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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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26-J, viaje a lo desconocido

Ninguno de estos dirigentes debería estar tranquilo o satisfecho: si el 26 de junio es jornada electoral, será para todos un viaje a lo desconocido. Y para algunos, su último viaje

Foto: Los dirigentes Mariano Rajoy (PP), Pedro Sánchez (PSOE), Albert Rivera (Ciudadanos) y Pablo Iglesias (Podemos).
Los dirigentes Mariano Rajoy (PP), Pedro Sánchez (PSOE), Albert Rivera (Ciudadanos) y Pablo Iglesias (Podemos).

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial no se conoce en Europa ningún caso en el que se hayan repetido unas elecciones por la imposibilidad de formar un Gobierno. Aunque la ley lo admita y se den resultados electorales intrincados y parlamentos mucho más fragmentados que el nuestro, jamás los dirigentes se han atrevido a obligar a los ciudadanos a volver a las urnas porque el resultado de una votación no se acomode a sus estrategias partidarias. Se vería, con razón, como una evasión intolerable de la responsabilidad que se entrega con el voto.

En el Parlamento español, cuatro partidos de ámbito nacional agrupan a casi el 80% de los diputados, un escenario muy manejable para los parámetros europeos. Pero aquí la repetición de las elecciones ha estado omnipresente desde la noche del 20 de diciembre. Y esa especulación obsesiva con las elecciones es justamente lo que ha hecho imposible hasta ahora cualquier acuerdo. Porque la lógica de la negociación de gobierno es incompatible con la lógica de la competición electoral, y cuando se juega con ambas a la vez la segunda siempre se impone a la primera.

¿De verdad quieren hacernos creer que lo han intentado en serio? Veamos qué han hecho los dos partidos más grandes, que son los que más responsabilidad tienen.

El PP se ha limitado a recordar que fue el partido más votado y a exigir que, por serlo, se le reconozca y entregue el Gobierno. Rajoy eludió la investidura -que le hubiera obligado a negociar- e intentó forzar al Rey para prolongar 'sine die' el bloqueo institucional. Dice querer una coalición con el PSOE y Ciudadanos, pero no ha dado ningún paso efectivo para hacerla posible. Cuando esos dos partidos elaboraron un programa común, el PP los cubrió de insultos, y no ha tomado en consideración una sola línea de ese documento. Rajoy aún no se ha sentado a hablar seriamente con Sánchez ni con Rivera sobre esa coalición que propone, ni muestra la menor intención de hacerlo. Ahí está, agazapado, esperando que pasen los días hasta el 2 de mayo.

Sánchez sí se ha movido; de hecho, no ha estado quieto ni un minuto. Mucho ruido y pocas nueces, si me lo permiten. Con un resultado electoral pésimo, una carambola puso en sus manos la llave del castillo: no hay Gobierno posible sin el PSOE. ¿Cómo ha administrado ese tesoro? Han pasado 100 días y el jefe del segundo partido se niega a hablar con el jefe del primero. Y hoy, por primera vez, se sienta con el jefe del tercero, pero no sin que antes ambos hayan sembrado el terreno de agravios, trincheras y alambradas. Este es el país en el que para ofrecer una coalición primero se da una tanda de puñaladas al presunto socio.

Lo que Sánchez puede ofrecer a día de hoy es un acuerdo largamente insuficiente entre el segundo y el cuarto partido. Todo lo demás ha sido pirotecnia y teatro.

Ni Rajoy ni Sánchez han dado la impresión en ningún momento de dar prioridad al interés del país -ni siquiera al de su partido- sobre sus proyectos de poder personal. Cada uno por su lado, ambos han decidido lo mismo: o de esta me hacen presidente o prefiero jugar mi segunda chance en unas nuevas elecciones. Y ambos han dedicado sus mejores esfuerzos a maniatar a sus partidos para blindar su candidatura presidencial el 26 de junio.

