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Vísperas electorales, balance y miscelánea
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Vísperas electorales, balance y miscelánea

Con las elecciones a la vuelta de la esquina, parece claro que aunque no habrá mayorías absolutas, el mapa volverá a pintarse predominantemente de azul con algunas manchas rojas

Foto: La candidata del PP para el Ayuntamiento de Madrid, Esperanza Aguirre. (EFE)
La candidata del PP para el Ayuntamiento de Madrid, Esperanza Aguirre. (EFE)

1. El calendario electoral le ha jugado de nuevo una mala pasada a nuestras ciudades y comunidades autónomas, y esto ya viene de lejos. Desde que las elecciones municipales y autonómicas se han convertido en el preámbulo de las generales, no hay forma de que en estas campañas territoriales se hable de lo que se vota.

En España hay problemas importantes relacionados con la ordenación del Estado autonómico, y no sólo por el independentismo catalán. Pero nos hemos pasado la legislatura debatiendo sobre federalismo simétrico o asimétrico, más descentralización o regreso al centralismo, devolución o ampliación de competencias, financiación de las comunidades autónomas, reforma o no de la Constitución, Senado como cámara territorial o desaparición del Senado; y todo eso se ha evaporado como por ensalmo precisamente cuando han llegado las elecciones autonómicas. En el momento de hablar de la cuestión, la cuestión ya no interesa.

Y qué decir de los inéditos desafíos de la vida en las ciudades del siglo XXI: chino para quienes no dejan de tomarse las elecciones municipales como las fiestas del santo patrón con bronca incluida.

Ya sé que no es sencillo, pero ahora que está de moda revisar el sistema electoral quizás sería saludable establecer una cierta distancia temporal entre las elecciones territoriales y las generales para que las primeras no sean un mero ensayo general de las segundas.

Lo de Andalucía ha pesado mucho en esta campaña. Rajoy ha perdido una buena ocasión de fortalecerse como estadista

2. Para ser las primeras elecciones del Nuevo Tiempo Político la campaña no ha podido ser más plana ni más rancia en sus contenidos. Mensajes mil veces escuchados en el pasado, tópicos ya insoportables, vacuidades llenas de solemnidad. Se podría haber escrito anticipadamente el guion de esta campaña repasando en las hemerotecas cualquiera de las del siglo pasado.

Mucha culpa la tenemos los de mi gremio. Nos hemos obsesionado tanto con las nuevas herramientas de la comunicación política que las hemos confundido con la comunicación misma y hemos olvidado que además de modernizar las herramientas hay que modernizar también los contenidos. Y lo peor es que hemos contagiado esa obsesión a los candidatos, que viven más pendientes de sus métricas en las redes sociales que de decir lo que tienen que decir. El mismísimo McLuhan (aquel de “el medio es el mensaje”) protestaría ante este sinsentido.

Resulta que lo más novedoso lo ha hecho Esperanza Aguirre, que ha decidido disputar unas elecciones sin programa. Y tiene razón: en el caso de Aguirre, nada de lo que dijera en un documento programático sería más orientativo de lo que se puede esperar de ella que su propia persona.

Y lo más retrógrado se lo hemos escuchado al flamante caudillo de la Nueva Política reivindicando “el populismo de izquierdas” (sic) y reclamando para sí la socialdemocracia de Marx y Engels, “incluso la de Vladimir Ilich”, un Lenin del que habla como si fuera de la familia. Se le olvidó incluir una cariñosa mención al primo José (Stalin), que también fue de esa camada de “socialdemócratas”o llamar al dirigente del PSOE “el renegado Sánchez”.

