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¿Unas primarias 'a la francesa' en el PSOE?
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Isidoro Tapia

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¿Unas primarias 'a la francesa' en el PSOE?

Desde que España recuperó las elecciones democráticas en 1977, el color político del Gobierno español ha sido el mismo que el francés un 60% del tiempo

Foto:  Ilustración: Raúl Arias.
Ilustración: Raúl Arias.

El ciclo político español ha estado tradicionalmente más sincronizado con el francés que con el alemán. La victoria de François Miterrand en 1981 sería la antesala de la de Felipe González un año después. La de Jacques Chirac en 1995 haría lo propio con la de José María Aznar en 1996. Mientras, Alemania se movía en el ciclo político inverso, con un dominio incontestable de los conservadores en la década de los ochenta, y de los socialdemócratas en la segunda mitad de los noventa.

De hecho, esta afirmación se puede medir cuantitativamente: desde que España recuperó las elecciones democráticas en 1977, el color político del Gobierno español ha sido el mismo que el francés un 60% del tiempo, mientras apenas ha coincidido un 25% con la cancillería alemana.

Como muchos otros datos estadísticos, podría tratarse de una relación espuria, una anécdota carente de significado. Sin embargo, responde a una realidad histórica. Pese a los intentos del expresidente Aznar por inventar una relación espacial transatlántica que nunca había existido, una tapadera intelectual para vestir su apoyo a la guerra de Irak, España se ha movido históricamente entre la hegemonía de la influencia francesa y el ascendente de una minoría germanófila, cuyos postulados han chocado una y otra vez contra los robustos muros de tradición católica que desde tiempo inmemorial protegen nuestras esencias.

La razón de traer a colación esta relación histórica es porque Francia alumbra estos días una auténtica revolución política. Las próximas elecciones presidenciales francesas, previstas para abril de 2017, se mueven en varios vértices. Por un lado, el ascenso del populismo, encarnado por la líder ultraderechista Marine Le Pen. En la derecha, el candidato será el ex primer ministro François Fillon, recientemente elegido en elecciones primarias. Mientras, en el Partido Socialista, el presidente en ejercicio, François Hollande, ha renunciado a presentarse a un segundo mandato, algo insólito en la V República, abriendo la puerta a que el candidato socialista se dirima en unas competidas elecciones internas.

Más allá de repasar los nombres en liza, el verdadero cambo político está teniendo lugar en la forma en que los partidos tradicionales eligen a sus candidatos. Hace apenas unas semanas, casi 4,5 millones de votantes (cerca del 10% del censo) participaron en las elecciones primarias que, por primera vez en su historia, celebró el partido de centro derecha. Se prevé que las primarias socialistas que se celebrarán a principios del próximo año despierten un interés semejante.

En Francia, las primarias de los dos partidos principales tienen un formato abierto donde todos los ciudadanos, no solo los militantes, pueden participar. Para hacerlo, basta pagar una cantidad simbólica de dos euros, y firmar un manifiesto de apoyo genérico a los ideales del partido.

En España está arraigada la tradición de que, en el momento de la convocatoria de elecciones, el líder de un partido se convierte en candidato a presidente

¿Por qué estas primarias no existen en España? En puridad, sí existen. El Partido Socialista las aprobó en su último congreso, celebrado en 2014. Pero con una precisión: se decidió que el secretario general fuese elegido en primarias 'cerradas' (donde solo participan los militantes) mientras que el candidato a presidente del Gobierno lo sería en unas primarias abiertas a todos los simpatizantes.

Esta cautela fue una manera de hacerse trampas al solitario. Porque en España, al contrario que en Francia, las primarias competitivas son las primeras, las que eligen al líder del partido. Las segundas son, normalmente, un proceso de unción del candidato. De hecho, antes de las elecciones de 2015 y 2016, formalmente hubo elecciones primarias 'abiertas' en el PSOE, pero como el único candidato fue el entonces secretario general, Pedro Sánchez, ni siquiera se llegó a votar.

En España está fuertemente arraigada la tradición de que, en el momento de la convocatoria de elecciones, el líder de un partido se convierte automáticamente en su candidato a presidente del Gobierno. En este sentido, las primarias abiertas de los socialistas no son más que un canto al sol, destinadas a no celebrarse nunca.

