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Iglesias y Sánchez: deprisa, deprisa, ¿hacia dónde?
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Iglesias y Sánchez: deprisa, deprisa, ¿hacia dónde?

En la práctica, el líder de Podemos no será el vicepresidente de Pedro Sánchez, será un copresidente que dirigirá su propio trozo de gobierno, y ya veremos quién le marca el camino a quién

Foto: Pedro Sánchez pasa junto a Pablo Iglesias durante la sesión constitutiva de la Cámara Baja, el pasado 13 de enero. (EFE)
Pedro Sánchez pasa junto a Pablo Iglesias durante la sesión constitutiva de la Cámara Baja, el pasado 13 de enero. (EFE)

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias están corriendo mucho. Amortizado Rajoy, el objetivo es que el día 30 (Comité Federal del PSOE) el acuerdo de gobierno entre ambos esté completamente cocinado para que los dirigentes socialistas no tengan otra opción que tragarse el hecho consumado o que los acusen de cerrar las puertas de La Moncloa a su propio secretario general.

Se dice que en un mundo de mediocres siempre gana el más osado. Sánchez conoce bien a sus correligionarios y está dando una segunda lección magistral de ese principio. Lo hizo en julio de 2014 para encaramarse al sillón de Ferraz y lo está repitiendo ahora para convertirse en presidente del Gobierno tras protagonizar el mayor fracaso electoral del Partido Socialista en esta democracia.

Aunque sigue siendo necesaria la complicidad activa de algunos nacionalistas y el consentimiento mediante abstención de todos los demás, ciertamente lo que parecía imposible se hace cada día más verosímil.

Sin embargo, el mero hecho de que algo sea factible no lo convierte en deseable. Hoy sabemos algo nuevo: que la idea no es que Podemos se limite a apoyar la investidura de Sánchez, sino que se repartan el Gobierno. Me parece más lógico: disponerse a gobernar en solitario con 90 escaños sobre 350 añadiría temeridad al error.

Pero esta película ya la hemos visto. El posible Gobierno PSOE-Podemos-IU es, mutatis mutandis, un trasunto de aquel infausto tripartito catalán (PSC-ERC-IC) que se formó para echar a CiU y que está en el origen del actual descoyuntamiento político de Cataluña y del naufragio del PSC. Tiene también reminiscencias de la desgraciada experiencia de los socialistas gallegos con el BNG, que nunca funcionó como un gobierno de coalición sino como dos gobiernos dentro de uno.

Tanto monta, monta tanto, Pedro como Pablo. En la práctica Iglesias no será el vicepresidente de Sánchez, será un copresidente que dirigirá su propio trozo de gobierno -y ya veremos quién le marca el camino a quién-. Iglesias será a Sánchez lo que Quintana fue a Touriño o Carod-Rovira a Montilla: no un colaborador leal, sino un competidor insaciable. ¿O de verdad cree Sánchez que podrá dar una orden a un ministro de Podemos y que este le obedezca sin el consentimiento de su jefe político?

Porque, más allá de la retórica y la cosmética, todos los cambios profundos que España necesita exigen consensos amplios y mayorías transversales

Ese será un gobierno nuevo, sin duda, y ya sabemos que lo nuevo 'mola mazo'. Lo que no será es el gobierno del cambio. Porque, más allá de la retórica y la cosmética, todos los cambios profundos que España necesita exigen consensos amplios, mayorías transversales y compromisos socialmente compartidos.

Por ser unilateral y excluyente va a fracasar la aventura soberanista en Cataluña. Y en esa misma piedra tropezará un gobierno que no nace de una victoria electoral y cuyo único vínculo fundacional es expulsar del poder a un enemigo común. Pero como ese enemigo está vivo y tiene capacidad de veto sobre todo lo importante (la que, nos guste o no, le han dado los ciudadanos), el resultado práctico es que las puertas del cambio no se abren, se bloquean.

