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Podemos, esa criatura mutante
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Podemos, esa criatura mutante

Hemos analizado al partido morado por sus constantes cambios desde su adscripción como heredero del 15-M al frente de izquierdas. Pero no hemos tenido en cuenta un factor

Foto: Echenique e Iglesias con la cúpula de Podemos en el País Vasco. (EFE)
Echenique e Iglesias con la cúpula de Podemos en el País Vasco. (EFE)

“Dicen, yo…imagínate con Garzón, ir juntos. Pero esto no sirve para ganar las elecciones (…) Son unos cenizos. No quiero que unos cenizos que en 25 años han sido incapaces de hacer nada, no quiero que dirigentes de IU se acerquen a nosotros (…), que se queden con su bandera roja y nos dejen en paz. Yo quiero ganar”.

Pablo Iglesias


Pues me temo que de aquí al 26 de junio Iglesias se va a hartar de ver a su alrededor dirigentes “cenizos” de Izquierda Unida enarbolando banderas rojas. Pero en fin, en ningún sitio está escrito que la competición política sea un concurso de coherencia. Dicen que cuando la verdad entra en conflicto con el poder, siempre pierde la verdad. De la misma forma, cuando la coherencia es un estorbo para la eficiencia, lo que prima es la eficiencia. Y me parece bien, porque la política práctica no consiste en quedar bien y bonito, sino en resolver problemas complejos con los medios adecuados en cada circunstancia. La historia está llena de errores cometidos por dirigentes que olvidaron ese principio elemental del oficio.

Lo cierto es que, con coherencia o sin ella, Iglesias y Garzón están a punto de poner sobre la mesa una pieza potencialmente capaz de alterar los términos de la competición electoral del 26-J -y, probablemente, su resultado y unas cuantas cosas más en la política española. Eso sí, como todo lo que es potente, abre tantas oportunidades como riesgos.

Quienes dormitan convencidos de que la elección del 26-J está condenada a ser un puro 'remake' de las del 20-D deberían ir poniendo sus sentidos en alerta. Muchas cosas serán distintas. Entre ellas, la presencia en escena de un nuevo sujeto político que trasciende la mera yuxtaposición de dos candidaturas.

Esta alianza produciría un impacto determinante en la asignación de los escaños, eso es sabido. Algunos se consuelan contándose que en términos de agregación de votos 4+2 no suelen sumar 6, pero es seguro que, para obtener escaños, 4+2 rentan mucho más que 4 por un lado y 2 por otro. Además, junto a la aritmética está la política, y esa coyunda tendrá otros efectos políticos importantes.

Para empezar, cambia el clima de la campaña electoral. Y lo hace en un doble sentido:

Los críticos con el pacto entre IU y Podemos creen que habrá quienes no les voten por ese acuerdo pero no tienen en cuenta a quienes sí lo harán en el 26-J

Por un lado, introduce el único elemento novedoso. Ya no puede hablarse propiamente de segunda vuelta. Eso puede tener un efecto dinamizador en el espacio de la izquierda, siempre proclive a la depresión. Probablemente no todos los votantes de IU ni todos los de Podemos votarán a esta nueva coalición, pero ¿alguien ha pensado en los que en diciembre no votaron a ninguno de los dos y ahora podrían animarse? Estén atentos a la pantalla del próximo 15-M en la Puerta del Sol y verán a qué me refiero al hablar del efecto climático de este pacto en la galaxia progre.

Pero a la vez, eso otorga más verosimilitud a la hipótesis de un Gobierno de coalición de las izquierdas según el 'modelo Iglesias'. Y lo que sería estimulante en un polo también puede resultar fuertemente reactivo en el otro. No duden de que los tambores de Calanda serán un susurro en comparación con el PP clamando ante la amenaza de un Frente Popular dirigido en la práctica por Podemos.

Si ambos efectos -el estimulante en la izquierda y el reactivo en la derecha- funcionan, esta campaña puede teñirse de lo que buscaba Pablo Iglesias en su día:

“Debemos trabajar por un escenario plebiscitario que simplifique las opciones políticas entre el PP y Podemos”.

