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Venezuela en las elecciones españolas: ¿oportuno u oportunista?
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Venezuela en las elecciones españolas: ¿oportuno u oportunista?

Es pertinente que en los comicios se hable de lo que está pasando en Venezuela. Como deberíamos hablar mucho más de lo que puede ocurrir si Gran Bretaña abandona la Unión Europea

Foto: Albert Rivera, recibido por la esposa del preso político venezolano Leopoldo Lopez, Lilian Tintori, a su llegada a Venezuela. (EFE)
Albert Rivera, recibido por la esposa del preso político venezolano Leopoldo Lopez, Lilian Tintori, a su llegada a Venezuela. (EFE)

Hay pocas cosas tan ridículas como ver a un político acusando a otro de actuar “por razones políticas”. Sin embargo, lo escuchamos todos los días. Digo yo que lo más razonable que puede esperarse de un político es que se mueva por razones políticas; cualquier otra cosa sería sospechosa.

Otra variante aún más estúpida es criticar a un candidato en campaña electoral por hacer electoralismo. Si la democracia se basa en los votos y hay unas elecciones convocadas, ¿dónde está la tacha moral de buscar el apoyo de los ciudadanos? “¡Lo hace por un puñado de votos!”, escupen algunos (que, por cierto, buscan exactamente lo mismo), como si “un puñado de votos” fuera algo miserable y despreciable. Son los estragos de la cultura de la antipolítica, que la han comprado los propios políticos.

Tan electoral es el viaje de Albert Rivera a Venezuela como la respuesta de Pablo Iglesias y sus socios acusando al primero de hacer electoralismo. Lo que importa, con elecciones o sin ellas, es que se defiendan causas justas y que se haga con prácticas limpias. Y en este caso concreto, cualesquiera que sean sus motivaciones inmediatas, la razón moral está abrumadoramente del lado del líder de Ciudadanos, porque no conozco causa más justa que defender la libertad cuando está en peligro.

Venezuela nos importa, y mucho. Antes, durante y después de estas elecciones. Nos importa por varias razones:

Porque es un país en trance de perder la libertad. No puede decirse que Venezuela sea ya una dictadura, y mucho menos una dictadura comunista. Es algo más urgente de atender: una democracia en tránsito hacia la dictadura. Que ese tránsito se consume o no es algo que se resolverá pronto, se está resolviendo en estos días. Por eso tiene mucho sentido actuar justamente ahora, antes de que sea demasiado tarde.

Nos importa porque, además de la crisis política y económica, hay ya una crisis humanitaria. La miseria, el desabastecimiento de productos básicos para la vida y la violencia impune amparada por el poder señalan el camino hacia una sociedad inviable.

Nos importa porque es un ejemplo de referencia de los efectos del populismo nacionalista cuando se hace con el poder. Gracias a experiencias como la venezolana sabemos que el populismo gobernante desarrolla tres pulsiones catastróficas:

Una pulsión autoritaria, porque quien se arroga la potestad de hablar en nombre del pueblo termina siempre sojuzgándolo.

Una pulsión divisoria, porque todas las experiencias populistas conocidas han consistido en partir a la sociedad en dos bandos enfrentados (es su principio teórico básico: lean a Laclau o, más recientemente, a Pablo Iglesias y su declarado designio de alentar “la dicotomización de la sociedad” para hacer crecer la influencia de Podemos). Los gobiernos populistas han demostrado en el mundo entero que son veneno para la convivencia.

Reclamar que solo hablemos de lo que pasa entre los Pirineos y el estrecho de Gibraltar denota una actitud paleta, como si estuviéramos solos en el mundo

Y una pulsión de desintegración social por la doble vía del empobrecimiento económico y de la inseguridad jurídica. Es la vieja falacia de que “la voluntad popular está por encima de la ley”. Basta con autoproclamarte intérprete de la voluntad popular para que la ley deje de existir como tal.

