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Esperando al PSOE

El PSOE ha ido perdiendo apoyo ciudadano, y aún hoy no ha encontrado la fórmula para conectar de nuevo con las mayorías sociales

Foto: El líder del PSOE, Pedro Sánchez, durante un acto preelectoral del partido. (EFE)
El líder del PSOE, Pedro Sánchez, durante un acto preelectoral del partido. (EFE)

El PSOE ha sido un proyecto político para la mayoría social española desde la Transición democrática. De los últimos 38 años vividos en democracia, el PSOE ha gobernado más de la mitad: lo hizo con Felipe González al frente en la década de los ochenta y noventa (82-96) y después en los 2000 (04-11) con José Luis Rodríguez Zapatero. Ambas etapas supusieron los periodos de mayor impulso transformador igualitario de España, lo que nos situó entre las naciones con mayores derechos políticos y económicos de Europa.

La primera etapa dio paso al PP como consecuencia del desgaste de una acción de gobierno que enfrentó los problemas estructurales derivados de la transición de la dictadura a la democracia. El Gobierno de la derecha acabó metiéndonos en la ilegal y, hoy sabemos, inútil guerra preventiva de Irak. Tras esa aciaga dupla de legislaturas, los socialistas recuperamos el Gobierno con un proyecto de desarrollo de libertades individuales y el reconocimiento de derechos sociales sin parangón en ningún país occidental en toda la historia moderna. Esta segunda etapa se truncó como consecuencia de la enorme crisis económica mundial, cuyas causas y origen deben situarse muy lejos de las políticas socialdemócratas y de nuestras fronteras.

Desde entonces, el PSOE ha ido perdiendo apoyo ciudadano, y aún hoy no ha encontrado la fórmula para conectar de nuevo con las mayorías sociales. Proporcionalmente a ese debilitamiento político del PSOE, el bienestar social se ha ido deteriorando por la acción erosiva de las políticas neoliberales del Partido Popular en sus dos etapas de gobierno. A pesar de ello, la base electoral de la derecha responde a los múltiples avatares que le afectan con mayor, diríamos, 'lealtad'. Su construcción ideológica soporta mejor la insignificancia de las políticas públicas llevadas a cabo desde el Gobierno y el descrédito de las instituciones democráticas, toda vez que poderes fácticos, tan intangibles como reales: los mercados, los inversores, se movilizan en defensa de sus intereses políticos y electorales.

El PSOE debe rebatir dialécticamente esos regresivos cantos de sirena porque nos apartan de un progreso social fiable con propuestas radicales y oportunistas

El proyecto socialdemócrata europeo -asumido en 1979 por el PSOE en su XXVIII Congreso Federal con la superación del marxismo como referencia ideológica- facilitó a los socialistas españoles acceder al Gobierno. Se necesitó una crisis en la dirección del partido, un líder con sólidas convicciones y un congreso extraordinario, el llamado veintiocho y medio, para admitir que el socialismo democrático español va más allá del mero análisis de la sociedad por medio de leyes objetivas, o del proceso dialéctico como método para conformar el pensamiento político; y, por supuesto, de la lucha de clases, que según Karl Marx reconciliaba la teoría y la práctica de la revolución. Todo ello en consonancia con la línea emanada del congreso de los socialistas alemanes en Bad Godesberg en el año 1959. El PSOE recogió este planteamiento en lo que se llamaron las 59 tesis (a P. Iglesias le vale con un guiño tunante), recordando a su número reverso: las 95 tesis que Lutero clavó en la puerta de la iglesia de Wittenberg para reivindicar la responsabilidad personal frente a la absolución arbitraria.

Las razones que a los socialistas de entonces parecían elementales eran: la primera, porque el progreso social solo se produce cuando avanza toda la sociedad a un mismo ritmo, para lo que es preciso tener instrumentos de representación que integren los diferentes estratos sociales. Y la segunda, porque el único medio de transformación social era la confrontación democrática como mecanismo de acceso a los poderes del Estado. Estos dos principios están hoy, si cabe, más vigentes que nunca, debido a la aparición en la política española de fuerzas de raíz leninista y estrategia populista que quieren reeditar la lucha de clases: la gente frente a la casta, proclaman, por un lado, y reconciliarse con la revolución en lo que han llamado el asalto a los cielos, por otro.

