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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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C’s, errores fatales

Rivera tiene unas cuantas campañas en el cuerpo como para cometer errores de principiante. Si dice una tontería no es por juventud, sino por torpeza; y por respeto merece ser juzgado en esos términos

Foto: El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera. (Efe/Ismael Herrero)
El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera. (Efe/Ismael Herrero)

En mayo de 2012, en una cena de recaudación de fondos para su campaña presidencial, al candidato republicano Mitt Romney se le calentó la boca y dijo lo que pensaba pero jamás debió decir: “Hay un 47% que es dependiente del Estado, que se sienten víctimas, que creen que el Estado tiene la responsabilidad de cuidar de ellos. Mi trabajo no es preocuparme de esa gente. Nunca los voy a convencer de que tienen que asumir sus propias responsabilidades”.

Para mucha gente, aquel día se acabaron las probabilidades de Romney de ganar las elecciones. La frasecita de marras lo persiguió hasta el final, ya se ocuparon de ello desde la candidatura de Obama; y todos los intentos que hizo por enmendar el error sólo lograron empeorarlo aún más. No se desprecia impunemente a la mitad de la población.

Según parece, Albert Rivera ha dicho algo así como que “la regeneración democrática y política de este país pasa por gente que haya nacido en democracia”.

La chorrada es tan insigne que debemos hacerle el favor a Rivera de pensar que en realidad quería decir otra cosa o que le metió un gol algún asesor de esos a los que no les importa meter a sus jefes en líos mayúsculos por una frase pretendidamente brillante. Hacer del discurso político una sucesión de sound bites tiene el problema de que alguna idea que quizá podría ser interesante se convierte en una vacua obviedad (“el futuro es de los jóvenes” y ese tipo de cosas) o en una estupidez peligrosa, como en este caso.

Lo cierto es que en España hay casi veinte millones de personas que nacieron antes de la democracia y el censo electoral es de 35 millones

Lo cierto es que en España hay casi veinte millones de personas que nacieron antes de la democracia y el censo electoral es de 35 millones; así que, de un plumazo, Rivera acaba de excluir de la posibilidad de participar en la regeneración democrática a más de la mitad de los que van a tener una papeleta de voto en la mano dentro de dos semanas. Ciertamente, como mensaje de campaña no parece muy acertado.

Lo que más me llama la atención es que casi todos los que se han tirado sobre el líder de Ciudadanos reprochándole el disparate lo han hecho en el mismo registro que él, apelando a su excesiva juventud o a su condición de político novato. “Un respeto, joven”, clamaba displicente un veterano y prestigioso periodista con afición a impartir lecciones matinales a todos sobre todo. Y yo pensaba: ¿No se dan cuenta de que reaccionando así en el fondo le dan la razón?

Uno de los síntomas de la deriva neurótica en la que ha entrado la política española es la omnipresencia del factor generacional como elemento que en sí mismo valida o descalifica las posiciones políticas. Las ideas, los liderazgos y las propuestas ya no se miden por su valor intrínseco o su proximidad a la verdad sino por su condición de jóvenes o viejas, una frontera que nos ahorra todo esfuerzo de reflexión sobre los contenidos y nos hace la vida fácil, porque basta con echar un vistazo al DNI de quien habla o escribe para decidir si es merecedor o no de atención. La juventud es un privilegio que te da la vida durante una temporada pero en absoluto es un valor político en sí mismo, ni lo contrario.

La cosa ha llegado al extremo de que en la política española a los 40 años se te considera una joven promesa y a los 60 un carcamal que debe ir pensando en la retirada. Aquí, la vida útil de un político no es mucho más larga que la de un futbolista. Y les aseguro que eso no hay quien lo entienda fuera de este corral desquiciado.

Las ideas, los liderazgos y las propuestas ya no se miden por su valor intrínseco o su proximidad a la verdad sino por su condición de jóvenes o viejas

La lógica dice que en este oficio a los 40 años tienes que ser ya un político profesional hecho y derecho, perfectamente preparado para cualquier responsabilidad (basta recordar la edad con la que llegaron a la presidencia del Gobierno Felipe González, Aznar o Zapatero); y que a los 60 estás muy lejos de ser un tipo acabado que tiene que irse con el peregrino argumento de que “lleva mucho tiempo”. En España la política es la única actividad profesional en la que la experiencia se considera un demérito y la inexperiencia un mérito.

Albert Rivera está lejos de ser un novato. Es presidente de su partido y diputado en el Parlamento de Cataluña desde hace 9 años. Tiene ya unas cuantas campañas electorales en el cuerpo como para cometer errores de principiante. Si dice una tontería no es por juventud, sino por torpeza; y por respeto merece ser juzgado en esos términos.

Lo que le ha ocurrido a Ciudadanos y al propio Rivera es que las encuestas -y previsiblemente las urnas- han cambiado radicalmente su papel político: ha pasado de ser un outsider a ser un tipo poderoso de cuya voluntad van a depender muchos gobiernos dentro de unos días. Y lo importante no es lo que dice (las campañas electorales son una fuente inagotable de sandeces), sino lo que hace: cómo administra ese poder recién estrenado.

De momento, tenemos el primer caso práctico en Andalucía. Uno puede llegar a la conclusión de que en vísperas de unas elecciones no le conviene tácticamente entregar un gobierno a otro partido, por mucho que esté legitimado por las urnas. A mí en este caso me parece un error, pero no lo discutiré ahora. Eso sí, para bloquear la formación de un gobierno sin que exista alternativa posible hace falta explicarlo con razones convincentes que tengan algo que ver con el bienestar de los ciudadanos.

Hacer depender la formación de un gobierno de que una persona que ha dicho que se va lo ponga por escrito es más grave que la frase de las generaciones

Hacer depender la formación de un gobierno de que una persona que ya ha dicho que se va lo ponga por escrito es mucho más grave que la frasecita de las generaciones, porque muestra un nivel preocupante de superficialidad oportunista. ¿Qué pretende Rivera con semejante Exigencia Indeclinable? ¿Humillar al PSOE, hacer un alarde de poderío o poner en duda que realmente Chaves tenga la intención de irse? ¿Verdaderamente cree que el problema número uno de los andaluces en este momento es que Chaves firme un papel jurando que va a hacer lo que ya ha anunciado que hará, con Rivera o sin él?

Ni una sola de las Condiciones (así, con mayúscula) que pomposamente anuncia Ciudadanos para acordar la formación de gobiernos tiene nada que ver con los problemas de la sociedad. No hay nada que hable de empleo para los jóvenes o de educación o de políticas económicas y sociales. En Andalucía, que Chaves firme su renuncia; y en España, que el PP haga primarias. Y a eso lo llaman “regeneración”, pero a mí me parece una forma de degeneración política prematura. Y es que los votos en aluvión marean y, si no se digieren bien, pueden tener efectos muy perniciosos sobre el sentido de la orientación. Que se lo pregunten a los de Podemos.

En mayo de 2012, en una cena de recaudación de fondos para su campaña presidencial, al candidato republicano Mitt Romney se le calentó la boca y dijo lo que pensaba pero jamás debió decir: “Hay un 47% que es dependiente del Estado, que se sienten víctimas, que creen que el Estado tiene la responsabilidad de cuidar de ellos. Mi trabajo no es preocuparme de esa gente. Nunca los voy a convencer de que tienen que asumir sus propias responsabilidades”.

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