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Removiendo obstáculos: Rajoy y Sánchez, destrucción mutua asegurada
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Removiendo obstáculos: Rajoy y Sánchez, destrucción mutua asegurada

Los dirigentes del PP saben que Rajoy está amortizado y los del PSOE admiten en voz baja que Sánchez fue un error. Pero el régimen de intimidación cesarista de los partidos impide que lo resuelvan

Foto: Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, el pasado 23 de diciembre en la Moncloa. (EFE)
Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, el pasado 23 de diciembre en la Moncloa. (EFE)

Al terminar la sucia pelea de gallos que Rajoy y Sánchez protagonizaron el 14 de diciembre ante millones de españoles -incluidos, me temo, sus propios hijos-, muchos tuvimos claro que ambos estaban descalificados para conducir a España. Lo que vimos fue a un político consumido por su propia biografía, que ha llegado a encarnar todo aquello que la sociedad española detesta de la política y de los políticos; y frente a él, alguien cuya ciega ambición de poder, acompañada de sus obvias limitaciones, le predispone a rebasar en la carrera todos los límites de la razón política, incluido el respeto a la naturaleza de su partido centenario. Siempre se dijo que nadie llega tan lejos como el que no sabe a dónde va.

Todo lo ocurrido después ha confirmado la amarga sensación de aquella noche. El veredicto de las urnas fue a la vez diabólico y cargado de sentido. Con ese Parlamento, dijeron los votos, no puede haber un gobierno sin el PSOE; pero no se pueden emprender los cambios de fondo que España necesita dejando en la cuneta al PP y a la parte de la sociedad que representa. Curiosa forma de debilitar el bipartidismo, esta que consiste en hacer que ninguna de las dos piezas sea autosuficiente pero ambas resulten imprescindibles. Y además, para evitar la tentación de viejos cambalaches, que ambas dependan de los nuevos actores que han aparecido en la escena. Amigo, nadie dijo que la política sea una cosa sencilla.

Han bastado muy pocas semanas para corroborar que Rajoy y Sánchez, Sánchez y Rajoy, ya no forman parte de la solución, sino del problema. Cada uno a su manera, ambos se han convertido en los principales obstáculos que impiden dar una salida racional al escenario resultante del 20-D. Aquella lamentable entrevista en la Moncloa, 48 horas después de la jornada electoral, que duró apenas 15 minutos -y le sobraron 10- fue la prueba definitiva. Recuerdo que aquel día pensé: no sé lo que pasará con España, pero sé que Sánchez se llevará por delante a Rajoy y Rajoy acabará con Sánchez. Este viernes ha marcado el principio del fin para ambos.

Pedro Sánchez y Mariano Rajoy se han convertido en los principales obstáculos que impiden dar una salida racional al escenario resultante del 20-D

Es posible, aunque difícil, que con este Parlamento el Partido Popular pueda encabezar un gobierno -siempre con la ayuda de otros-, pero tendrá que ser sin Rajoy. El actual Presidente es un obstáculo insalvable para las aspiraciones de su partido: ellos lo saben, y yo creo que él lo sabe también. Por eso el viernes hizo lo que hizo. Tiene que ser consciente de que al declinar la invitación del Rey para formar gobierno (“tengo una mayoría absoluta de diputados en contra”), estaba haciendo dos cosas a la vez: primero, preservar la posibilidad de que su partido lo intente con otro candidato si fracasa el pacto de la izquierda y los nacionalistas; y segundo, poner patas arriba la estrategia de su rival.

Así pues, el primer obstáculo que bloqueaba la solución del jeroglífico está ya despejado. Sea en un intento de investidura o en unas nuevas elecciones, el próximo candidato del Partido Popular no será Mariano Rajoy; y eso facilita muchas cosas y abre todo un mundo de posibilidades y espacios inexplorados.

Faltaba el segundo obstáculo: la cerril obcecación de Sánchez en convertirse en presidente del Gobierno a toda costa con el 22% de los votos y el 25% de los escaños. O presidente o nada, proclamó desde el primer momento. Y la realidad se está encargando de darle la respuesta: pues si te pones así, va a ser que nada.

