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El PSOE ya no es el partido que más se parece a España
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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El PSOE ya no es el partido que más se parece a España

El PSOE padece la misma enfermedad que toda la socialdemocracia europea: una especie de aluminosis política que los ha incapacitado para dar respuestas propias y creíbles

Foto: El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE)
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE)

Miércoles, 4 de noviembre. Tres comensales en torno a una mesa hablan de las próximas elecciones. Pertenecen a generaciones distintas pero tienen algo en común: siempre han votado al PSOE, en las buenas y en las malas. Y sin embargo, cuando llega el momento de sincerarse sobre el 20-D, resulta que uno de ellos ya tiene decidido votar a Ciudadanos, el segundo duda entre Ciudadanos y el voto en blanco y el tercero está hecho un lío, aunque finalmente confiesa que quizá tenga que resignarse a votar de nuevo al PSOE. (Les aseguro que la historia es real).

¿Qué le pasa a este Partido Socialista que se inyecta dosis masivas de anabolizantes y lo más que consigue es un desganado voto del mal menor? Es una sensación extraña ver a los dirigentes del partido que gobernó durante más de 20 años, el que presumía con razón de ser “el que más se parece a España”, el más ambicioso en su vocación de integrar mayorías y vertebrar el país, celebrando por todo lo alto una encuesta que le da un 25% de estimación de voto. Es como si los directivos del Real Madrid o del Barça tiraran cohetes por salvar la permanencia en primera división.

Los casi 11 millones y medio de votos que llegó tener el PSOE en su esplendor quedaron reducidos en 2011 a 7 millones. Se dijo entonces que aquello era el núcleo duro a prueba de bombas, el suelo infranqueable, el voto heroico que se mantuvo fiel cuando más arreciaba el temporal antizapateril.

¿Qué ha sido de aquellos 7 millones de héroes? El barómetro que acaba de hacer público el CIS nos muestra la foto fija de la situación a principios de octubre, que es cuando se hicieron las entrevistas. Con la velocidad a la que se están moviendo las cosas, la foto casi ha virado a color sepia, pero aún da alguna información útil.

Averiguamos en ella, por ejemplo, que sólo el 19% de los que votaron socialista en 2011 opina que la actuación que está teniendo el PSOE en la oposición es buena; el 50% la considera regular y el 28% mala o muy mala.

Comprobamos, también, que sólo el 41% de esos mismos votantes del PSOE dicen tener confianza en Pedro Sánchez; por el contrario, al 55% de ellos el actual líder socialista les inspira “poca o ninguna confianza”.

Observamos que en esa encuesta que tanto han festejado sus dirigentes el PSOE está entregando la friolera de 850.000 votos a Podemos y 450.000 a Ciudadanos (para tratarse del “núcleo duro”, no es poca cosa). Y empieza a asomar una nueva mutación estructural del voto socialista: el PSOE vuelve a tener su mayor fortaleza electoral entre los mayores de 55 años.

Creo que el PSOE padece la misma enfermedad que toda la socialdemocracia europea: una especie de aluminosis política que los ha incapacitado para dar respuestas propias y creíbles a ninguno de los grandes problemas de nuestro tiempo, desde el cambio climático hasta el envejecimiento demográfico, pasando por los desafíos de la inmigración masiva, las amenazas muy reales a la seguridad y la tarea ingente de construir sobre bases nuevas un Estado social que sea financiable y competitivo en la economía globalizada.

Lo único que se ha escuchado a la socialdemocracia europea desde que estalló la crisis es una quejumbrosa protesta por las políticas de austeridad de la derecha merkeliana y una estéril añoranza del Estado del Bienestar que construyeron sus ancestros en el siglo pasado. Nada útil.

Al PSOE le siguen pesando como una losa los cuatro primeros años de la crisis. De alguna forma, el Partido Socialista necesita la recuperación económica tanto como el PP; hasta que la sociedad española no dé por cerrada esa etapa traumática, los dos partidos gobernantes en ella no obtendrán la absolución.