Salvo, por supuesto, que el partido responda con audacia a sus tribulaciones actuales. Imaginemos que el comité federal del próximo mes de enero decidiese convocar unas elecciones primarias para elegir al próximo secretario general siguiendo esta fórmula: unas primarias abiertas a todos los simpatizantes. Automáticamente, el censo electoral se incrementaría desde unos 200.000 a más de cinco millones. El proceso se abriría no solo a los militantes más fieles, sino a todos los potenciales votantes, incluidos aquellos que han apostado en algún momento por otras fuerzas políticas. Sería una forma de ponerle letra a la manida canción de 'abrir el partido a la sociedad'. El pretendido regeneracionismo de los nuevos partidos quedaría empequeñecido ante una iniciativa inédita en la política española. Sin ir más lejos, el contraste con la reciente asamblea de Vistalegre de Podemos sería demasiado grande como para no tener consecuencias políticas. El PSOE podría recobrar cierto pulso, recuperando la iniciativa política y atrayendo a muchos de sus antiguos votantes. La competencia entre los candidatos sería más dura, pero también la legitimidad del próximo líder, que habría sido elegido por millones de votantes.

¿Puede el comité federal del PSOE adoptar esta decisión? Claro que puede. De hecho, ha adoptado medidas semejantes en el pasado. En 2014, tras la dimisión de Rubalcaba, los estatutos preveían que la elección del candidato fuese a través de delegados, en un congreso, pero el comité federal decidió sustituir este proceso por uno de primarias (entre militantes), que enfrentó a Sánchez, Madina y Pérez Tapias. Y tampoco hace falta decir que recientemente el mismo comité federal ha adoptado decisiones de mayor envergadura política.

¿Tienen sentido unas primarias abiertas? Me cuento entre quienes creen que, bajo el actual modelo de partidos en España, las primarias cerradas a los militantes son un instrumento imperfecto, que provoca situaciones de cesarismo y unge de legitimidad decisiones adoptadas por los aparatos orgánicos. Como en muchas otras cosas, hemos importado únicamente un elemento (las primarias) manteniendo un modelo de partido más propio de otra época, de una democracia débil e insegura. La solución, en mi opinión, no es prescindir de las primarias, sino cambiar el modelo de partido. Quizás unas primarias abiertas a los votantes sean la tormenta perfecta que lo haga posible.

Foto: El presidente de Asturias y de la gestora del PSOE, Javier Fernández, el pasado 9 de diciembre en el homenaje a Pablo Iglesias a los 91 años de su fallecimiento. (EFE)

¿Tienen riesgos unas primarias abiertas? Sí, muchos. Se trata de una iniciativa nunca ensayada antes en España. Las maquiavélicas mentes politólogas que pueblan Podemos podrían estar tentadas de colonizar el proceso socialista, e influir en la elección de su candidato. Los propios militantes socialistas podrían verse agraviados con el proceso. Pero nadie puede dudar de que los socialistas están en una situación en la que, si quieren revivir, tienen que tomar riesgos.

Y como no es cuestión de caerse del guindo, debemos preguntarnos por último: ¿a quién beneficia y a quién perjudica esta medida? Lo cierto es que no está claro. La abstención en la investidura de Rajoy (auspiciada por Susana Díaz) parece haber sido entendida mejor por los votantes socialistas que por sus militantes. Díaz, por tanto, podría preferir unas primarias abiertas. Sin embargo, el otro candidato 'in pectore', el anterior secretario general, Pedro Sánchez, también podría ver con buenos ojos una consulta entre todos los votantes, dada su convicción de haber recibido de los mismos un mandato imperativo para oponerse a un Gobierno del PP. Incluso, quién sabe, unas primarias abiertas podrían abrir la puerta a la aparición de un tercer candidato, capaz de restañar las heridas y abrir una nueva etapa.

No hay, por tanto, ningún impedimento para que el PSOE abra su proceso de elección a todos los ciudadanos. Solo falta voluntad para hacerlo. ¿Cuáles serían las consecuencias de esta decisión? Volvamos por un momento a la regla a la que aludíamos al principio. Cualquier lectura atenta habrá caído en la cuenta de que, de acuerdo con la misma, España vive una situación excepcional. El color político de nuestro Gobierno coincide con el alemán, y es el opuesto al francés. Pecando de un cierto determinismo histórico, podríamos decir que al Partido Socialista le 'tocaba' gobernar en la actualidad. Si no lo está haciendo, se debe probablemente a un compendio de errores propios a lo largo de los últimos años. Pero está en sus manos volver a convertirse en un partido de mayorías, reformista, en un instrumento de cambio. No sería la primera vez que un Partido Socialista arrinconado encuentra entre sus heridas la llave con la que abrir un tiempo nuevo.

* Isidoro Tapia es economista y MBA por Wharton.

El ciclo político español ha estado tradicionalmente más sincronizado con el francés que con el alemán. La victoria de François Miterrand en 1981 sería la antesala de la de Felipe González un año después. La de Jacques Chirac en 1995 haría lo propio con la de José María Aznar en 1996. Mientras, Alemania se movía en el ciclo político inverso, con un dominio incontestable de los conservadores en la década de los ochenta, y de los socialdemócratas en la segunda mitad de los noventa.

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