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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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¿Dónde están los líderes?

No es casualidad que de los tres expresidentes vivos haya sido precisamente González el que ha considerado su obligación dar este paso. Las diferencias de estatura política son para toda la vida

Foto: El expresidente del Gobierno Felipe González. (EFE)
El expresidente del Gobierno Felipe González. (EFE)

Primera historia: Hace unos meses los escoceses estuvieron a punto de arrojarse al precipicio. Ante la torpeza infinita de quienes desde el gobierno conservador y la oposición laborista conducían la campaña antiindependentista, en el último momento Gordon Brown se sintió obligado a salir de su retiro y, en un par de discursos memorables, explicó de forma contundente, razonada y también apasionada, lo que realmente se estaba jugando en esa votación. Hoy nadie duda de que aquella intervención de emergencia fue decisiva. Además de su autoridad moral, sus palabras tenían ese “timbre inconfundible de la verdad” al que se refería Machado.

(Por cierto, quizá la evidente incapacidad de Milliband para manejar la crisis escocesa y la necesidad de recurrir in extremis al viejo líder para que hiciera lo que él no supo hacer tuvo algo que ver con su derrota electoral. Lo digo por si alguien está pensando en repetir la experiencia).

Segunda historia: Hoy quien coquetea con el despeñadero es Cataluña, intoxicada por un insensato nacionalismo conservador que en su día fue un elemento esencial de equilibrio y estabilidad en la crispada política española y hoy es lo contrario: el principal factor de incertidumbre institucional y la mayor amenaza para la convivencia entre los catalanes y la de los catalanes con el resto de los españoles.

También aquí los actuales dirigentes del país están muy por debajo de la magnitud del desafío.

El gobierno del PP se ha sumido en la parálisis burocrática intrínseca en el código genético de su presidente y, a estas alturas, ya sólo piensa en cómo y cuánto debe sobreactuar tras el 27 de septiembre para que este conflicto le proporcione votos en el resto de España. Poner a un extremista al frente de su candidatura en Cataluña forma parte de este plan miope.

El PSOE blandea en esto como en casi todo, repitiendo rutinariamente un discurso federalista tan razonable como vacío de contenido y con un ojo permanentemente puesto en sus equilibrios internos. El líder del PSC dice ahora las cosas más sensatas que se están escuchando en este debate desquiciado, pero ya es tarde: demasiados bandazos y contradicciones desde el infausto tripartito hasta nuestros días como para que nadie se detenga a escucharlo. El desmoronamiento del PSC a manos de sí mismo es una de las grandes tragedias de este proceso.

Y de los llamados “nuevos partidos” no hay que esperar ninguna contribución sustantiva: el problema catalán es campo minado y su único propósito de aquí a las elecciones generales es no pisar ninguna mina pase lo que pase.

En estas circunstancias, Felipe González se ha sentido también obligado a hacerse presente y abrir curso político y portada en El País del domingo con un texto solemne dirigido a los catalanes que, por su tono y por su contenido, se parece mucho a lo de Brown en Escocia: profundo, genuinamente político en el mejor sentido de la palabra y a la vez cargado de sentimiento. No hay nada nuevo en el texto de González: lo nuevo es que dice la verdad sin mixtificaciones y sin reservas oportunistas.

No hay nada nuevo en el texto de González: lo nuevo es que dice la verdad sin mixtificaciones y sin reservas oportunistas

No es casualidad que de los tres ex presidentes vivos haya sido precisamente González el que ha considerado su obligación dar este paso. Las diferencias de estatura política son para toda la vida y cuando un líder se siente responsable de su país lo es hasta el final, ocupe la posición que ocupe.

Tercera historia: Se va a elegir en primarias abiertas al nuevo líder del laborismo británico y el gran favorito resulta ser el más regresivo de todos: un viejo izquierdista llamado Jeremy Corbyn con todos los tics de la izquierda nostálgica y un programa del siglo pasado inaplicable e inasumible para la mayoría en una sociedad tan especial como la británica.

Todos saben, empezando por quienes lo respaldan con entusiasmo digno de mejor causa, que la elección de Corbyn arruina cualquier posibilidad próxima de que el Labour gane unas elecciones y regrese al poder. Y sin embargo, su ascensión parece imparable.

Ninguno de los dirigentes contemporáneos del laborismo parece capaz de hacer frente a este suicidio inminente; los que compiten con Corbyn son tan inanes y tan vacuamente postmodernos como su antecesor Milliband y como la mayoría de los ¿líderes? socialdemócratas europeos actuales.

Así que la tarea de alertar sobre los efectos destructivos de la elección de Corbyn está recayendo sobre los líderes históricos del partido: Neil Kinnock, Gordon Brown, Tony Blair (150 años de militancia laborista entre los tres).

Este domingo también hemos podido leer a Blair en The Guardian, saliendo a la palestra a defender lo evidente: si ustedes quieren que vuelva a haber un gobierno progresista en Gran Bretaña en la próxima década, lo peor que pueden hacer es emprender este viaje al pasado que nos aleja irrremediablemente de la mayoría social.

Blair dice además unas cuantas cosas interesantes en su artículo. Se ha creado dice, una nueva realidad en la que se trata precisamente de ignorar la realidad. “Una política de la realidad paralela en la que la razón resulta irritante, las evidencias una forma de desviar la atención y reinan los impactos emocionales. A través de esta realidad paralela la gente se siente capacitada para volver a luchar contra “el sistema” y contra la política tradicional de los acuerdos, las decisiones difíciles y las mejoras graduales. Es la revolución dentro de una burbuja”.

Esta mezcla de nacionalismo extremo y pseudosocialismo populista tiene precedentes históricos en Europa y no son tranquilizadores

Y si quieren añadir una cuarta historia, repasen la emocionante pero inútil insistencia con la que Jacques Delors, 90 años, arquitecto de la Unión Europea, alerta cada día del destrozo al que se está sometiendo al proyecto político más noble de nuestro tiempo, el sueño de una Europa unida por la democracia y la solidaridad y no dominada por la bota de ningún imperio hegemónico.

Dirán que todo esto es nostalgia de tiempos pasados. Pero es lo contrario: es justamente temor a que vuelvan los tiempos pasados. Porque, como dice Blair, esta mezcla de nacionalismo extremo y pseudosocialismo populista tiene precedentes históricos en Europa y no son precisamente tranquilizadores.

Primera historia: Hace unos meses los escoceses estuvieron a punto de arrojarse al precipicio. Ante la torpeza infinita de quienes desde el gobierno conservador y la oposición laborista conducían la campaña antiindependentista, en el último momento Gordon Brown se sintió obligado a salir de su retiro y, en un par de discursos memorables, explicó de forma contundente, razonada y también apasionada, lo que realmente se estaba jugando en esa votación. Hoy nadie duda de que aquella intervención de emergencia fue decisiva. Además de su autoridad moral, sus palabras tenían ese “timbre inconfundible de la verdad” al que se refería Machado.

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