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Daños y perjuicios: cuando la política jode la economía
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Daños y perjuicios: cuando la política jode la economía

El crédito de Rajoy sufre un golpe tremendo precisamente en el único punto fuerte que le quedaba, la supuesta seriedad de su gestión económica

Foto: El gobernador y el subgobernador del Banco de España, Luis M. Linde y Fernando Restoy (i). (EFE)
El gobernador y el subgobernador del Banco de España, Luis M. Linde y Fernando Restoy (i). (EFE)

Van haciéndose presentes, con puntualidad implacable, los innumerables daños y perjuicios que está sufriendo España por este desesperante período de interinidad política. Un período que, si bien se mira, no comenzó el 20 de diciembre, sino casi un año antes. Llevamos 15 meses en permanente campaña electoral: las autonómicas de Andalucía en febrero de 2015, las municipales y autonómicas en mayo, las catalanas en septiembre, las generales en diciembre y, desde entonces, esta larguísima precampaña de la probable segunda vuelta del 26 de junio.

Eso sería grave en cualquier lugar y circunstancia, pero lo es infinitamente más cuando va acompañado de la deconstrucción del sistema de partidos, la fragmentación política, la inestabilidad institucional y una crisis económica de la que apenas habíamos comenzado a atisbar la salida.

Esta semana nos ha sacudido el anuncio de que el déficit público de 2015 se ha vuelto a ir de las manos y es muy superior a lo que había previsto el Gobierno. Mejor dicho, a lo que había declarado: cunde la impresión de que estamos más ante un engaño que ante un mero error de cálculo, y ello agudiza la preocupación y el malestar.

No se trata de equiparar situaciones disímiles, pero no está de más recordar que el desplome económico de Grecia comenzó cuando se descubrió que su Gobierno había suministrado durante años datos falsos sobre sus cuentas públicas. Ello provocó en los mercados y en las instituciones europeas una crisis de confianza en ese país, y detrás vino la catástrofe. Por su parte, Mariano Rajoy se ha pasado cuatro años justificando la dureza de su política social en el engaño que sufrió al descubrir que el déficit real era mayor que el que había reconocido el Gobierno de Zapatero. Ya saben, aquello de la herencia recibida, que servía para todo.

Pues bien, ahora estamos en las mismas. Lo peor no es que estemos endeudados hasta las cejas y con un déficit descontrolado; lo que más daño nos hace es que llevamos ocho años incumpliendo sistemáticamente nuestros compromisos con Europa, mintiéndonos y mintiendo a nuestros socios.

En esta ocasión el déficit no se ha disparado por la crisis económica, sino por la política. ¿Recuerdan aquello de “no gastar por encima de nuestras posibilidades”? Rajoy lo repetía a todas horas. Pues bien, gastar a lo loco es exactamente lo que todos los gobiernos de este país, empezando por el que él preside y siguiendo por las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos, han hecho de forma desatada durante todo el año 2015. La economía ha crecido y el Estado ha tenido más ingresos, pero las administraciones públicas han derrochado en regalos electorales: pagas extras a funcionarios, imprudentes rebajas de impuestos, aumento de subvenciones, esos puentes y carreteras que tienen que terminarse sí o sí antes de las elecciones… un festín que, además de irresponsable, es estúpido, porque nada de eso ha servido para que evitar que los ciudadanos le peguen una castaña de escándalo en las urnas al partido gobernante.

España se ha convertido en un país de poco fiar y en Bruselas están esperando con el mazo al próximo Gobierno para ajustarnos las cuentas, nunca mejor dicho. Mientras tanto, cada día que pasa en esta situación es un pequeño gran desastre. Un día sabemos que el incipiente crecimiento económico se ha frenado; y, con él, la creación de empleo. O que la Seguridad Social camina hacia la quiebra, lenta pero segura. Otro día el Gobierno en funciones provoca un conflicto con el Parlamento o nos cuentan que el presidente del Gobierno, también en funciones, prácticamente no se habla con el Rey.

