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Y que Sánchez quiera salvar al soldado Sánchez

Sánchez, en misión suicida, sabe que solo le sirve, para salvar su cabeza, encabezar un Gobierno. Nuevas elecciones significan su fin, igual que un Gobierno del PP sería su certificado de defunción

Foto: Pegada de carteles del PSOE en el pistoletazo de salida de la campaña electoral del 20-D. (Reuters)
Pegada de carteles del PSOE en el pistoletazo de salida de la campaña electoral del 20-D. (Reuters)

Andan pleiteando los que de pleitos viven interpretando, sin mucha sutileza, el papel de Pedro Sánchez al hilo de la película de Rossellini 'El general della Rovere'. Esta película de 1959, basada en una historia del periodista Indro Montanelli (quien supuestamente la escuchó mientras estuvo preso en una cárcel de Mussolini), narra la historia de un rufián de medio pelo, sablista, superviviente sin conciencia, de poca moral y mucha cobardía que termina encarcelado por delitos de poca monta en la Italia ocupada por los nazis. Una vez en prisión, los alemanes le ofrecen un pacto: hacerse pasar por el jefe máximo de la Resistencia, el general della Rovere, abatido por los nazis y cuya identidad desconocen los demás detenidos, con el fin de obtener información y poder desmantelar la oposición al fascismo. Miedoso y con pocos escrúpulos, acepta, pero según van confesándose ante él los presos, compartiendo historias invisibles de heroísmo y generosidad, va asumiendo el papel y terminará siendo ejecutado como si el mismísimo general della Rovere fuera, sintiéndose redimido de cualquier cosa que hubiera hecho en el pasado y haciendo un bien al país que nunca hubiera imaginado.

Esta metáfora la usó Javier Cercas para referirse a Adolfo Suárez, y, que yo recuerde, nadie le acusó de llamar a Suárez estafador ni mentiroso (cosa que sí han hecho algunos cuando el metaforizado ha sido Sánchez): porque lo relevante no era de dónde venía el que fue secretario general del Movimiento, sino a dónde quiso conducir a España como presidente del Gobierno que convocaría las primeras elecciones de la transición y apuntalaría la restauración borbónica.

Pedro Sánchez siempre ha sido un buen burócrata del PSOE. En nómina del partido ininterrumpidamente desde que termina sus estudios -salvo un pequeño desajuste rápidamente corregido tras un par de dimisiones-, siempre ha sido obediente con lo que le ha mandado su organización. Fuera el mandato de colaborar en la reforma del artículo 135 de la Constitución -de cuya elaboración se jactaba, aunque luego le reprocharía a Zapatero haberla realizado- o pertenecer a la Asamblea de Caja Madrid que aprobó las preferentes o distribuyó las tarjetas 'black'. Sánchez no fue nunca el responsable de estos desmanes. Simplemente era obediente, como casi todos los burócratas del PSOE que decidieron hacer carrera dentro del partido. Esto no les hace especialmente culpables. Simplemente demuestra que las burocracias de los partidos son inútiles para reformarse desde dentro.

Cuando Sánchez toma la decisión de presentarse a las generales, la vieja guardia enfila sus baterías contra él y pide su cabeza en una pica a la entrada de Ferraz

En alguna ocasión temprana le preguntaron si quería postularse a la secretaría general, pero en ese momento, como les ocurre a quienes eligen la vida de partido, trabajaba para una candidatura, en su caso la de Carme Chacón. De manera muy clara alejó la idea, no fuera a ser que cayera en desgracia. Años después, y tras la fracasada cirugía Rubalcaba, se presentó en las primarias para dirigir el PSOE. Concurría con la izquierda socialista de Pérez Tapias y la supuesta renovación generacional expresada en Eduardo Madina. Susana Díaz, Felipe González y la vieja guardia escogieron a Sánchez, y, dicen las malas lenguas, ahí empezaron sus problemas.

Al parecer, solo le habilitaban para ser secretario general, no candidato a La Moncloa. Cuando toma la decisión de presentarse a las elecciones generales, esa misma guardia enfila sus baterías contra él y una parte importante de la nomenklatura del PSOE empieza a decir con total claridad que quieren su cabeza en una pica a la entrada de Ferraz. El odio a Sánchez en las filas socialistas merece un aparte en la historia de la psiquiatría política, teniendo rasgos de tan dudosa catadura como la capacidad de llenar de ira a gente que nos enseñó el perdón y la compasión (como Eduardo Madina). La vieja política de partido es tóxica, sobre todo de la puerta de casa para dentro.

Y en esas llegamos al resultado del 20-D. Podemos prometió romper el bipartidismo y cumplió, aunque no llegó al 'sorpasso'. Ciudadanos prometió ser la renovación y apenas se ha convertido en la muleta de lo que haga falta (no es extraño, cuando vemos que Rivera vale tanto para desvestirse como para vestirse con lo que le mande el jefe de vestuario). El PP no prometió porque solamente jura, pero hasta el papa Francisco se les ha hecho un poco comunista. Millones de votos perdidos y quórum de sobra en las cárceles para celebrar congresos del partido, pero aguanta el voto, que en la España cañí se paga más alto precio por el debate interno que por llevarse uno hasta las cucharillas de los bares o el dinero de la cooperación al desarrollo.

