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En defensa de la ley
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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En defensa de la ley

La ley es objetiva, igual para todos, la única garantía de los débiles frente a los poderosos. Cuando se trata de contraponer las normas, se está introduciendo una confusión sumamente nociva

Foto: El presidente de la Generalitat de Cataluña, Artur Mas. (Reuters)
El presidente de la Generalitat de Cataluña, Artur Mas. (Reuters)

El Manifiesto Comunista de 1848 comenzaba así: “Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo”.

El peor espectro que se cierne sobre Europa en la segunda década del siglo XXI ya no es el comunismo: es la resurrección simultánea del nacionalismo y del populismo. Dos productos altamente tóxicos y de comprobado poder destructivo que, además, se buscan, se encuentran y se alimentan mutuamente.

Es fácil observar que los nacionalismos exacerbados de Mas y Junqueras, o de Le Pen y Farage, llenan sus discursos de lenguaje populista frecuentemente teñido de xenofobia. (¿O es que “España nos roba”, además de ser una mentira, no es una consigna xenófoba?).

Y también que los nuevos partidos populistas como Podemos y Syrizaadquieren tonalidades claramente nacionalistas. Tsipras gana referéndum y elecciones apelando sin cesar al orgullo patrio heridoy Pablo Iglesias nunca se olvida de introducir, entre sus valores de referencia, la defensa de la soberanía (muy por encima, por ejemplo, de la igualdad, que sería más propio de un político progresista).

No se puede romper un Estado y crear otro a partir de unas elecciones autonómicas convocadas para elegir un parlamento y un gobierno

Y esta alianza de populismo y nacionalismo nos está colando de contrabando una idea que, en la medida en que se inocule y sea socialmente asumida, tiene capacidad por sí sola de acabar con la democracia representativa tal como la conocemos:

La voluntad popular está por encima de la ley

Ese es el concepto de fondo sobre el que Artur Mas y sus socios fundamentan hoy su insurrección institucional. Puesto que hay una supuesta “voluntad popular” del pueblo catalán que desea separarse de España y construir un Estado propio, esa voluntad colectiva puede y debe prevalecer sobre cualquier norma legal que pretenda frenarla.

Ni la Constitución Española, ni el Estatuto de Cataluña, ni los Tratados europeos ni la propia Carta de las Naciones Unidas, que define en qué circunstancias puede admitirse la secesión de un Estado miembro: todo ello decae ante la percepción interesada por parte de los dirigentes nacionalistas de una “voluntad popular” por la independencia.

El peor espectro que se cierne sobre Europa en el siglo XXI ya no es el comunismo: es la resurrección simultánea del nacionalismo y del populismo

Pues no: ni siquiera con el 100% de los votos y de los escaños del27-S esa votación legitimaría jurídicamente una declaración unilateral de independencia. Simplemente porque, se pongan como se pongan, no se puede romper un Estado y crear otro a partir de unas elecciones autonómicas convocadas para elegir un parlamento y un gobierno que ejerzan sus competencias en el marco de esas mismas leyes que se pretenden destruir.

¿Pueden los 22 jugadores en un partido de fútbol acordar que en ese partido se pueden meter goles con la mano y no se aplica la norma del fuera de juego? Pueden hacerlo, incluso podrían convencer al árbitro de que haga la vista gorda; pero lo que no pueden pretender es que eso sea considerado un verdadero partido de fútbol y mucho menos que su resultado sea reconocido como válido. Simplemente, porque el reglamento no es discrecional ni depende de la “voluntad popular” de los participantes.

Es también el argumento permanente de los movimientos populistas para poner en cuestión la legitimidad de las instituciones de la democracia. “No nos representan”, “hay que tomar el cielo (quiere decir el poder) por asalto”, “sólo aplicaremos las leyes que nos parezcan justas” (Ada Colau): ¿Qué quiere decir todo esto y, sobre todo, a dónde se quiere llegar con todo esto?

Todos los gobiernos populistas del mundo basan su poder en mantener una relación equívoca con la ley. Esa es justamente la esencia del peronismo (y quizá el secreto de su éxito en una sociedad como la argentina): el accidentalismo jurídico. Consiste en que la ley se cumple y se hace cumplir cuando conviene políticamente pero puede y debe ser orillada cuando es un obstáculo “a la voluntad popular” (léase a la voluntad del que pretende hablar en nombre del pueblo).

Si la socialdemocracia europea estuviera mínimamente orientada, estaría dando con uñas y dientes esta batalla ideológica que se está perdiendo

Todas las democracias que se han puesto el apellido “popular” han dejado inmediatamente de ser democracias. Por algo será.

La voluntad popular es subjetiva, es plural y es cambiante. Y frecuentemente es confusa. Quien proclama la supremacía de la voluntad popular sobre cualquier norma es que se dispone, primero, a nominarse como intérprete autorizado de esa voluntad popular; y segundo, a convertirla en un todo que ahogue la diversidad. Por eso los nacionalistas hablan siempre en nombre de su Nación y no en nombre propio (Mas: “Cataluña quiere”, “Cataluña exige”...etc); y los populistas hablan en nombre del Pueblo (Pablo Iglesias: “lo que la gente quiere”, “lo que el pueblo exige”…).

De hecho, no creo que haya tal cosa como una verdadera “voluntad popular”. Lo que llamamos así es simplemente una suma de voluntades individuales que, de forma convencional, se cuentan para entregar temporalmente la administración de los asuntos colectivos a quien tenga la mayoría en el marco de leyes y procedimientos previamente acordados.

La ley es objetiva, es clara y es igual para todos. Es la única garantía de los débiles frente a los poderosos. Es lo que nos protege de los abusos. Es lo que da estabilidad a nuestras vidas y a la organización de la sociedad.La ley es el único recipiente válido para que la voluntad popular se haga operativa y se convierta en la base de la convivencia. Cuando se trata de contraponerlas, se está introduciendo una confusión sumamente nociva para la democracia. Cuando se da un paso más y se pretende romper la ley en el nombre de la voluntad popular, directamente se está colocando una bomba de relojería en el casco del barco.

11 millones de españoles dijeron que querían ver a Mariano Rajoy en la Moncloa. Mientras no digan lo contrario, no hay “voluntad popular” que supere a esa

Este Gobierno del PP, con su mayoría parlamentaria, ha aprobado varias leyes que me resultan detestables. Estoy deseando que otra mayoría parlamentaria las cambie. Pero mientras eso ocurre, defenderé su legitimidad. Cuando llegó el momento de ejercer el derecho a decidir, 11 millones de españoles dijeron que querían ver a Mariano Rajoy en la Moncloa. Mientras no digan lo contrario –y espero que sea muy pronto-, no hay “voluntad popular” que supere a esa.

No es buen negocio para la libertad suplantar el imperio de la ley por el de la anomia. Y si la socialdemocracia europea estuviera mínimamente orientada, estaría dando con uñas y dientes esta batalla ideológica que se está perdiendo y que es crucial. Pero como siempre sucede últimamente con las grandes amenazas, mientras nos miramos en el espejo se nos hace tarde para todo.

El Manifiesto Comunista de 1848 comenzaba así: “Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo”.

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