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PSOE-C's, un negocio razonable
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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PSOE-C's, un negocio razonable

En los dos próximos meses, habrá presiones agudas (por la intensidad) e inmensas (por el origen) para que se elija el pacto de PSOE y C's y no acudir a nuevas elecciones

Foto: El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez.
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez.

Desde que el Rey propuso a Pedro Sánchez como candidato a la investidura, solo ha habido una negociación genuina, la del PSOE con Ciudadanos. En ella se ha seguido seriamente el procedimiento habitual en este tipo de acuerdos: un primer contacto entre los líderes para constatar la voluntad recíproca de entenderse, dos equipos negociadores solventes, larguísimas sesiones de trabajo fuera de los focos y un constante intercambio de documentos y propuestas cruzadas sobre todas las áreas de gobierno. Finalmente, un nuevo encuentro de líderes -discreto, pero no secreto- para repartirse los papeles en la puesta en escena del último día. Lo que viene a continuación ya es protocolo.

Por el contrario, nunca ha habido siquiera el principio de una negociación merecedora de tal nombre entre el PSOE y Podemos. Ambas partes comprendieron muy pronto no solo que el acuerdo era imposible, sino que el mero hecho de intentarlo les hacía daño y les creaba conflictos domésticos que no se podían permitir: a Pablo Iglesias con sus confluencias y a Pedro Sánchez con sus barones y baronesas.

Tres cosas separaban y separan irremisiblemente al PSOE y a Podemos para formar un Gobierno sostenible: sus enfoques completamente divergentes de la política económica, la cuestión territorial -sobre todo el referéndum de Cataluña, pero no solo eso- y la pretensión de Pablo Iglesias de montar un gobierno dentro del Gobierno, ocupando él la parte del león del poder real. El provocador descaro con el que ha exhibido sus intenciones no deja espacio para la duda.

Mi impresión es que Iglesias nunca ha tenido la intención de hacer presidente a Sánchez. En sus desafiantes ruedas de prensa no había verdaderas propuestas de acuerdo, sino gritos rituales de combate: que sepas que he venido para quedarme con todo lo tuyo. Quizá Sánchez soñó al principio con intentarlo -aquel tonto viaje a Lisboa-, pero vio o le hicieron ver que el experimento era tan fantasioso como arriesgado. Así que el socialista se ha centrado en lo que estaba a su alcance: un acuerdo con Ciudadanos, aritméticamente insuficiente pero políticamente promisorio.

Iglesias nunca ha tenido la intención de hacer presidente a Sánchez. En sus desafiantes ruedas de prensa no había verdaderas propuestas de acuerdo

El acuerdo -no su texto, sino su contexto- responde mucho más al guion estratégico de Rivera que al de Sánchez, pero con él ambos ganan. Para empezar, Sánchez tiene algo concreto que consultar a sus bases el domingo (corría el riesgo de que la famosa consulta fuera un plebiscito sobre la nada). Además, no es lo mismo ir desnudo a la investidura con los solitarios 90 votos de su partido que presentarse con un acuerdo creíble y consistente; al menos podrá decir que este largo mes que pidió para negociar ha servido para algo. Y por último, con él posiblemente Sánchez ha blindado su candidatura para el caso de que se repitan las elecciones.

Rivera siempre ha defendido que la solución del enigma del 20-D es encontrar alguna fórmula de colaboración entre el PP, el PSOE y Ciudadanos, y se ha puesto a la tarea de crear las condiciones que lo hagan posible. Su actuación en estas semanas ha sido más rectilínea y menos extravagante que la de los otros líderes.

Ayer puso en circulación la reforma constitucional exprés, acotada a cinco puntos relativos a la llamada “regeneración política”. Un objeto tentador para el PP, que anda muy necesitado de cosas que limpien un poco su imagen destrozada por la corrupción. Y un mensaje claro al PSOE, que debe admitir a su pesar que se necesita al PP para esa o para cualquier otra reforma importante.

