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La melancolía del PSOE
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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La melancolía del PSOE

En siete años han perdido a la mitad de sus votantes; en tres meses han malgastado sus fichas en una negociación malograda; se van a jugar su resto dentro de nueve semanas, y ya ni discuten

Foto: Reunión extraordinaria del comité federal del PSOE. (EFE)
Reunión extraordinaria del comité federal del PSOE. (EFE)

Dicen que lo irremediable en una pareja no es cuando discuten, sino cuando dejan de discutir. Mientras hay bronca hay esperanza, dicen.

El comité federal que celebró el PSOE el pasado sábado fue la viva imagen de la melancolía. En siete años han perdido a la mitad de sus votantes; en tres meses han malgastado sus fichas en una negociación malograda; se van a jugar su resto dentro de nueve semanas, y ya ni discuten, carajo. Una reunión burocrática y mortecina y dos ideas paupérrimas: “Nuestra herida es la división interna” y “no voy a pactar con el PP”. Mensajes bien poco excitantes para galvanizar a un cuerpo electoral desmayado.

Todos glosamos la audacia de Pedro Sánchez cuando se lanzó a la aventura de formar un Gobierno con 90 diputados. El movimiento era audaz precisamente por arriesgado: si triunfaba en el empeño, la recompensa sería mayúscula, pero si pinchaba, tendría un coste importante. Es una ingenuidad pensar que en política se premian los intentos frustrados, lo que se premia son los logros y las expectativas fundadas en ellos. Sánchez hoy no está en condiciones de ofrecer ninguna de las dos cosas, ni logros ni expectativas.

Si presumes de ser pieza imprescindible, te sitúas en el centro del escenario y prometes un Gobierno, debes presentar un Gobierno o asumir el fracaso negociador

No es nada extraño que en las encuestas recientes el veredicto popular sea taxativo: ¿quién ha trabajado más por el acuerdo? El PSOE. ¿Quién es el principal responsable de la falta de acuerdo? El PSOE. La lógica ciudadana es implacable: si tú presumes de ser la pieza imprescindible, te sitúas en el centro del escenario y prometes un Gobierno, debes presentar un Gobierno o asumir el fracaso negociador.

Se comprende que el envalentonado Sánchez del 2 de febrero haya dado paso al Sánchez grogui, flotando por el ring, de ese comité federal que mostró también a un partido perplejo (ni se fían de su líder ni se sienten con fuerzas para cambiarlo) y atemorizado por la amenaza del 'sorpasso'.

Pero no queda tiempo para el lamento ni para desfilar, como cantaba Sabina, en la Cofradía del Santo Reproche. El PSOE se lo juega todo el 26 de junio, y lo ocurrido en este proceso debería conducirlos a una conclusión: los socialistas volverán a gobernar en España cuando ganen unas elecciones. No antes.

El discurso actual de Sánchez oscila entre explicar -y explicarse- por qué salió mal la negociación pasada y anticipar posiciones para la negociación futura. Pero sería un drama que arrastrase a su partido a convertir su obsesión personal en estrategia electoral. En una campaña no se negocia: se convence, se seduce, se combate, se movilizan voluntades. Se gana, no se especula.

El PSOE puede tomar dos caminos en estas elecciones.

Uno es jugar a la chica: defender la segunda posición y seguir imaginando combinaciones multicolor que permitan obrar el milagro de armar una mayoría de gobierno cuando apenas se cuenta con uno de cada cuatro diputados. Como los ciclistas que corren mirando hacia atrás, pendientes de que no los rebase el tercero mientras el primero les gana un metro en cada pedalada.

El PSOE puede tomar dos caminos en estas elecciones: uno es jugar a la chica; otro camino es recordar que eres el PSOE y jugar a la grande

Apostar a tener un diputado más que la alianza Podemos-Confluencias-IU y conceder de antemano el maillot amarillo al PP es una pésima idea. Porque no sé qué es peor: verse en la oposición tras haber tenido en la mano la llave del Gobierno o empatar con Iglesias y sus aliados y meterse en un Gobierno insostenible con una ensalada de populistas, comunistas y nacionalistas y con un Parlamento dividido en dos trincheras irreconciliables.

