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Tres mentiras sobre la Ley Electoral
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Tres mentiras sobre la Ley Electoral

Mientras tenemos al personal entretenido hablando de la Ley Electoral, no hay que ocuparse de hacer lo que de verdad se necesita hacer para salvar esta democracia representativa

Foto: Mariano Rajoy. (Reuters)
Mariano Rajoy. (Reuters)

Llevo varios días preguntándome qué diablos buscará Rajoy con este extraño movimiento de sacar otra vez del cajón en el último momento de la legislatura su proyecto de reforma de la ley electoral para los ayuntamientos (de momento para los ayuntamientos, más tarde ya veremos…).

Las elecciones municipales ya han pasado y no se celebrarán de nuevo hasta dentro de cuatro años, luego no cabe alegar urgencia.

El propio PP ha reconocido que no hay ni tiempo ni consenso para sacar adelante esa reforma en los minutos de la basura que le quedan a esta legislatura. Bastante escandaloso es que se quiera atar las manos al próximo gobierno aprobando a uña de caballo el Presupuesto de 2016 para suministrar munición a la propaganda del PP en la campaña (habría que haber escuchado los alaridos de la oposición si Zapatero hubiera intentado algo así en el verano de 2011) como para añadir una reforma electoral en pleno mes de agosto.

Quizá se pretenda dejar el proyecto sobre la mesa para retomarlo después de las generales, pero es ilusorio porque para fin de año los llamados “partidos emergentes” ya habrán terminado de emerger, estarán sentados en un Parlamento sin mayorías claras y que nadie sueñe con que den su voto a algo que no es otra cosa que un ataque preventivo contra ellos.

Y me resisto a creer que ni en sus más calenturientos delirios los estrategas del PP crean seriamente que este tema de la ley electoral va a provocar espasmos de entusiasmo en las masas y van a conseguir con él que regresen a casa los millones de votos extraviados.

Así que tiendo a pensar que es simplemente una estación más del penoso recorrido por el que suelen pasar los partidos de gobierno que ven aproximarse la derrota. La secuencia es siempre igual:

Primero se echa la culpa de todo a la comunicación. Ya saben, aquello de “gobernamos bien pero comunicamos mal”, acompañado de amargos reproches a la conspiración mediática (“con todo lo que les hemos dado y mira cómo nos pagan”).

Después se procede a entregar unas cuantas cabezas por ver si así se calma a la jauría y se salva la cabeza principal, intento estéril porque la jauría exige precisamente la cabeza principal y no se va a conformar con menos.

Lo siguiente es tirar de la cantera: enviar al banquillo a los titulares más quemados y poner en su lugar “nuevas caras” para dar impresión de renovación. Pero cuando esto se hace a última hora y a la desesperada es como hacer debutar a los juveniles en la final de la Champions: resultón pero imprudente.

Finalmente queda el recurso de promover un cambio de las reglas del juego; y si no cuela, argumentar que no nos derrotaron los votos, sino la ley electoral y la perversidad de los enemigos, que se conjuraron para quitarnos lo que era nuestro.

Todo esto es absurdamente rutinario, se ha ensayado mil veces y siempre ha resultado inútil, pero todos los que se ven en tal situación hacen el mismo recorrido: se ve que no cura,pero tiene efectos paliativos.

En esta insoportable competición de inanidad política que padecemos, la última moda es creer que los problemas de la democracia se resuelven cambiando los sistemas electorales. Esta es la primera gran mentira.

El sistema electoral es un elemento instrumental de la democracia representativa, pero de ninguna forma el elemento que cualifica su mayor o menor calidad. ¿O es que Gran Bretaña es un país menos democrático que España por tener un sistema electoral mayoritario?

Llevar el debate sobre la democracia al terreno de la ley electoral es casi siempre una maniobra de distracción para eludir los problemas de fondo que de verdad están produciendo la aluminosis galopante de nuestro sistema político.

En este terreno, la única verdad verdadera es que no existe el sistema electoral perfecto. Los sistemas electorales son como mantas cortas: si te tapas por arriba te destapas por abajo, y viceversa.