Curiosamente, el único de los cuatro líderes nacionales que no ha hecho contorsiones extrañas desde las elecciones es Albert Rivera

Todo el mundo dice que el “pase negro” de Rajoy (un hallazgo de Zarzalejos, esa expresión) y el órdago de Iglesias aumentan la presión sobre Pedro Sánchez. Yo no coincido. Le recortan los tiempos porque le obligan a actuar contra el reloj, pero la presión es la misma: él ya había ligado su suerte política a un acuerdo de gobierno con Podemos y, por tanto, antes o después tenía que sentarse con Iglesias y convencer a su partido.

A quienes de verdad presiona lo ocurrido este viernes es a los llamados barones del PSOE. Porque les obliga a tomar inmediatamente la decisión de la que vienen escurriéndose desde el 20-D. Ya no hay términos medios ni más vacilaciones: o aceptan el plan de Sánchez y avalan un gobierno de coalición del PSOE con Podemos y con el apoyo necesario de los independentistas, en las draconianas condiciones anunciadas por Iglesias, o rechazan la estrategia del secretario general, no autorizan ese acuerdo y en ese caso tienen que buscar una fórmula distinta de gobierno y un nuevo líder.

El juego de Pablo Iglesias es tan maquiavélico como transparente. Tiene mucha razón Rubalcaba cuando dice que no se ofrece un acuerdo de gobierno insultando y humillando al posible socio. Iglesias hace una oferta imposible de aceptar y la formula en términos imposibles de digerir; y lo hace con abuso (aprovechando su entrevista con el Rey) y sin aviso. Que Sánchez no le haya dado personalmente la respuesta contundente que merece, aunque sólo sea por defender la dignidad de su partido, es sólo el penúltimo de sus errores.

Cuando te autodesignas vicepresidente del Gobierno y presentas públicamente nada menos que los ministros de Interior, Economía, Defensa, Exteriores, Educación ¡Y al de la Plurinacionalidad!, eso no es una negociación, es una provocación. Es meter la zorra en el gallinero de tu supuesto interlocutor.

Iglesias no tiene el menor interés en gobernar con el Partido Socialista salvo que un Sánchez desesperado le firme una rendición incondicional y le entregue el núcleo del Estado. Lo que quiere es ir a unas elecciones habiendo animado antes una bonita pelea interna en el PSOE para que complete su autodestrucción ante todo el país.

Iglesias hace al PSOE una oferta imposible de aceptar y en términos imposibles de digerir; lo hace con abuso (aprovechando su entrevista con el Rey) y sin aviso

Curiosamente, el único de los cuatro líderes nacionales que no ha hecho contorsiones extrañas desde las elecciones es Albert Rivera. Dijo el primer día lo que pensaba y, de momento, lo mantiene con serenidad y sin prisas. Es cierto que las cifras lo relegan a un papel secundario en este drama, pero si sigue así verán cómo ese papel se revaloriza poco a poco.

La cosa es que los dirigentes del PP saben desde hace tiempo que Rajoy está amortizado y los del PSOE admiten en voz baja que Sánchez fue un error. Pero el régimen de intimidación cesarista que se ha apoderado de nuestros partidos políticos (y eso incluye a los nuevos) ha impedido que ellos mismos resuelvan el problema. Al final, ha sido necesario que Sánchez liquide a Rajoy y que entre Rajoy e Iglesias hagan con Sánchez el trabajo de demolición que la delicuescente clase dirigente del PSOE era incapaz de manejar.

Aún queda mucha tela por cortar. Pero cuando se hayan removido los dos obstáculos principales, empezaremos a hablar en serio del futuro de España.

Al terminar la sucia pelea de gallos que Rajoy y Sánchez protagonizaron el 14 de diciembre ante millones de españoles -incluidos, me temo, sus propios hijos-, muchos tuvimos claro que ambos estaban descalificados para conducir a España. Lo que vimos fue a un político consumido por su propia biografía, que ha llegado a encarnar todo aquello que la sociedad española detesta de la política y de los políticos; y frente a él, alguien cuya ciega ambición de poder, acompañada de sus obvias limitaciones, le predispone a rebasar en la carrera todos los límites de la razón política, incluido el respeto a la naturaleza de su partido centenario. Siempre se dijo que nadie llega tan lejos como el que no sabe a dónde va.

Mariano Rajoy Pedro Sánchez