El PSOE debe rebatir dialécticamente esos regresivos cantos de sirena porque nos apartan de un progreso social fiable con propuestas radicales dictadas por el oportunismo (las cacareadas emergencias); nos desvían del proceso institucional democrático con atajos a las tierras prometidas de 'reseteadas' dictaduras del proletariado (nueva Constitución sin consenso), y porque nos distancian de Europa con promesas de echar a latigazos a los 'mercaderes' del templo sin darse cuenta de que esos 'comerciantes' han creado el lugar del planeta con mayores y mejores derechos sociales (salida de la UE).

La vigencia de las asunciones políticas y económicas del proyecto socialdemócrata ha sido puesta en duda por los grandes retos de nuestros días

El proyecto socialdemócrata está en las antípodas de esas políticas por más que ahora se juegue infantilmente a la confusión. Este consiste en intervenir social y económicamente en favor de la justicia social en el marco de la democracia representativa, en ordenar la economía de mercado mediante un régimen de negociaciones colectivas en favor de las fuerzas del trabajo, en redistribuir los ingresos del Estado en favor del interés general y en el desarrollo de políticas de bienestar social. Con estos valores la socialdemocracia ha combatido en Europa las políticas liberales en los últimos tres cuartos de siglo, consiguiendo mayorías sociales en favor de libertades públicas con derechos, una convivencia social solidaria, y de comportamientos económicos justos (lo que se conoce como la Treintena Gloriosa). Y son el soporte empírico e histórico del PSOE para conformar las mayorías democráticas que han desafiado las políticas liberales de la derecha (UCD, AP, PP, etc.) con propuestas centradas en el bienestar de las personas y en el progreso social. Ese, y no otro, es el propósito del PSOE, esa, y no otra, es su utilidad pública.

La vigencia de las asunciones políticas y económicas del proyecto socialdemócrata ha sido puesta en duda en toda Europa- en España también- por los grandes retos de nuestros días: la globalización, el cambio del paradigma de la economía industrial a la financiera, o la revolución tecnológica que lleva a la humanidad a unas fronteras nunca antes exploradas (p. ej.: el transhumanismo). Sin embargo, existen circunstancias específicas que deben ser tenidas en cuenta de forma inmediata: en primer lugar, la brutal crisis económica internacional, y en segundo término y como consecuencia de aquella, los recientemente aparecidos populismos.

Esta ética de la responsabilidad de los socialistas no es entendida fácilmente por las masas sociales cuando ven cómo su calidad de vida se deteriora

La redistribución de rentas en una economía sin crecimiento es un absurdo conceptual que limita la capacidad de las políticas reales de izquierda. Y una economía en recesión exige el establecimiento de políticas fiscales y presupuestarias que han sido malinterpretadas socialmente. Estas políticas han sido percibidas como injustas y han trasladado la idea de que los poderes públicos no han atendido de forma igualitaria a todos.

El partido socialista, cuando ha sido Gobierno, ha practicado políticas de Estado que han priorizado la recuperación económica, condición 'sine qua non' para la redistribución, y desde la oposición, haciendo criticas razonables en un contexto de crisis. Esta ética de la responsabilidad de los socialistas no es entendida fácilmente por las masas sociales cuando ven cómo su calidad de vida se deteriora, por lo que no es de extrañar que penalicen al partido que le resulta más cercano. En las últimas elecciones lo hicieron redirigiendo su voto a la fragmentación o a la abstención.

El populismo español ha centrado su punto de mira en el PSOE, a quien responsabiliza del destrozo que el tsunami de la crisis económica está dejando a su paso

El segundo elemento (como he comentado, consecuencia del anterior) que ataca la credibilidad y solvencia del proyecto socialdemócrata ha sido el brote del populismo al calor de las insatisfacciones sociales. Los populismos son como las bombas, que pueden estar cargadas de muy diverso material explosivo. En algunos países europeos, ha sido el fanatismo fascista, en otros el fanatismo antieuropeísta, y aquí en España, ha sido el fanatismo izquierdista.

El populismo español ha centrado su punto de mira en el PSOE, a quien responsabiliza del destrozo que el tsunami de la crisis económica está dejando a su paso. El origen izquierdista de sus líderes es una amalgama compuesta para la ocasión por revolucionarios anacrónicos y desubicados, 'apparatchik' de viejos partidos comunistas más cerca de Lenin que de Marx, algunos socialdemócratas frustrados por su falta de expectativas personales, sempiternos progres ávidos de cualquier bandera - todos ellos con cuentas pendientes con el PSOE- y jóvenes sin expectativas personales y laborales justamente indignados. Este es el galimatías ideológico del cóctel molotov que el populismo ha dirigido contra el sistema político español, para minimizar, cuando no liquidar, los logros de la socialdemocracia con la sola pretensión de hacer saltar por los aires al PSOE.