3. Como lúcidamente ha señalado José Ignacio Torreblanca, en estas elecciones la frontera más significativa no ha sido la que separa la derecha de la izquierda ni lo nuevo de lo viejo:ha sido la contraposición de dos partidos, PP y PSOE, que necesitan desesperadamente gobernar para sobrevivir con otros dos, Podemos y Ciudadanos, que no quieren verse implicados ni de lejos en la enojosa tarea de gobernar o de sostener gobiernos, al menos hasta que alcancen la tierra prometida de las generales. Piden que los voten meramente para acumular votos, sin que de ello se derive responsabilidad alguna para ellos. Una contradicción a la que antes o después tendrán que hacer frente o algún día se llevarán una sorpresa desagradable, porque los ciudadanos tienen la mala costumbre de esperar que de sus votos salgan gobiernos.

4. Lo de Andalucía ha pesado mucho en esta campaña. Rajoy ha perdido una buena ocasión de fortalecerse como estadista, pero en el corto plazo logrará lo que quería: que la negociación sobre la Junta se empaquete con la de las ocho capitales andaluzas cuyos gobiernos desea conservar. Podemos y Ciudadanos se han hecho un mal favor a sí mismos, no tanto por bloquear la formación del gobierno,sino por los magros pretextos que han usado para justificarlo. Y Susana Díaz tendrá que responder, aunque sea a toro pasado, por la oportunista decisión de adelantar las elecciones para ajustar el calendario a sus proyectos personales.

5. Al PP y al PSOE se les ha visto demasiado el miedo en la cara durante toda la campaña. Especialmente a los socialistas, que últimamente se han aficionado a vincular el destino de sus dirigentes nacionales a los resultados de elecciones de segundo nivel. Rubalcaba se sintió obligado a irse a su casa por un mal resultado en unas elecciones europeas y ahora Sánchez tiembla con razón ante la perspectiva verosímil de que su cosecha en gobiernos sea incluso inferior a la catástrofe de 2011.

El PSOE ha hecho una campaña para empatar, especulando con el resultado como los equipos rácanos: si el PP no tiene mayoría absoluta y quedo segundo y tengo un voto más que Podemos y puedo montar un tripartito aquí y otro allá, a lo mejor salvo el pellejo. El problema es que si al PSOE se le despoja de ambición de ganar, ya no es el PSOE capaz de concitar mayorías, sino una cosa distinta.

Para ser las primeras elecciones del Nuevo Tiempo Político, la campaña no ha podido ser más plana ni más rancia en sus contenidos

Lo que más lamento es la pulverización del PSC. Pensando en lo que viene, el papel de los socialistas catalanes es estratégico –lo ha sido siempre–en cualquier proyecto de asentar a Cataluña dentro de España. La liquidación electoral del PSC, partido municipalista donde los haya, será una de las peores noticias de estas elecciones y todos, no sólo los socialistas, lo lamentaremos en los próximos meses.

6. ¿Qué va a pasar? Me traicionaría a mí mismo si cayera en lo que critico a otros, la tentación de sacar la bola de cristal y adivinar el futuro. En estas horas están entrando en juego los verdaderos indecisos, los más determinantes: los que sólo en el último momento se plantean si votarán o no. Pero algunas cosas sí podemos prever razonablemente:

No habrá mayorías absolutas, eso parece claro. Y más que muchos pactos, lo que veremos, al menos en principio, serán muchos gobiernos obligados a subsistir con minorías precarias.

Aparecen con fuerza dos partidos nuevos y eso cambia muchas cosas, pero al final del recuento serán escasísimos los lugares en los que el PP y el PSOE no ocupen las dos primeras posiciones. El mapa del primer partido volverá a ser predominantemente azul con algunas manchas rojas. Y como creo que la tendencia más general será que el partido más votado gobierne en minoría, es posible que Rajoy, el Superviviente, con un resultado numéricamente catastrófico salga con bien otra vez de una situación imposible. Simplemente, a base de quedarse quieto y no hacer nada. Lo de Sánchez es mucho más azaroso.

1. El calendario electoral le ha jugado de nuevo una mala pasada a nuestras ciudades y comunidades autónomas, y esto ya viene de lejos. Desde que las elecciones municipales y autonómicas se han convertido en el preámbulo de las generales, no hay forma de que en estas campañas territoriales se hable de lo que se vota.

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