La propuesta de Rivera está perfectamente calculada. La reforma exprés necesita tres quintos del Congreso y del Senado. La cifra se alcanza fácilmente con los votos sumados de PP, PSOE y C’s, pero no con la suma de PSOE, Podemos y Ciudadanos. Al centrar el foco en ella, Rivera señala el único camino que, a su juicio, permite que las reformas sean algo más que retórica estéril.

El cálculo de Albert Rivera es que hoy hay tres partidos fuertemente interesados en evitar que se celebren unas nuevas elecciones: PP, PSOE y C’s

Este acuerdo es solo un primer paso en el plan del líder de C’s. El siguiente será generar la máxima presión sobre el PP para que encuentre una forma digna de sumarse a él. El cálculo de Rivera es que hoy hay tres partidos fuertemente interesados en evitar las elecciones: PP, PSOE y C’s. Y eso debería incentivar la búsqueda de una fórmula de convergencia. Este acuerdo se ofrece como la plataforma razonable sobre la que podría armarse esa fórmula.

Es notable cómo Ciudadanos, desplazado del eje de la negociación por el resultado electoral, ha maniobrado para recuperar la manija y situarse de nuevo en el centro de las operaciones. Como diría Mas, Rivera ha sabido corregir a su favor el resultado de las urnas.

El PP ha arruinado su magra victoria electoral por la forma insensata en que Rajoy ha gestionado el proceso de investidura y por el nuevo temporal de corrupción en pleno periodo poselectoral. Ahora tiene que elegir entre dos males: o bien subirse en marcha al acuerdo PSOE-C’s, lo que implicaría renunciar a Rajoy pero quizá le daría una oportunidad de llevarse por delante a Sánchez (imaginen el discurso: “Este es un gran sacrificio para el PP, pero solo podríamos pensar en ello si al frente de ese Gobierno se pusiera a alguien que nos merezca confianza”); o bien aceptar el riesgo de unas elecciones en las que, después de todo lo que ha pasado y aún tiene que pasar en los tribunales, sus actuales 123 escaños serían un techo que amenaza desplome.

En todo caso, la opción inmediata se ha reducido a dos posibilidades: un Gobierno montado sobre la base del acuerdo PSOE-C’s o nuevas elecciones. En los dos próximos meses, habrá presiones agudas (por la intensidad) e inmensas (por el origen) para que se elija la primera y no la segunda.

Si hay elecciones en junio, PSOE y C's ya tienen una base sólida de la que partir en una negociación futura

También se clarifica el resultado previsible de esta investidura. Sánchez tendrá el voto favorable del PSOE y, seguramente, de C’s: 130 síes. Puede contar de antemano con el voto negativo de PP (123), Podemos (65) y los independentistas (19): en total, 207 noes. De los 13 votos restantes, Iglesias hará todo lo que pueda para atraer al no a IU y a Compromís. Es difícil que el PNV vote a favor de un acuerdo en el que está Ciudadanos, pero podría abstenerse; y CC estaría entre el voto a favor y la abstención.

El acuerdo PSOE-C’s no hará presidente a Pedro Sánchez en esta investidura, pero tiene una doble funcionalidad. Por una parte, será la referencia en los movimientos que vendrán a partir del 5 de marzo y tendrá el respaldo de los poderes fácticos de dentro y de fuera de España; por otra, si hay elecciones el 26 de junio, ambos partidos ya tienen una base sólida de la que partir en una negociación futura. Dadas las circunstancias -a ambos les fue mal en las elecciones-, creo que Sánchez y Rivera han hecho un negocio modesto pero razonable.

Desde que el Rey propuso a Pedro Sánchez como candidato a la investidura, solo ha habido una negociación genuina, la del PSOE con Ciudadanos. En ella se ha seguido seriamente el procedimiento habitual en este tipo de acuerdos: un primer contacto entre los líderes para constatar la voluntad recíproca de entenderse, dos equipos negociadores solventes, larguísimas sesiones de trabajo fuera de los focos y un constante intercambio de documentos y propuestas cruzadas sobre todas las áreas de gobierno. Finalmente, un nuevo encuentro de líderes -discreto, pero no secreto- para repartirse los papeles en la puesta en escena del último día. Lo que viene a continuación ya es protocolo.

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