El otro camino es recordar que eres el PSOE y jugar a la grande: lanzarte al único 'sorpasso' que interesa, que es tener un diputado más que el PP. Si se quiere hablar de pactos, sustituir el raca-raca de los vetos preventivos por algo mucho más contundente: “Rajoy ya ha demostrado que es capaz de ganar las elecciones y dejar al país sin Gobierno. Los socialistas garantizamos que si ganamos, España tendrá un Gobierno en una semana”.

Y desde luego, dejar de mirarse en el espejo y retomar la agenda de España: la de la recuperación económica verdadera, la del nuevo pacto social, la de la reforma política que exige consensos y la de un impulso de moral pública que nos saque de la ciénaga.

Son dos campañas completamente distintas, por eso es importante decidir a tiempo qué camino se elige.

No es fácil que el PSOE gane estas elecciones, pero solo sobrevivirá si juega -de verdad y no de boquilla- para ganarlas. Si pierde el miedo que hoy lo tiene agarrotado y empieza a ver el 26 de junio como una ocasión para reencontrarse con su identidad y recuperar esa grandeza que se quedó en algún recodo del camino de los últimos años.

No es fácil que el PSOE gane estas elecciones, pero solo sobrevivirá si juega -de verdad- para ganarlas

Es injusto decir que Pedro Sánchez es el único culpable de todos los males del Partido Socialista. Pero a los que heredó de sus antecesores ha añadido uno imperdonable para un partido como este: meterlo en la lógica de los equipos pequeños que buscan colarse en el poder por la puerta chica porque sienten que la puerta grande les viene grande. Yo creo que es justamente al revés: el PSOE que los españoles reconocen no cabe por las puertas pequeñas, por eso cuando se empeña en pasar por ellas se desnaturaliza, pierde vitalidad y se hace irreconocible.

La gran cita del Partido Socialista no es el 27 de junio, sino el 26. No es definir de antemano con quién pactará o no el día después, sino mirar a la gente y responder a la pregunta clave: ¿por qué tengo que votar al PSOE? Déme un motivo (una 'reason why', que dirían los del 'marketing'). Y a ser posible, que tenga que ver con la vida de las personas y con el interés del país. Esa respuesta, insisto, no está en la negociación pasada ni en la futura, sino en la agenda de España. Si se buscan ahí, tendrán una campaña digna de su sigla. Si siguen hurgando en su ombligo, quien suceda a Sánchez tendrá cuatro años por delante para pensar qué hace con los escombros.

A los males que heredó Sánchez ha añadido uno imperdonable: buscar colarse en el poder por la puerta chica porque siente que la grande le viene grande

Dejo para el final lo que me parece más preocupante. “Nunca pactaré con el PP”, sostiene Sánchez. Y añade, desafiante: “Ser socialista es una forma de vivir y de entender la vida radicalmente distinta de la que representa el PP, ¿estamos de acuerdo o no?”.

Pues no, no estamos de acuerdo. Hay muchas formas sensatas de explicar una decisión táctica de no pactar sin decir enormidades como esa. En un mundo lleno de fanáticos, de totalitarios, de terroristas, de racistas y de canallas de todas las clases, crear una contradicción radical nada menos que “en la forma de vivir y entender la vida” entre dos partidos democráticos es una barbaridad.

Ni en la calle ni en las familias ni ningún ámbito social se siente esa incompatibilidad 'radical' que impediría la convivencia. Abrir desde la política brechas que no existen en la sociedad es peligroso; y en un país genéticamente cainita como el nuestro, es jugar con fuego. Porque si los votantes socialistas tomaran en serio esas palabras de su líder y las trasladaran a su vida cotidiana, tendríamos un problema importante en España. Afortunadamente, no lo harán.

Dicen que lo irremediable en una pareja no es cuando discuten, sino cuando dejan de discutir. Mientras hay bronca hay esperanza, dicen.

Pedro Sánchez