Es noticia
Os echo de menos
  1. España
  2. Tribuna
Susi Dennison

Tribuna

Por

Os echo de menos

Echo de menos a la humanidad desnuda, desvestida de la soberbia por la cercanía de la muerte (esa amiga que nos recuerda que cada sonrisa perdida es una oportunidad desaprovechada)

Foto: Varios médicos se preparan para atender a un paciente. (P. López Learte)
Varios médicos se preparan para atender a un paciente. (P. López Learte)

Os echo de menos. La verdad es que sí. Echo de menos levantarme pronto para hacer algo útil. Desayunar mi trilogía de zumo, café y tostada con aceite, bajar al garaje con la legaña para coger el coche y desperezarme oyendo la radio por la autovía hasta Villamuriel. Una vez allí, cruzar el río y encaminarme por la carreteruca que une el pueblo con el puente de don Abilio. Antes de llegar a esa vieja gloria de hierro fundido, justo a la izquierda, sus 11 pisos de ladrillo dominan la orilla derecha del Carrión y se elevan sobre la Isla Dos Aguas. Allí, en su octava planta, siempre te esperaba una sonrisa, un drama, o una esperanza. Allí te aguardaba habitualmente un ser humano, uno de verdad, de carne y hueso. Alguien enfrentado a sus límites. Alguien que no disimulaba, que no fingía, que no trataba de sacarte más que la ilusión de ver un mañana.

En estos días de apuestas y ambiciones, de baraja y fanfarrones, de órdagos y amarracos, echo de menos la verdad de la medicina. Echo de menos a la buena gente que gasta sus días en olvidar sus preocupaciones aliviando los sufrimientos de los demás. Echo de menos la dulzura de las manos que se posan sobre el hombro, los ojos que sostienen la mirada del que tiene miedo. Echo de menos el dulce sueño que convertía una exploración molesta en medía hora de placidez. Profesionales de verdad, rigurosos y atentos. Echo de menos a Ana, Isabel, Carmen, Mari, Jesús, Pilar, Elena, Fernando, Elisa, Alberto, Maribel, Chus, Merche, Marga... y tantos nombres individuales y repetidos que necesitaría toda una página para evitar la injusticia, ya cometida, de olvidar a muchos.

Nombres que esconden historias de padres enfermos, de durísimas agonías, de hijos problemáticos, de luchas y esfuerzos que siempre quedaban en el ascensor para ser sustituidos por los de aquellos a quienes teníamos encomendados. Echo de menos a la humanidad desnuda, desvestida de la soberbia por la cercanía de la muerte. La muerte, esa vieja amiga que nos recuerda cada día que cada sonrisa y cada abrazo perdido es una oportunidad desaprovechada. Esa vieja amiga que convierte en oro molido cada buena lectura, cada pedalada por el monte, cada brazada en el océano.

Compruebo cómo hay, en este oficio, gente que ha olvidado que un día se verá en la cama de un hospital repasando sus errores y aferrándose a la vida

No quisiera que me malinterpretasen. Es un honor representar a mis conciudadanos. Un noble oficio en el que comparto días y horas con gente comprometida con su país. Un trabajo en el que, injustamente, se nos supone el deshonor y la desidia. En este trabajo he conocido profesionales de primer orden, que sobrellevan el insulto y la ofensa inmerecidas sin inmutarse apenas. Sin embargo, en estos días compruebo que hay quien prefiere el cálculo a la generosidad, quien prefiere la reserva a la entrega. Compruebo que hay gente que se piensa imprescindible, gente que no entiende que el viento de la historia barrerá su estela más rápido que el levante arrastra la arena de la playa.

Compruebo cómo olvidamos a menudo que España no es una bandera que pasear, si no la suma de todos y cada uno de sus hombres y mujeres. Compruebo cómo hay, en este oficio, gente que ha olvidado que un día se verá en la cama de un hospital repasando sus errores y aferrándose a su último aliento. Por eso, en estos días, os echo de menos. Ojalá que sepamos serviros como vosotros merecéis. Ojalá que encontremos el momento de pensar que por encima de la ambición del poder, estáis los habitantes de la octava. Los habitantes de todas y cada una de las plantas octavas de España. Plantas en las que enfermeras, médicos, pacientes y familiares representáis las más nobles escenas de la vida de nuestro país. Escenas de amor, sufrimiento y entrega que no merecen como respuesta cálculos y ambiciones personales. Si no lo conseguimos, en diciembre volveré a pasar las navidades con vosotros. No hay honor más grande.

* Francisco Igea es médico y diputado de Ciudadanos por Valladolid.

Os echo de menos. La verdad es que sí. Echo de menos levantarme pronto para hacer algo útil. Desayunar mi trilogía de zumo, café y tostada con aceite, bajar al garaje con la legaña para coger el coche y desperezarme oyendo la radio por la autovía hasta Villamuriel. Una vez allí, cruzar el río y encaminarme por la carreteruca que une el pueblo con el puente de don Abilio. Antes de llegar a esa vieja gloria de hierro fundido, justo a la izquierda, sus 11 pisos de ladrillo dominan la orilla derecha del Carrión y se elevan sobre la Isla Dos Aguas. Allí, en su octava planta, siempre te esperaba una sonrisa, un drama, o una esperanza. Allí te aguardaba habitualmente un ser humano, uno de verdad, de carne y hueso. Alguien enfrentado a sus límites. Alguien que no disimulaba, que no fingía, que no trataba de sacarte más que la ilusión de ver un mañana.

Médicos Ciudadanos