Estas dos circunstancias han determinado, además de errores políticos y estratégicos propios, que el respaldo electoral de los socialistas en las últimas elecciones del 20 de diciembre haya sido el peor, sin paliativos, de su ya larga historia. Esta situación electoral del PSOE no se revertirá en las próximas elecciones con una revisión ideológica regresiva que pretenda acercarse a los postulados populistas que se articulan en torno a demandas insatisfechas, que destilan resentimiento político e institucional, y exacerban los sentimientos de marginación. Si el PSOE no se confunde y mantiene el rumbo racionalmente, combatiendo el auge de las políticas ultraliberales, veremos cómo se diluye el sorprendente y rápido poder que ha acumulado el populismo español, porque la sociedad ya está percibiendo su mascarada.

La política de tierra quemada para hacerse con un coscurro de poder es suicida, tal vez no para los que la promueven, pero sin duda para los españoles

Hoy, con un oprobioso cinismo y unas desmedidas ansias de poder, se reclaman socialdemócratas 'nuevos', para distinguirse de los de verdad. Para dar credibilidad a este gesto de 'trilerismo' político, no han tenido el menor empacho en arrasar previamente con el crédito del Estado de bienestar logrado con mucho esfuerzo por los españoles en los años de gobierno de la 'vieja' socialdemocracia. La política de tierra quemada para hacerse con un coscurro de poder es tan vieja e injusta como suicida, tal vez no para los que la promueven, pero sin duda para los españoles. La desconfianza no genera esperanza, sino rabia, la que utiliza el populismo para agredir al competidor político.

La mejor respuesta desde la izquierda real consiste en insistir en las señas de identidad más representativas de la socialdemocracia con políticas dirigidas a revertir la desigualdad por medio de proyectos de integración y cohesión social, eliminar la opresión que la estrategia capitalista ejerce sobre los grupos sociales más vulnerables (los mayores y la infancia), facilitar el acceso a los servicios públicos universales como la Educación y la Sanidad, que ya tenemos gracias a los socialistas. La defensa de estas políticas ha de llevarse a cabo sin retóricas, racionalmente, para hacerlas compatibles con el modelo de economía social y de mercado constitucional y con el estilo de vida europeo que implica cotas equilibradas de libertad individual y de promoción social.

"El populismo es prometer lo que se sabe que no se puede cumplir o algo que es atractivo pero que se sabe que tendrá efectos negativos a largo plazo”

Debemos sentirnos orgullosos de una organización que defiende esos principios y que tiene el coraje de contrastarlos con las propuestas insolidarias y duales de la derecha que en las últimas décadas han predominado en Europa. Hoy, lamentablemente, también tenemos que retar las proclamas de los populismos izquierdistas, para subrayar las diferencias, empezando por sus 'utopías absolutas'. Los planteamientos emocionales populistas son irrealizables o contraproducentes, como se ha encargado de desvelar el ensayista venezolano Moisés Naím: "El populismo es prometer lo que se sabe que no se puede cumplir o algo que es atractivo pero que se sabe que tendrá efectos negativos a largo plazo”.

El PSOE debe renovar su alianza histórica con los ciudadanos para impulsar políticas de crecimiento, de justicia e igualdad que consigan el apoyo mayoritario para el Gobierno que tanto necesita España. Hoy, el PSOE debe hacer una apelación cívica a las personas que hicieron posible con su voto los gobiernos de progreso antes mencionados, para no dejar a los españoles en la tesitura de elegir entre las políticas más conservadoras de Europa o ir a rebufo de arribismos mesiánicos.

*Pedro Pablo Mansilla es médico.

El PSOE ha sido un proyecto político para la mayoría social española desde la Transición democrática. De los últimos 38 años vividos en democracia, el PSOE ha gobernado más de la mitad: lo hizo con Felipe González al frente en la década de los ochenta y noventa (82-96) y después en los 2000 (04-11) con José Luis Rodríguez Zapatero. Ambas etapas supusieron los periodos de mayor impulso transformador igualitario de España, lo que nos situó entre las naciones con mayores derechos políticos y económicos de Europa.

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