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Tras el diluvio de encuestas, una semana de sequía
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Tras el diluvio de encuestas, una semana de sequía

Se pretende evitar que la publicación de encuestas influya sobre la decisión de voto de los ciudadanos. Nunca he entendido bien el motivo

Foto: Montaje de urnas electorales en Sevilla, en una foto de archivo. (EFE)
Montaje de urnas electorales en Sevilla, en una foto de archivo. (EFE)

Cada campaña electoral es diferente a cualquier otra, pero en todas ellas hay momentos que se repiten con puntualidad ritual. Una de ellas, antiguamente, era la “pegada de carteles” de las cero horas de la primera noche de la campaña. Se sigue llamando así aunque ahora ya nadie pega carteles, pero tenía su gracia ver a los candidatos armados de un cubo de cola colocando sobre un muro un gran afiche con su propia imagen.

Otro rito es la lluvia de encuestas, que se transforma en diluvio en el último fin de semana antes de las elecciones. Se levantan los adictos el día domingo con el ánimo preparado para un atracón de números, con la urgencia de saber que serán los últimos que podrán ver sus ojos antes de la votación y que a continuación vendrá el apagón. Es como la última papelina o la ultima copa antes de que cierren el bar; y eso que en realidad estamos sólo a la mitad de la campaña y que aún quedan siete larguísimos días para el momento de la decisión.

En estos días los medios y los institutos de opinión se vigilan: cada uno quiere saber lo harán los demás y hay una tendencia final a agrupar los pronósticos. Mejor acertar o equivocarse todos juntos que separarse del pelotón y que te señalen con el dedo.

Observen el cuadro de las cuatro encuestas que se publicaron ayer:

Olvídense por un momento de los escaños y atiendan a los porcentajes de voto. Verán que la horquilla es siempre inferior a 3 puntos para todos los partidos, lo que está dentro del margen de error de todas esas encuestas.

También se manosean elucubraciones sobre los míticos indecisos. Se los imagina encerrados en sus casas, atormentados por la duda, calibrando concienzudamente los pros y los contras de entregar su preciosa mercancía -el voto- a tal o cual partido.

No hay nada de eso en la realidad. La experiencia me dice tres cosas:

Primera, que la inmensa mayoría de los llamados “indecisos “son personas que viven alejadas del debate electoral, que no consumen información política y que pueden ir a votar o no votar en función de la atmósfera que en los últimos días se respire en sus entornos sociales inmediatos (familia, trabajo, amigos). La duda no es a quién votarán, sino si votarán o se quedarán en sus casas. Y probablemente pensarán en ello por primera vez cuando queden ya muy pocas horas para decidir, o incluso el mismo día de la votación.

Segunda, que el verdadero pelotón de los indecisos no aparece en las encuestas. Son todos los que han sido llamados y no han querido realizar la entrevista. Tengan en cuenta que en una encuesta política normal, realizada por teléfono, por cada entrevista válida hay un mínimo de cinco llamadas fallidas. En ese proceso de sustituir al que rechaza la entrevista por el que se presta a ella está, a mi juicio, el origen de casi todas las desviaciones que luego hay que corregir en la famosa “cocina”.

Y tercera, que los “indecisos” que finalmente acuden a votar suelen hacerlo en la misma dirección que los previamente decididos, precisamente porque su voto no resulta de una profunda reflexión -y, desde luego, no de las encuestas que probablemente no han leído- sino de lo que han escuchado a su alrededor en esos últimos días.

La prohibición de publicar encuestas la última semana antes de los comicios es una de las antiguallas inexplicables que permanecen en la norma electoral

Y después se abre la semana de veda. La prohibición de publicar encuestas en la última semana antes de las elecciones es una de las muchas antiguallas inexplicables que permanecen en nuestras normas electorales. Restricciones que son en sí mismo absurdas pero, además, desde que existe la red (un invento del que nuestro legislador electoral aún no ha tenido noticia), transgredirlas es un juego de niños.

Se pretende evitar que la publicación de encuestas influya sobre la decisión de voto de los ciudadanos. Nunca he entendido bien el porqué: es como si un consumidor no pudiera conocer la evolución del mercado cuando elige una marca o un inversor no pudiera estar informado de las alzas y bajas de los valores hasta el último segundo antes de comprar o vender.

Las expectativas de resultados forman parte de la información a la que un ciudadano tiene derecho. Y si alguien toma su decisión influido por los datos de las encuestas, ello es tan legítimo como tomarla por cualquier otro motivo.

"Votaré a este partido porque las encuestas dicen que va a ganar el otro"; o al revés: "No votaré a este partido porque las encuestas dicen que no puede ganar"; o cualquiera de los múltiples y contradictorios razonamientos que los expertos atribuyen al influjo de las encuestas. ¿Dónde está el problema?

¿Qué tiene de malo que alguien conozca la intención de voto de sus congéneres un día antes o incluso en el mismo día de la votación? ¿Que eso le influye en su propia decisión? Pues muy bien, que le influya: como cualquier otra cosa de las miles que entran por nuestros ojos y oídos a diario. Si ni siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo sobre cómo, cuánto y en qué sentido opera esa supuesta influencia de las encuestas…

Por cierto, se prohíbe publicar encuestas, pero no hacerlas. Así que durante esta semana de veda los partidos y los medios van a disponer de datos

Otra cosa, por supuesto, es que se garantice que lo que se da como resultado de las encuestas sea tal cosa y no la manipulación más o menos arbitraria o interesada de los datos. Para eso sí hay previsiones suficientes en nuestra ley, pero nadie las cumple ni las hace cumplir.

Por cierto, se prohíbe publicar encuestas, pero no hacerlas. Así que durante esta semana de veda los partidos y los medios van a disponer de datos de última hora para influir sobre los votantes, pero estos no podrán tener acceso a esos datos.

Estas paternalistas prohibiciones han devenido impracticables, como la de no hacer campaña durante el sábado, la mal llamada “jornada de reflexión” que se usa para todo menos para reflexionar.

Pasaremos esta semana buscando y encontrando encuestas alojadas en webs extranjeras o difundidas por mil canales a través de las redes sociales.

Los partidos se preparan para que el sábado los teléfonos móviles reciban una verdadera invasión de mensajes y las redes sociales se inunden de llamamientos a la movilización, aparentemente espontáneos pero todos ellos programados y pagados. La jornada de reflexión ha pasado a ser una jornada de agitación, el momento estelar de los community managers de los partidos.

Y a lo largo de la jornada electoral estarán en marcha varios sondeos a la salida de los colegios electorales, las famosas israelitas. A partir del mediodía empezará a haber datos fiables. Y mientras los medios españoles, por imperativo legal, guardan un solemne silencio, pasaremos la tarde del domingo viajando por la red para conocer en las webs de los periódicos andorranos, franceses, italianos y portugueses lo que está pasando en las elecciones catalanas. Pintoresco, por usar un adjetivo suave.

Lo peor que puede pasarle a una ley es que no se cumpla. Y nuestras leyes electorales están repletas de antediluvianas normas precibernéticas que son una invitación a la burla masiva y al regate transgresor. Señores legisladores, el siglo XXI les espera.

Cada campaña electoral es diferente a cualquier otra, pero en todas ellas hay momentos que se repiten con puntualidad ritual. Una de ellas, antiguamente, era la “pegada de carteles” de las cero horas de la primera noche de la campaña. Se sigue llamando así aunque ahora ya nadie pega carteles, pero tenía su gracia ver a los candidatos armados de un cubo de cola colocando sobre un muro un gran afiche con su propia imagen.

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