Esa 'simplificación' de la elección nos conduce al segundo efecto de este nuevo alineamiento: el que se refiere a los escenarios de gobierno tras las elecciones.

Ahora todo va a estar más claro: o del 26-J sale un Gobierno articulado desde el PP (probablemente con C’s y quizá con la resignada abstención del PSOE), o sale un gobierno de izquierdas (PSOE+Podemos/IU) con apoyos nacionalistas. ¿Qué ha cambiado? Que las combinaciones transversales ya están liquidadas.

Tanto la 'fórmula Rivera' (PP+PSOE+C’s) como la 'fórmula Sánchez' (PSOE+C’s+Podemos) llevaban impresa en la etiqueta una fecha de caducidad: el 2 de mayo. Empeñarse en resucitarlas tras el fracaso es, por decirlo suavemente, poco realista. Eso conduce a una campaña bipolar y crea un peligroso vacío de discurso tanto para el PSOE como para Ciudadanos, emparedados entre dos fórmulas de gobierno que no son las suyas y con las que se sienten profundamente incómodos.

La transversalidad ha muerto y a partir de ahora la campaña será bipolar, con dos ejes articulados a la izquierda y la derecha y sus posibles aliados

Otro cambio importante: el empate en la izquierda. Con 'sorpasso' o sin él, a partir del 26-J la izquierda española estará dividida en dos bloques de fuerza pareja. Una situación desconocida en esta democracia, que obligará a ambas partes -pero sobre todo al PSOE- a un proceso de aclimatación nada sencillo.

Los socialistas pueden verse el día 27 ante una opción endiablada: o meterse en la aventura de un Gobierno con populistas, comunistas y nacionalistas o permitir con su abstención que gobierne el centro-derecha. Un plato de digestión complicada para un partido consumido por las dudas, que quizá no se vería hoy en esta situación si Sánchez, en lugar de mentirse tanto a sí mismo durante estos cuatro meses de polvo de estrellas, hubiera leído atentamente a Iglesias:

"Es fundamental superar al PSOE para que el cambio político sea posible en España (…) Sólo un PSOE superado por Podemos cederá ante nuestro liderazgo o se suicidará entregándose al PP (…) Nuestro 'sorpasso' al PSOE es posible, pero aún queda lejos la pasokización, es decir, su reducción hasta lo testimonial (…) Votar la investidura del Partido Socialista sería durísimo para nosotros, a mí no me gustaría vivirlo con mi responsabilidad actual".

Podemos ha vuelto a experimentar una mutación como producto político después de haber pasado por la herencia del 15-M y la transversalidad arriba-abajo

El cuarto efecto de esta alianza es la enésima mutación de Podemos como producto político. Nació como un movimiento asambleario antisistema al calor del 15-M. Como eso tenía sus límites, se transformó en una organización volcada en la lucha por el poder, con elementos mezclados de leninismo y peronismo y con la voluntad declarada de acabar para siempre con la antigualla del eje izquierda-derecha. Cuando el entusiasmo decayó y las encuestas amenazaron tormenta, tuvo que montar una confederación con nacionalismos radicales que le permitió salvar la cara el 20-D, pero le cargó con severas hipotecas. Y tras la histriónica exhibición de Iglesias durante estos cuatro meses absurdos, hay que refugiarse en los orígenes: un frente de izquierda pura y dura y a la mierda la transversalidad, qué remedio.

Pero pensándolo bien, quizá el secreto del éxito de Podemos, lo que le permite renacer cuando todos pronostican su declive, es precisamente que se trata de una criatura mutante como las de los relatos de ciencia ficción. Llevamos dos años discutiendo sobre la identidad política de Podemos y a lo mejor resulta que su verdadera naturaleza es precisamente la perpetua mutación.

“Dicen, yo…imagínate con Garzón, ir juntos. Pero esto no sirve para ganar las elecciones (…) Son unos cenizos. No quiero que unos cenizos que en 25 años han sido incapaces de hacer nada, no quiero que dirigentes de IU se acerquen a nosotros (…), que se queden con su bandera roja y nos dejen en paz. Yo quiero ganar”.

Izquierda Unida Alberto Garzón Pedro Sánchez