El PSOE pensaba que iba a tener el peor resultado de su historia, pero pese a haber tenido el peor resultado de su historia se ha creído la mentira de que los 300.000 votos de más que le ha sacado a Podemos le bastan para vestir de gala su debacle. Izquierda Unida, igual que desde que nació, ha vuelto a pagar el precio de una ley electoral de tufo mafioso, completada por el juego de tahúres consentido por el PSOE, que a cambio de la Presidencia de la Cámara -puesto formal- le ha entregado el control de la Mesa del Congreso -poder real- al PP y a Ciudadanos, quienes han negado grupo parlamentario a Unidad Popular seguramente pensando en Paracuellos. Perdonen el tono y el regusto a política antigua de este relato, pero la cosa en general no ha sido muy edificante.

Puede hacer como Zapatero y plegarse ante los que chantajearon a España con amenazas y maneras de la 'cosa nostra', o puede atreverse a hacer historia

Sánchez, en misión suicida, sabe que solo le sirve, para salvar su cabeza, encabezar un Gobierno. Nuevas elecciones significan su fin, igual que un Gobierno del PP sería su certificado de defunción en el próximo congreso socialista. Y aquí es donde empieza la música. Porque aquí es donde Sánchez puede hacer como Zapatero y plegarse ante los que chantajearon a España con amenazas y maneras de la 'cosa nostra', o puede atreverse a hacer historia. Zapatero no lo hizo y mucho tendrá que luchar para encontrar un hueco que le exonere de aquella falta de valor. Sánchez puede ser el nuevo general della Rovere que sabe que hay cosas más grandes que uno mismo, o ser un burócrata más cuya desaparición de la escena política no servirá ni para mejorar en nada ni la situación de los españoles ni para marcar un hito en el compromiso de su partido con las mayorías.

Si Sánchez pacta con Ciudadanos -que es, ya lo ha demostrado Rivera, la marca blanca de las políticas conservadoras-, todo lo que España se ha esforzado desde el 15-M, el trabajo de las mareas, las luchas contra las privatizaciones, las plataformas contra los desahucios, la defensa de la escuela y la sanidad públicas quedará pendiente. Será el momento igualmente de que la Unión Europea consolide su desmantelamiento de la Europa social y el Ibex 35 habrá triunfado en su política de armar un Podemos de derechas que permita hacer lo mismo con mayor legitimidad. El PSOE nunca se ha encontrado con nadie de Ciudadanos en las luchas contra las privatizaciones. ¿Y resulta que ahora va a gobernar con ellos en la dirección contraria? Merecerá el reproche de sus votantes.

Por el contrario, el acuerdo con Podemos viene a romper una maldición de la política española: que mientras que la derecha siempre va unida, las fuerzas de cambio siempre van fragmentadas. Gracias a esto, Rajoy, con el 30% escaso de los votos, ha tenido mayoría absoluta. Una parte del PSOE quiere una gran coalición -aunque luego ejecutarán a Sánchez por haberla formado- y, como ya hizo González en 1993, prefiere sostener fraudes como el de Pujol antes que permitir que entre en el Gobierno nadie que pueda mirar debajo de las alfombras. Por eso, Iglesias ha exigido cargos, porque la única manera de llevar a cabo esas nuevas políticas será con gente que se responsabilice de realizarlos. Con el PSOE, desgraciadamente, no basta escribir las cosas.

España no va a aceptar un acuerdo del PSOE con Ciudadanos bajo la mirada silenciosa y complaciente de Podemos. Sería mentir a 11 millones de votantes

España no va a aceptar un enjuague político como el que se está planteando: un acuerdo del PSOE con Ciudadanos bajo la mirada silenciosa y complaciente de Podemos. Eso sería mentir a 11 millones de votantes. El PSOE pensará que le da lo mismo. Aunque si es honesto y esa es su voluntad, debe ir desde ya a una gran coalición con el PP, que es lo que realmente significa en términos económicos un Gobierno con Ciudadanos.

Podemos no puede caer en esas formas de la vieja política sin cavar su tumba. Por el contrario, tiene la obligación de aceptar la puesta en marcha de las reformas sociales planteadas por Sánchez. No hace falta un mes. En una semana, Ciudadanos puede responder hasta dónde está dispuesto a llegar en la agenda social planteada por el PSOE. Y como Garicano, Fedea y el Ibex 35 ya han hablado, conviene que Sánchez deje de perder el tiempo y haga algo por salvar al soldado Sánchez. Que pasa, exclusivamente, por escuchar la voluntad de cambio por abajo y a la izquierda -no por arriba y a la derecha- que han expresado las urnas el 20-D. No vaya a ser que esté todo un ejército queriendo rescatar al soldado y él en verdad no tenga ninguna voluntad de que nadie venga en su ayuda.

Andan pleiteando los que de pleitos viven interpretando, sin mucha sutileza, el papel de Pedro Sánchez al hilo de la película de Rossellini 'El general della Rovere'. Esta película de 1959, basada en una historia del periodista Indro Montanelli (quien supuestamente la escuchó mientras estuvo preso en una cárcel de Mussolini), narra la historia de un rufián de medio pelo, sablista, superviviente sin conciencia, de poca moral y mucha cobardía que termina encarcelado por delitos de poca monta en la Italia ocupada por los nazis. Una vez en prisión, los alemanes le ofrecen un pacto: hacerse pasar por el jefe máximo de la Resistencia, el general della Rovere, abatido por los nazis y cuya identidad desconocen los demás detenidos, con el fin de obtener información y poder desmantelar la oposición al fascismo. Miedoso y con pocos escrúpulos, acepta, pero según van confesándose ante él los presos, compartiendo historias invisibles de heroísmo y generosidad, va asumiendo el papel y terminará siendo ejecutado como si el mismísimo general della Rovere fuera, sintiéndose redimido de cualquier cosa que hubiera hecho en el pasado y haciendo un bien al país que nunca hubiera imaginado.

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