El PSOE se ha adaptado muy mal a las nuevas condiciones del mercado político español. “Es que antes no existían Podemos y Ciudadanos”, responden sus dirigentes como justificación de sus pobres expectativas actuales. Ya, pero es que Podemos y Ciudadanos no han aparecido por arte de magia: si nacieron y crecieron de forma tan fulminante fue por algo. Hasta que los dos partidos que han dominado la política española durante más de 30 años no se den a sí mismos una explicación verdadera sobre el origen de este fenómeno, no estarán en condiciones de competir eficazmente con sus nuevos adversarios.

Tener una larga historia lo único que garantiza es un lugar en la historia, pero no genera derechos sobre el futuro. Eso hay que ganárselo

Los dirigentes socialistas no encontraron en su momento el antídoto contra la invasión de su espacio electoral desde Podemos y ahora les pasa lo mismo con la segunda invasión, la de Ciudadanos. El proceso es siempre igual: primero, la emergencia de un nuevo competidor les pasa por debajo del radar. Luego lo ignoran, confiando en que sea sólo una turbulencia, un susto pasajero que se pasará cuando llegue la hora de la verdad. Y cuando la hora de la verdad llega y el bicho no sólo no se ha evaporado sino que ha entrado hasta la cocina, intentan sacarlo a escobazos con un ataque atropellado que sólo sirve para alimentarlo más.

Cada vez que el líder socialista repite que lo único que se decide el 20-D es “Rajoy o yo”, no sólo dice algo que todo el mundo sabe ya que no es cierto; además, hace que la gente tenga cada vez más ganas de contestar que lo que desean es justamente acabar con la rutina del turno gobernante: ahora te toca a ti y ahora a mí, Cánovas o Sagasta. No hace falta ser un genio de la estrategia para darse cuenta de que plantear esta elección como una opción cerrada entre Rajoy y Sánchez es altamente dañino para ambos.

Y es que estas elecciones, tal como parece percibirlas la mayoría, no van de la izquierda versus la derecha, como pregona en vano el PSOE; ni de los de arriba contra los de abajo, como le gustaría a Iglesias; ni de la “herencia recibida” frente a la recuperación conquistada, como insiste Rajoy. Todos esos elementos están presentes, sin duda, en la conciencia colectiva, pero a día de hoy se resumen y se fusionan en la dicotomía simple de lo nuevo frente a lo viejo.

Así como el PP de Rajoy ofrece una representación cabal y consistente de “lo viejo” (y ello le proporciona un espacio y un discurso con el que defender su capital electoral), el PSOE de Sánchez tiene serias dificultades para representar “lo nuevo” de forma más convincente que sus imprevistos rivales. Por eso prefiere refugiarse en la vieja y sabrosa batalla bipartidista, cuyos códigos conoce a fondo, que salir a campo abierto a disputar un nuevo partido con nuevas reglas y nuevos jugadores.

Con todo, la cuestión de fondo es si el Partido Socialista sigue siendo el que más se parece a España: si hoy está dentro o fuera del mainstream, de la corriente principal que atraviesa la sociedad española. Y es que tener una larga historia lo único que garantiza es un lugar en la historia, pero no genera derechos sobre el futuro. Eso hay que ganárselo.

Miércoles, 4 de noviembre. Tres comensales en torno a una mesa hablan de las próximas elecciones. Pertenecen a generaciones distintas pero tienen algo en común: siempre han votado al PSOE, en las buenas y en las malas. Y sin embargo, cuando llega el momento de sincerarse sobre el 20-D, resulta que uno de ellos ya tiene decidido votar a Ciudadanos, el segundo duda entre Ciudadanos y el voto en blanco y el tercero está hecho un lío, aunque finalmente confiesa que quizá tenga que resignarse a votar de nuevo al PSOE. (Les aseguro que la historia es real).

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