Todo eso nos importa porque esa planta está creciendo aquí, y la irrupción de populismos y nacionalismos emergentes es la mayor amenaza política para Europa en este momento histórico. Y sí, nos importa para votar en España porque en estas elecciones compite un partido inspirado en esas ideas y relacionado con ese régimen al que las encuestas sitúan en segunda posición y con una probabilidad real de alcanzar el gobierno.

Claro que es pertinente que en las elecciones españolas se hable de lo que está pasando en Venezuela. Como deberíamos hablar mucho más de lo que puede ocurrir el 23 de junio si Gran Bretaña abandona la Unión Europea, cosa que nos afectaría superlativamente; o si Donald Trump se convierte en presidente de los Estados Unidos o Le Pen gana las próximas elecciones en Francia. Todo eso forma parte de la realidad, nos afecta y nos importa; y reclamar que solo hablemos de lo que pasa entre los Pirineos y el estrecho de Gibraltar denota una actitud ignara y paleta, como si estuviéramos solos en el mundo.

¿Tiene un propósito electoral el viaje de Rivera a Caracas? Por supuesto. Como lo tuvo que Iglesias se pegara como una lapa al entonces triunfante Tsipras

¿Tiene un propósito electoral el viaje de Rivera a Caracas? Por supuesto. Como lo tuvo que Iglesias se pegara como una lapa al entonces triunfante Tsipras (ahora no quiere verlo ni de lejos), o que Sánchez se hiciera la foto de las camisas blancas con Valls y Renzi, o que Rajoy se refugie bajo las faldas de Merkel a la menor ocasión o presente como un éxito propio la recuperación debida a las medidas de Draghi. Todo eso es tan electoral como legítimo.

Lo que soporto cada vez peor es el doble rasero cuando de la libertad se trata. Antes que la derecha y la izquierda, hay dos tipos de gobernantes: los que encarcelan y los que no encarcelan. Solo con los segundos tiene sentido un debate político. Respecto a los encarceladores, llámense como se llamen, solo cabe actuar en legítima defensa. Una de las actitudes más perversas -y, desgraciadamente, más extendidas- es hacer distingos entre dictadores según el campo ideológico en que se sitúen.

Un socialdemócrata moderado como yo, que viviera en Venezuela y se expresara públicamente, podría acabar encarcelado como Leopoldo López o el alcalde de Caracas. Pablo Iglesias lo justificaría sugiriendo terrorismo o diciendo que “hay que respetar las reglas de cada país”. Pero no duden de que él mismo saltaría como un tigre si en otro país un gobierno de signo contrario al suyo sitiara al Parlamento, declarara el estado de excepción, metiera en prisión a los opositores o amenazara con un autogolpe de Estado tras perder unas elecciones. Es esa ambivalencia moral lo que me repugna.

Si Rivera ha decidido introducir la cuestión venezolana en la campaña española, tiene todo el derecho a hacerlo. ¿Es oportunista o es oportuno? Para mí, ambas cosas. Como estrategia electoral no creo que le resulte especialmente rentable, pero eso es asunto suyo y de sus asesores.

Y si Podemos y sus socios se meten tras el burladero de que ahora y aquí no toca hablar de eso, es comprensible e igualmente electoralista, aunque en modo defensivo. Es muy cierto que Iglesias tiene un problema con Venezuela. Pero no relacionado con el pasado, sino con el presente y, sobre todo, con el futuro si llegara a gobernar España. Pablo Iglesias y Podemos no denuncian públicamente al régimen venezolano -lo que les libraría de una pesada carga ante la opinión pública- porque no son libres para hacerlo. No es que quieran o dejen de querer enfrentarse a Maduro: es que no pueden. Y eso sí es serio, porque un gobernante -o quien aspira a serlo- puede acertar o equivocarse, pero su autonomía para decidir jamás puede estar secuestrada.

Hay pocas cosas tan ridículas como ver a un político acusando a otro de actuar “por razones políticas”. Sin embargo, lo escuchamos todos los días. Digo yo que lo más razonable que puede esperarse de un político es que se mueva por razones políticas; cualquier otra cosa sería sospechosa.

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