Si usted quiere que se vote individualmente a cada diputado, no pida proporcionalidad. Si quiere proporcionalidad, no proponga circunscripciones pequeñas. Si quiere gobiernos estables, no favorezca la fragmentación. Si lo que desea es que haya más representación de las minorías, vaya pensando en gobiernos inestables. Si quiere listas abiertas, no se queje luego de las peleas entre los candidatos del mismo partido por adelantarse unos a otros.

No se puede tener de todo, hay que elegir un modelo y cargar con sus virtudes y sus defectos.

Con todas sus insuficiencias, este sistema electoral ha venido haciendo posible el juego fluido de las mayorías y las minorías, no ha planteado problemas insolubles de gobernabilidad y ha funcionado con y sin mayorías absolutas, con y sin bipartidismo, con más o con menos presencia de los partidos nacionalistas… Han sido los votos de los ciudadanos los que en cada momento han dibujado el escenario, no la ley electoral.

La segunda mentira es ligar retóricamente las propuestas de reforma de la ley electoral a la llamada “regeneración democrática”. Todos los que hemos estado en la cocina sabemos que estas propuestas no se hacen teniendo en la mano un manual de democracia sino un programa de cálculo.

El PP insiste ahora en dar el gobierno automáticamente a la lista más votada (aunque sea muy poco votada) porque ve la fragmentación en el campo opuesto y calcula que así salvaría muchos de los gobiernos que ha perdido.

El PSOE se niega a ello porque, a pesar de haber pedido votos a mansalva, ha conseguido un montón de gobiernos mediante pactos y no está dispuesto a renunciar a esa posibilidad. Pero cuando tuvo mayoría absoluta estudió a fondo fórmulas muy parecidas a la que ahora propone el PP, que por supuesto entonces no estuvo por la labor.

El PP insiste ahora en dar el gobierno a la lista más votada (aunque sea muy poco votada) porque calcula que así salvaría muchos de los gobiernos perdidos

Podemos, Ciudadanos e Izquierda Unida quieren a toda costa ampliar la proporcionalidad -lo que exige aumentar el tamaño de las circunscripciones- porque es la manera de mejorar la ratio de rentabilidad de sus votos, debilitar a los dos partidos más grandes y convertirse en imprescindibles para gobernar.

Los nacionalistas están muy cómodos con este sistema porque premia a los partidos que concentran toda su fuerza electoral en un sólo territorio. No cuenten con ellos para ninguna reforma que cambie esto.

Y precisamente por eso, todos sin excepción se permiten el lujo de tirar al aire bellas propuestas pretendidamente orientadas a “mejorar la democracia”, con la tranquilidad de saber que la probabilidad de articular un consenso suficientemente amplio en esta materia es nula. Porque ya se ocupó la Constitución –craso error–de blindar los elementos estructurales del sistema electoral, dejando la Ley Electoral convertida en poco más que una ley de ordenación de los procesos administrativos de las elecciones.

Y también porque la hoja de cálculo no miente: lo que conviene a unos perjudica necesariamente a otros y lo que me fortalece hoy puede debilitarme mañana si cambia la relación de fuerzas.

Esta es la tercera gran mentira de este debate trucado: que se puede posturear impunemente y quedar bien con la grada porque no hay peligro de que nos tomen la palabra. Por eso vemos a partidos y dirigentes empaquetar y lanzar alegremente al aire propuestas que son –y ellos lo saben–totalmente impracticables e incompatibles entre sí.

Y mientras tenemos al personal entretenido hablando de la ley electoral, no hay que ocuparse de hacer lo que de verdad se necesita hacer para salvar esta democracia representativa a la que algunos le han declarado la guerra desde dentro en el nombre del pueblo.

Llevo varios días preguntándome qué diablos buscará Rajoy con este extraño movimiento de sacar otra vez del cajón en el último momento de la legislatura su proyecto de reforma de la ley electoral para los ayuntamientos (de momento para los ayuntamientos, más tarde ya veremos…).

Ciudadanos Izquierda Unida