Este es el clima antes de que hoy se vean Iglesias y Sánchez: el PSOE exige que Podemos arríe todas sus banderas y se sume sumisamente a su pacto con Ciudadanos; y Podemos exige que el PSOE rompa dicho acuerdo y le entregue la mitad del Gobierno (por cierto, Iglesias podría explicar si piensa seguir sin firmar el pacto antiterrorista cuando controle el CNI). Es decir, ambos exigen que el otro renuncie a todo lo que ha hecho durante meses como prenda de un acuerdo que ni siquiera puede darse por seguro. Y mientras tanto, se entrenan para despellejarse mutuamente en la venidera campaña electoral.

Ni Rajoy ni Sánchez han dado la impresión de dar prioridad al interés del país -ni siquiera al de su partido- sobre sus proyectos de poder personal

¿A quién perjudican las elecciones? La doctrina es cambiante a este respecto. Al principio se dijo que el principal perjudicado sería Ciudadanos porque perdería muchos de los votos que recibió del PP. Luego nos explicaron que sería el PSOE porque Podemos le daría el 'sorpasso'. Más tarde señalaron como damnificado al PP, porque pagaría los casos de corrupción que siguen apareciendo y el descrédito de Rajoy. Y lo que ahora se lleva es asegurar que las elecciones dañarán a Podemos porque es de temer que las confluencias desconfluyan, que IU resucite y que la purga interna degenere en cisma.

Yo tiendo a pensar que ninguno tenemos ni pajolera idea de lo que puede ocurrir el 26 de junio, por lo que decía al principio: porque no hay precedentes, ni aquí ni fuera de aquí. Es imposible predecir cómo va a reaccionar el electorado cuando se le demande un voto que ya dio, sobre todo si quienes le piden ese voto son los mismos que lo han malogrado. No existe el manual electoral que contenga la solución para este enigma inédito.

Muchos dan por hecho que el 26 de junio se repetirá el resultado del 20-D, lo que me parece al menos dudoso. Pero dan un paso más: si el resultado es el mismo, dicen, se reproducirá también el mismo bloqueo. Ni hablar, amigos. Cualquiera que sea el resultado de esa votación, el escenario del día después será muy diferente.

La repetición de las elecciones ha estado presente desde la noche del 20-D. Y esa especulación obsesiva es lo que ha hecho imposible cualquier acuerdo

Imaginen este reparto: PP, 123 escaños; PSOE, 90; Podemos, 69; Ciudadanos, 40. ¿Les suena? Pues bien, aunque en la noche del 26 de junio tuviéramos datos idénticos a los del 20-D, nada de lo que suceda a continuación se parecería a lo que ha ocurrido esta vez. Estarán en la mesa los mismos jugadores con las mismas cartas, pero la partida será completamente distinta.

¿Por qué? Sobre todo, porque no puede haber unas terceras elecciones. Podría haberlas en teoría, pero no son imaginables en la práctica. De esas elecciones saldrá un Gobierno, aunque sea a boinazos. Veremos cómo los vetos y las líneas rojas infranqueables se evaporan a toda velocidad, y bastará con que algunas combinaciones que hoy se rechazan sean aritméticamente posibles para que parezcan razonables. Y nada de negociaciones eternas: el acuerdo vendrá presto, porque el menor amago de querer repetir este calvario tendría una sanción social fulminante.

La paciencia ciudadana tiene un límite y sospecho que estamos ya muy cerca de él. Por eso ninguno de estos dirigentes debería estar tranquilo o satisfecho: si el 26 de junio es jornada electoral, será para todos un viaje a lo desconocido. Y para algunos, su último viaje.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial no se conoce en Europa ningún caso en el que se hayan repetido unas elecciones por la imposibilidad de formar un Gobierno. Aunque la ley lo admita y se den resultados electorales intrincados y parlamentos mucho más fragmentados que el nuestro, jamás los dirigentes se han atrevido a obligar a los ciudadanos a volver a las urnas porque el resultado de una votación no se acomode a sus estrategias partidarias. Se vería, con razón, como una evasión intolerable de la responsabilidad que se entrega con el voto.

Izquierda Unida Ciudadanos