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La hora de Churchill

Ha llegado la hora de exigir al Gobierno que actúe para reponer la legalidad en Cataluña, porque para eso le pagamos, para que mantenga las leyes

Foto: El presidente del Gobierno y del PP, Mariano Rajoy. (EFE)
El presidente del Gobierno y del PP, Mariano Rajoy. (EFE)

Ha pasado ya el tiempo de reflexionar sobre lo que hubiera ocurrido si el Presidente Rodríguez Zapatero no hubiera cometido la irresponsabilidad de llamar a su despacho al Sr. Mas y animarle a que propusiera un Estatuto sin preocuparse de que desbordara los límites constitucionales; no tiene ya sentido debatir sobre lo que hubiera ocurrido si un grupo de diputados socialistas (un tal Guerra, un tal Leguina…) hubieran dicho no al Proyecto de Estatuto de Cataluña remitido a las Cortes bajo el lema zapateril de “aprobaré lo que los catalanes decidan”; no sirve de nada ya especular sobre si fue bueno o malo que el PP recurriera ante el Tribunal Constitucional un Estatuto que consideraba (y era) inconstitucional.

De nada sirve a estas alturas debatir sobre lo que hubiera pasado si los sucesivos Gobiernos (primero el de Zapatero y después el de Rajoy) hubieran actuado para garantizar que las autoridades de Cataluña cumplieran las sucesivas sentencias de los Tribunales; de nada vale ya debatir sobre lo que hubiera pasado si el Gobierno hubiera utilizado los recursos legales a su disposición para impedir que el 9-N se produjera una votación prohibida expresamente por el TC.

Esa amenaza que negaban el establishment político, económico y mediático es una realidad precisamente como consecuencia de su prolongada desidia

Es inútil que debatamos ahora sobre lo que tendría que haber hecho el Gobierno de España para evitar que el Gobierno de Cataluña lleve años montando estructuras de Estado con el dinero de todos los españoles. Ha pasado ya el tiempo de hacer pedagogía democrática para evitar el riesgo de una ruptura que ha dejado de ser hipotético y se ha convertido en real. Hoy ya hemos superado ese tiempo precioso en el que era preciso reflexionar, alto y claro y para todos los españoles, sobre el riesgo y los costes de una hipotética ruptura de España. Hoy ya sabemos que la ruptura de España, esa posibilidad que mucha gente negaba de forma interesada porque reconocerlo les hubiera obligado a actuar de otra manera, era un riesgo cierto.

Hoy esa amenaza que negaban el establishment político, económico y mediático es una realidad precisamente como consecuencia de su prolongada desidia. La ruptura de España a la que hoy nos enfrentamos es también el resultado de una violencia simbólica, ética y emocional que resultaba indispensable para convertir en “extranjero” y a menudo en “traidor” a un vecino, compañero, amigo o familiar. Y todo eso ha ocurrido ante la pasividad e incomparecencia de los poderes del estado. Y aquí tenemos las nefastas consecuencias de que el localismo, el regionalismo y el nacionalismo separatista hayan sido vistos con comprensión y simpatía por todos los poderes mientras había que pedir perdón para hablar de España y para defender lo común. Como venimos diciendo desde hace años, la resignación, la neutralidad, la pereza y el inmovilismo han sido los mejores aliados de los rupturistas.

Ya ha pasado el tiempo en el que pudimos cambiar las cosas hablando a favor de España, que es lo mismo que hacerlo a favor del pluralismo y la diversidad pero también a favor de la unidad y la ciudadanía compartida. Ya ha pasado el tiempo en el que las cosas podían haber sido de otra manera si nos hubiéramos empeñado colectivamente en explicar que España es el nombre de lo que nos reconoce nuestros derechos como ciudadanos. Ya ha pasado el tiempo en el que podíamos haber cambiado el rumbo de la historia si el conjunto de los españoles –y también los catalanes- hubieran comprendido que todos tenemos derecho a ser ciudadanos por entero y no españoles a medias.

En setiembre de 1938 Hitler, Mussolini, Daladier (primer ministro francés) y Chamberlain (primer ministro británico) firmaron vergonzantemente el Pacto de Múnich. Un pacto que suponía la anexión por parte de Alemania de la región checa de los Sudetes; un paso más para la creación del “espacio vital” con el que soñaban los nazis y que requería la vulneración de toda la legislación internacional desde el Tratado de Versalles.

Estamos ante un desafío colosal a nuestra democracia que nos obliga a superar el cálculo electoral y a hacer política con mayúsculas

Cuando Chamberlain volvió de tierras alemanas tuvo un recibimiento casi de héroe. Una de las pocas voces discordantes cuando se presentó ante la Cámara para defender el acuerdo fue la de Churchill. Algunas de sus palabras vienen a cuento en el momento político por el que atraviesa España: “….La responsabilidad debe recaer sobre los que ejercen el control indiscutible sobre nuestros asuntos políticos…La hora de la verdad no ha hecho más que comenzar (…) a menos que, mediante una recuperación suprema de la salud moral (…) volvamos a levantarnos y adoptar nuestra posición a favor de la libertad, como en los viejos tiempos”.

Hay un tiempo para cada cosa; y en España ha llegado la hora de la verdad. Ha llegado la hora de superar la absurda idea de que la aplicación de la ley depende de lo que “vote la gente”, porque lo único que nos puede salvar es precisamente la aplicación de la ley. Ha llegado la hora de exigir al Gobierno que actúe para reponer la legalidad en Cataluña, porque para eso le pagamos, para que mantenga las leyes.

Ya ha pasado el tiempo de lamentarnos sobre lo que podía haber sido y no fue. Estamos ante un desafío colosal a nuestra democracia que nos obliga a superar el cálculo electoral y a hacer política con mayúsculas. No es el tiempo de los paniaguados ni de los cobardes; es el tiempo del patriotismo constitucional, el tiempo de actuar en defensa de la ciudadanía y de la democracia. Porque ya no estamos en Múnich, ya han llegado a Polonia y no se puede esperar ni un minuto más. Es el tiempo de Churchill.

*Rosa Díez González. Diputada Nacional de UPyD y Portavoz Parlamentaria.

Ha pasado ya el tiempo de reflexionar sobre lo que hubiera ocurrido si el Presidente Rodríguez Zapatero no hubiera cometido la irresponsabilidad de llamar a su despacho al Sr. Mas y animarle a que propusiera un Estatuto sin preocuparse de que desbordara los límites constitucionales; no tiene ya sentido debatir sobre lo que hubiera ocurrido si un grupo de diputados socialistas (un tal Guerra, un tal Leguina…) hubieran dicho no al Proyecto de Estatuto de Cataluña remitido a las Cortes bajo el lema zapateril de “aprobaré lo que los catalanes decidan”; no sirve de nada ya especular sobre si fue bueno o malo que el PP recurriera ante el Tribunal Constitucional un Estatuto que consideraba (y era) inconstitucional.

Artur Mas Mariano Rajoy