasar por unejercicio de diálogo, convergencia y seducción mutua. Si permitimos que sean sólo los líderes políticos los que se sirven de términos como pacto, acuerdo o consenso, atentaremos contra el mantra tantas veces repetido y, entonces sí, será la política la que tenga la ciudadanía que merece.

* Diego S. Garrocho Salcedo es profesor de Ética en la Universidad Autónoma de Madrid

Muchas son las lecturas que han generado los resultados electorales del pasado domingo y, en su gran mayoría, suelen ser coincidentes. Por ello creo que sería sensato prolongar el análisis más allá de la interpretación evidente por más que, detrás de ella, no dejen de extraerse conclusiones relevantes y de cierta sonoridad. Resulta innegable el viraje que ha evidenciado el electorado español y que atiende, en gran medida, al justificado descontento fruto del desmantelamiento sucesivo de los pilares cívicos y morales sobre los que se asienta el pacto social. Ese pacto social, sin embargo, corre el riesgo de resentirse en otra dirección después de las últimas elecciones.

Manuela Carmena