Mariano no llama a nadie, Pedro no se habla con Mariano, sentar juntos a Pablo y Albert requiere más negociaciones que los tratados de desarme nuclear

La política exterior está paralizada: se suspenden los viajes oficiales y hemos desaparecido de Latinoamérica precisamente en el momento de los grandes cambios (Argentina, Brasil, Venezuela). No hay producción legislativa y todas las reformas políticas están bloqueadas y van a seguir así una larga temporada. Parece que ha bajado la fiebre independentista en Cataluña (no hay como poner a un radical a gestionar los dineros escasos para que sufra un ataque de sensatez), pero nadie aprovecha el momento para reabrir cauces y recuperar diálogos. Los juzgados anticorrupción arden en fiestas. España se comprometió a acoger a 18.000 refugiados y ha recibido a 20.¡Qué gran esfuerzo de solidaridad!

Mientras tanto, el culebrón de la política tonta no da tregua: Mariano no llama a nadie, Pedro no se habla con Mariano, sentar juntos a Pablo y Albert requiere negociaciones más tortuosas que los tratados de desarme nuclear, Pablo monta una rueda de prensa para nombrase vicepresidente y otra para desnombrarse (y resulta que eso es un gran avance negociador), Pedro y Pablo se sientan–han necesitado 100 días–y, mientras hablan de baloncesto, Pablo se olvida oportunamente unas notas sobre problemas “menores” (entre ellos el déficit) para que salgan en la tele sin que él se comprometa a nada, trucos más viejos que el tebeo. Y sesudos politólogos nos interpretan el episodio de cada día en los mismos espacios televisivos que antes ocupaba Kiko Matamoros.

Pensar que esto dure hasta septiembre da escalofríos. El día que hagamos el balance de daños de todos estos meses va a haber que correr a boinazos a algunos mal llamados “responsables políticos”.

En todo caso, esto del déficit tiene efectos claros sobre los pactos de gobierno y, si hay elecciones, sobre la campaña.

El crédito de Rajoy sufre un golpe tremendo precisamente en el único punto fuerte que le quedaba, la supuesta seriedad de su gestión económica. El afamado “milagro español” ya es conocido en Bruselas como “el timo español”. El adusto hombre del rigor en las cuentas y sumo sacerdote del sentido común ha resultado ser tan manirroto como su antecesor y deja a su sucesor –que, horror, espera ser él mismo–una herencia que es más bien una condena.

Ya sé que el suicidio es un derecho que los partidos políticos ejercen con fruición, pero hay que querer estar ciego para no ver que el PP necesita desesperadamente cambiar su candidato.

Sabiendo lo que viene, lo de que Podemos se meta en el Gobierno se pone cada día más chungo. Donde ellos pretendían aumentar el gasto en 90.000 millones, resulta que va a haber que recortar 25.000. Vaya, que al Gobierno que nazca de este aquelarre le van a hacer en Bruselas un Tsipras de tomo y lomo. ¿De verdad les sigue interesando a los de Iglesias sentarse en ese Consejo de Ministros? ¿Cuánto tiempo tardarían en saltar por los aires la unidad del Gobierno y la de Podemos?

Ahora se ve que los que redactaron el programa común del PSOE y Ciudadanos tenían ya el chivatazo de lo del déficit y tomaron sus precauciones. Ánimo, ya sólo faltan 45 diputados más para que sea algo más que un bonito y sensato papel.

Es curioso lo que nos pasa: primero la economía jodió la política y ahora la política está jodiendo la economía. Hala, no deprimirse y a ver el clásico, que eso no lo tienen los demás.

Van haciéndose presentes, con puntualidad implacable, los innumerables daños y perjuicios que está sufriendo España por este desesperante período de interinidad política. Un período que, si bien se mira, no comenzó el 20 de diciembre, sino casi un año antes. Llevamos 15 meses en permanente campaña electoral: las autonómicas de Andalucía en febrero de 2015, las municipales y autonómicas en mayo, las catalanas en septiembre, las generales en diciembre y, desde entonces, esta larguísima precampaña de la probable segunda vuelta del 26 de junio.

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