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Terrorismo y elecciones, un golpe de realidad
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Terrorismo y elecciones, un golpe de realidad

Estoy seguro de que ninguno de los planes estratégicos de los equipos de campaña contemplaba que a 30 días de la votación la principal preocupación fuera cómo manejar el tema del terrorismo

Foto: El presidente francés, François Hollande. (EFE)
El presidente francés, François Hollande. (EFE)

Nadie lo menciona abiertamente porque queda mal mezclar la muerte con los votos, pero en estos días muchos se preguntan de qué manera y hasta qué punto la conmoción por el atentado de París influirá en las elecciones españolas del 20 de diciembre.

No es habitual que un hecho ocurrido fuera de España determine nuestro voto, pero la masacre parisina nos ha hecho mucho más agudamente conscientes de que la amenaza va contra todos y que cualquiera de nosotros, cualquier día, puede estar en una discoteca Bataclan o en el bar de la esquina y que el tipo que se está tomando un café en la mesa de al lado sea una bomba humana dispuesta a morir y hacernos morir en ese mismo momento.

No sé si el atentado de París y todo lo que ha desencadenado afectará al resultado de las elecciones, pero lo que sí ha quedado trastornado es la campaña electoral. Estoy seguro de que ninguno de los planes estratégicos de los equipos de campaña contemplaba la hipótesis de que a 30 días de la votación la principal preocupación de los candidatos fuera cómo manejar el tema del terrorismo yihadista: con oficio como Rajoy, rematadamente mal como Iglesias, con un toque oportunista como Rivera o con la insustancialidad habitual de Sánchez.

“La campaña electoral se ha paralizado”, se quejan por lo bajo algunos dirigentes políticos. No, lo que ha hecho la campaña es chocar con la realidad. Lo artificial es ese mundillo de los mítines, los eslóganes, los soundbites redactados por el asesor de turno, las encuestas y las pajas mentales con las encuestas, el debate sobre el debate y la campaña que consiste en comentar la campaña: un invernáculo que alberga a no más de 5.000 personas. Lo real es el terrorismo, es París hoy y quién sabe qué otro lugar mañana. Lo real es Cataluña rota y rompiendo con España. Lo real sigue siendo tener 35 años y no haber empezado tu vida laboral o tener 50 y saber que la has acabado para siempre: en ambos casos, tener la vida jodida sin remedio.

Ojalá no hubiera ocurrido lo de París. Pero si me permiten decirlo así, su efecto sobre la campaña española es doblemente saludable:

Por una parte, como he dicho, nos pone a hablar de la realidad. Como el clásico dicho del periodismo cínico que recomienda no permitir que la realidad te estropee una buena historia, parece que ciertos políticos y consultores lamentan que la realidad venga a estropearles un buen diseño de campaña.

Pero a veces la realidad es tan potente que se impone a todo y arrasa con todo, y además no avisa ni llama a la puerta. Entonces es cuando se acaba el toreo de salón, hay que echar las guías de campaña a la papelera y toca demostrar que querer gobernar y valer para ello no es lo mismo que jugar a gobernar.

Parece que ciertos políticos y consultores lamentan que la realidad haya venido a estropearles un buen diseño de campaña para las elecciones generales

El terrorismo yihadista es la vida misma, lo que nos va a tocar sufrir durante los próximos años. Es lo que conmociona a la sociedad, lo que nos enfurece, nos asusta, nos preocupa, a ratos nos hermana y siempre nos deja abrumados ante un problema gigantesco que desborda nuestra comprensión.

Está muy bien que pasemos el tiempo que queda hasta las elecciones hablando del terrorismo y cómo defendernos de él; igual que estaría muy bien que habláramos también de cómo nos va a cambiar la vida la llegada incontenible de millones de personas que huyen de la miseria y de la muerte para buscar refugio en nuestra decadente Europa; o de cómo vamos a resolver el dilema que ha formulado el presidente Obama: somos la primera generación en notar los efectos del cambio climático y la última que puede hacer algo útil para frenarlo. O que hablemos de cómo se hace para sincronizar la recuperación económica con la recomposición social.

Está bien que la campaña electoral vaya de eso porque estas serán la cuestiones sobre las que tendrá que reflexionar, negociar y decidir el Gobierno que elijamos el 20 de diciembre. Les aseguro que el próximo Presidente, sea quien sea, pasará mucho más tiempo ocupándose de estas cosas que de las puertas giratorias o de los sueldos de los concejales. Lo triste es que tenga que ocurrir algo brutal para que lo que es importante también nos parezca importante.

Por otra parte, esta bestial irrupción de la amenaza terrorista nos obliga a contrastar visiones y soluciones que, aun buscando lo mismo, discrepan en el diagnóstico y discrepan aún más en el tratamiento.

Todos compartimos el dolor por los asesinatos y la solidaridad con las víctimas. Todos nos hemos emocionado viendo a 80.000 ingleses en un estadio de fútbol cantando La Marsellesa. Pero ante el problema de fondo no opina lo mismo Obama que Putin; no se ven las cosas igual desde Bruselas que desde Tel Aviv o El Cairo; no es fácil conectar el sentimiento de un musulmán pacífico con el de un cristiano belicoso.

Lo triste es que tenga que ocurrir algo brutal para que lo que es importante también nos parezca importante

Hay quien piensa que es un error proclamar que esto es una guerra porque eso es precisamente lo que buscan los que se llaman pretenciosamente Estado (islámico): que se les dé ese rango y su provocación criminal se trate como la guerra mundial del siglo XXI.

Hay quien piensa que “la amenaza de ISIS no es su capacidad de derrotar a occidente, sino que los países europeos, en su reacción contra el terrorismo, cometan el error de destruir completamente su propia cohesión social” (Roger Senserrich).

Y hay quien piensa que la única guerra verdadera es la que hay en Siria y en Irak, una sanguinaria guerra civil de la que los terroristas de ISIS son una parte: y que la forma más eficaz de acabar con ellos es ayudar a que pierdan esa guerra en su propio territorio.

Supongo que algo de esto es lo que, de forma torpe y manifiestamente inoportuna, pretendió plantear Pablo Iglesias en su desafortunadísima declaración del mismo día del atentado (luego lo ha querido enmendar vistiéndose de estadista, pero últimamente el líder de Podemos llega tarde y mal a todas las citas importantes; también es cierto que viene desde muy lejos, de asaltar los cielos nada menos).

Nadie lo menciona abiertamente porque queda mal mezclar la muerte con los votos, pero en estos días muchos se preguntan de qué manera y hasta qué punto la conmoción por el atentado de París influirá en las elecciones españolas del 20 de diciembre.

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