Por esa vía no habrá reforma de la Constitución. No se podrán cambiar el sistema electoral ni el marco territorial, no se ampliarán los derechos constitucionales ni se consagrarán nuevos derechos. Porque con el Parlamento que los españoles votaron el 20 de diciembre, nada de eso puede hacerse sin la colaboración del Partido Popular. Y pueden estar seguros de que no la van a tener; supongo que no hace falta recordar los precedentes.

Dos días después de las elecciones más complicadas de esta democracia el presidente del Gobierno citó al secretario general del Partido Socialista. Antes de que llegaran los cafés, este le soltó a la cara: me digas lo que me digas, a todo que no. Pues bien, cuando los copresidentes Sánchez e Iglesias llamen al líder de la oposición del PP, la respuesta está cantada: a todo que no. Y vuelta a la frustración y a las trincheras.

Ese gobierno podrá derogar las peores leyes de Rajoy -la reforma laboral, la Ley Wert o la llamada 'Ley mordaza'-, pero no habrá un nuevo pacto de relaciones laborales ni un acuerdo nacional sobre la educación, ni sobre la política de seguridad, ni sobre la economía ni sobre nada de lo que importa. En el menos malo de los casos, las leyes sectarias del PP se sustituirán por otras leyes sectarias que durarán tan poco como el propio gobierno.

Tampoco habrá forma de resolver eficazmente el problema de Cataluña. Los independentistas serán los dueños de la agenda controlando el gobierno de Cataluña y extorsionando parlamentariamente al de España. Y en el Estado de las Autonomías no se podrá acordar un marco competencial estable o un nuevo sistema de financiación. No sin contar con el partido que gobierna seis comunidades autónomas y los ayuntamientos de veinte capitales de provincias.

No se erradicará de verdad la corrupción. Porque eso tiene poco que ver con las puertas giratorias y mucho con un compromiso firme de los que gobiernan en todos los territorios y con una transformación de las Administraciones Públicas que está pendiente desde hace décadas. Un gobierno tan precario será impotente para afrontar semejante desafío.

En el menos malo de los casos, las leyes sectarias del PP se sustituirán por otras leyes sectarias que durarán tan poco como el propio gobierno

Se complicará aún más la tarea de involucrar a empresarios y sindicatos en un acuerdo social que acompañe a la recuperación económica -si es que esta no se detiene-.

En Bruselas nos esperan con una tijera para recortar 9.000 millones del presupuesto, tras ocho años seguidos incumpliendo los compromisos de déficit. Y necesitamos que los mercados financien los 400.000 millones de euros que España necesita en 2016. 'Decíme' qué se siente, camarada Tsipras.

Además, en plena precampaña Rajoy se lanzó a una irresponsable bajada de impuestos, y no veo yo al tándem Sánchez-Iglesias subiéndolos de nuevo para financiar las políticas sociales que han prometido.

Y es que el drama de la política española es que mientras en los discursos predicamos Dinamarca, en la práctica importamos peronismo

Quizá Pedro consiga, con la ayuda de Pablo y Asociados, ganar la investidura. Pero si lo logra, el suyo no será el gobierno del cambio, sino un espejismo del cambio. No de progreso, sino de movimientos convulsivos. No de soluciones, sino de conflictos dentro y fuera del propio gobierno. El líder del PSOE habrá llegado al poder para disfrutar un rato del poder. Y el que llegue detrás, que arree.

Y es que el drama de la política española es que mientras en los discursos predicamos Dinamarca, en la práctica importamos peronismo. Y eso se paga, vaya si se paga.

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias están corriendo mucho. Amortizado Rajoy, el objetivo es que el día 30 (Comité Federal del PSOE) el acuerdo de gobierno entre ambos esté completamente cocinado para que los dirigentes socialistas no tengan otra opción que tragarse el hecho consumado o que los acusen de cerrar las puertas de La Moncloa a su propio secretario general.

Pedro Sánchez Mariano Rajoy