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El viento del encono

Miguel es suyo y es mío, señores. Miguel es de quienes se sienten "umbríos por la pena, casi brunos". Miguel es de quienes "como el toro han nacido para el luto"

Foto:  El poeta Miguel Hernández.
El poeta Miguel Hernández.

Era otra tarde de pleno, pero no era un día cualquiera. Era 28 de marzo. 75 años de la muerte de Miguel. "Me llamo barro aunque Miguel me llame". Esa tarde me tocaba defender nuestra propuesta de ley de derechos y garantías al final de la vida. Tocaba hablar de la muerte, de "ese carnívoro cuchillo de alma dulce y homicida". Aunque no lo crean, había preparado el final de mi discurso sin saber de esa coincidencia en las fechas. Había seleccionado el final del poema 'Sentado sobre los muertos': " Aquí estoy para vivir mientras el alma me suene/ aquí estoy para morir cuando la hora me llegue/ en los veneros del pueblo desde ahora y desde siempre/ varios tragos es la vida y un solo trago la muerte". Qué feliz coincidencia, pensé: "Hoy celebraremos la muerte y la vida recordando a quien mejor la cantó".

Foto: Miguel Hernández

Se preparaba una declaración institucional según me informó mi compañero Juan Carlos. Esas declaraciones que hace el Congreso de forma unánime cuando quiere recordar un día señalado. Compromís había llevado la propuesta y Juan Carlos propuso mejorar el texto con el fin de adecuarlo en calidad literaria, dado el protagonista del evento. Hasta ahí sabía yo. Baje a defender nuestra propuesta con ese aire del que baja el primero, sabiendo que ha de ser modesto y propositivo si quiere conseguir que, aparte de votarle a uno la propuesta, no le zurren en exceso durante las seis intervenciones siguientes. Intervenciones que tienen el placer de destrozarlo sin derecho de réplica. Acabado el debate de nuestra proposición, me encaminé escaleras arriba al bar del Congreso a refrescar el gaznate, reseco de tensión y oratoria. Allí recibí la pésima noticia. No habría declaración institucional. Los partidos habían sido incapaces de ponerse de acuerdo en un texto común para homenajear a nuestro poeta.

Vivimos otra vez presos del guerracivilismo. Un guerracivilismo que creíamos superado. Muertos ya quienes empuñaron las armas, quienes regaron con su sangre las resecas tierras de España. Muertos quienes vivieron el horror de la venganza, la ira de las sacas y los paseos. Muertos quienes sufrieron y perpetraron las matanzas infinitas. Muertos ya quienes vivieron 40 años de glorias patrias y derrotas del comunismo, seguidos de otros 40 años de ensalzar República y condenar fascismos. Ochenta años de nuestro mayor fracaso. Ochenta años "apartando la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes". Ochenta años de aquel torbellino de ira, sangre y fuego que acabó con una generación. Ochenta años ya, y todos muertos.

Hay idiotas que piensan que Miguel Hernández no es más que una bandera de una parte, otro bastón de encina con el que abrirse la frente a garrotazos

Hay en el Parlamento una generación adolescente que no ha conocido sino la abundancia. Existe una generación que ha nacido y crecido en democracia. Una generación que apenas recuerda vagamente en los años de su infancia relatos de los últimos ecos de esa época terrible. Chavales de 30, nacidos en los ochenta. Presos de una mística del 'combate del pueblo' que solo han conocido desde el sofá de su casa. Gentes que creen que pueden comparar el hambre seca y ciega de la choza de paja en la que vivía 'Seisdedos', con la chulería y el matonismo de una bestia con sobrepeso que está en la cárcel por agredir embarazadas y concejales. Hay también quien desde la bancada de enfrente no recuerda adónde nos llevaron la estupidez y el egoísmo ciego de quienes no supieron ver la desesperación de un pueblo que arrastraba su ira en alpargatas de esparto. En resumen: hay idiotas que piensan que Miguel Hernández no es más que una bandera de una parte, otro bastón de encina con el que abrirse la frente a garrotazos.

Miguel es suyo y es mío, señores. Miguel es de quienes se sienten "umbríos por la pena, casi brunos". Miguel es de los enamorados que sienten que los dientes "frontera de los besos, serán mañana, cuando en la dentadura sientas un arma, sientas un fuego". Miguel es de los esposos que esperan su fruto pensando que "menos tu vientre todo es oscuro, todo postrero, todo inseguro, polvo sin mundo". Miguel es de quienes "como el toro han nacido para el luto". Miguel es de quienes creen, como yo, que "Tristes guerras si no es amor la empresa, tristes tristes/ Tristes armas si no son las palabras, tristes tristes/ Tristes hombres si no mueren de amores". Miguel es, en resumen, de todos quienes no creemos en el viento del encono.

¿Que quiere el viento del encono

que baja por el barranco

y violenta las ventanas mientras te visto de abrazos?

Derribarnos, arrastrarnos.

Derribadas, arrastradas,

las dos sangres se alejaron.

¿Qué sigue queriendo el viento cada vez más enconado?

Separarnos

* Francisco Igea Arisqueta es diputado de Ciudadanos en el Congreso de los Diputados.

Era otra tarde de pleno, pero no era un día cualquiera. Era 28 de marzo. 75 años de la muerte de Miguel. "Me llamo barro aunque Miguel me llame". Esa tarde me tocaba defender nuestra propuesta de ley de derechos y garantías al final de la vida. Tocaba hablar de la muerte, de "ese carnívoro cuchillo de alma dulce y homicida". Aunque no lo crean, había preparado el final de mi discurso sin saber de esa coincidencia en las fechas. Había seleccionado el final del poema 'Sentado sobre los muertos': " Aquí estoy para vivir mientras el alma me suene/ aquí estoy para morir cuando la hora me llegue/ en los veneros del pueblo desde ahora y desde siempre/ varios tragos es la vida y un solo trago la muerte". Qué feliz coincidencia, pensé: "Hoy celebraremos la muerte y la vida recordando a quien mejor la cantó".

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