Es noticia
El debate del hastío
  1. España
  2. Una Cierta Mirada
Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

Por

El debate del hastío

Quien más opiniones hizo cambiar ayer en España no fue ninguno de los cuatro candidatos, sino Gerard Piqué. En cuanto al debate, visto lo visto debemos agradecer que solo se celebre uno

Foto: Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Albert Rivera, Pablo Iglesias, los periodistas Ana Blanco, Pedro Piqueras y Vicente Vallé  y el presidente de la Academia de la Televisión, Manuel Campo Vidal. (Efe)
Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Albert Rivera, Pablo Iglesias, los periodistas Ana Blanco, Pedro Piqueras y Vicente Vallé y el presidente de la Academia de la Televisión, Manuel Campo Vidal. (Efe)

El bodrio de dos horas y media que soportamos anoche ha confirmado que a España le sobran estas elecciones, que a estas eleccionesles sobra la campaña y que a la campaña le sobraba este debate.

En los debates anteriores al 20-D tampoco hubo mucha altura política ni aparecieron ideas sobresalientes, pero al menos hubo pasión dentro y fuera de los platós. Lo de ayer no sirve ni como 'remake': fue un ritual penoso y rutinario interpretado con manifiesta desgana por unos actores aburridos de sí mismos. Por una vez, los dirigentes sintonizaron con el sentir popular: reflejaron sin disimulo el hastío político que invade a la sociedad española.

Ahora se comprende que todos aceptaran mansamente celebrar un solo debate, hacerlo lo más lejos posible del día de la votación y que coincidiera con el debut de España en la Eurocopa. A todos ellos -quizá con la excepción de Albert Rivera- el debate les estorbaba, y han ido a quitárselo de encima sin siquiera fingir algo de entusiasmo y combatividad

Esto se refiere sobre todo a los dos presuntos protagonistas del enfrentamiento más esperado, los de la famosa polarización: Mariano Rajoy y Pablo Iglesias. Ninguno de los dos tuvo el menor interés en polarizar nada ni en desafiarse o chocar entre sí. De hecho, prácticamente se ignoraron durante toda la noche. Iglesias recibió más ataques -por llamarlos de alguna manera- de Rivera y de Sánchez, al igual que Rajoy.

A todos les estorbaba el debate. Ni Rajoy ni Iglesias se desafiaron entre sí. De hecho, se ignoraron. Sánchez, estancado en la fallida investidura

Es difícil comentar algo de interés sobre el contenido porque en dos horas y media no apareció una idea, una propuesta, ni siquiera una crítica que no hayamos escuchado mil veces durante los últimos seis meses. Hasta los reproches sonaron viejos y ajados: Iglesias recitando una vez más la lista de jerarcas populares y socialistas en consejos de administración, Rajoy haciendo cansinamente de Van Gaal (“todo negatiffo, nada positiffo”), Sánchez lamentándose obsesivamente de que no le votaran su investidura y Rivera tratando de sacudirse el doble sambenito de socio subalterno del PSOE y de futuro socio subalterno del PP.

El principal beneficiario de la ausencia de un auténtico debate ha sido claramente Rajoy. Pese a todo lo que lleva en la mochila, salió con bien de aquel debate a dos con Sánchez gracias a la torpeza del socialista y su atrabiliaria ofensa; y ha salido vivo de este porque sus tres rivales se han dedicado más a vigilarse y darse pisotones entre sí que a atacar la posición del que encabeza las encuestas. O a lo mejor es que ya le han dicho tantas cosas y tan gordas sin que parezca importarle un comino que finalmente ha logrado cansarlos.

En todo caso, está claro que el PP no ha perdido un solo voto en este debate (tampoco creo que los haya ganado), lo que no es poco dadas las circunstancias. Para mí, el momento culminante fue cuando ese Mariano que se pasó la noche mirando con cara de infinita displicencia a sus tres adversarios, 20 años más jóvenes que él (“las cosas que hay que hacer, ¡y está jugando Italia!”) y pertrechado tras un montón de post-it amarillos que inundaban su atril, fue requerido para que lanzara su mensaje final y, como si acabara de despertar, comenzó: “eeeh..Buenas noches”.

Pablo Iglesias no estuvo ni siquiera en socialdemócrata: Corbyn parece ya un rojo peligroso a su lado. Su discurso fue el de un tecnócrata preocupado ante todo por la eficiencia (lo de la eficiencia lo repite últimamente como un mantra: no vayan a pensar que soy un doctrinario de izquierdas, lo que yo quiero es que el sistema funcione bien), y las citas revolucionarias de antaño dieron paso al manejo reiterado de los informes de la OCDE como fuente de autoridad. Por no hablar de los escandalizados aspavientos cuando Rivera le acusaba de querer salir del euro o de la OTAN, o Sánchez le echaba en cara su apoyo a la autodeterminación de Cataluña, Euskadi y Galicia. ¿Cómo pueden decir esas cosas de mi, que soy gente de orden como el que más? El apacible maese Iglesias de esta campaña le está echando al café tal cantidad de leche que casi ya no se distingue el sabor a café.

En realidad, lo único que le interesaba anoche a Iglesias era dejar claro: a) que se propone gobernar en coalición con el PSOE; b) que esa coalición la presidirá quien tenga más votos y no más escaños; o sea, presumiblemente él; c) que si los socialistas no se allanan a ese plan -lo que equivaldría a romper el voto de castidad respecto al PP-, les hará pagar un precio político inasumible. Tan inasumible, añado yo, como lo sería votar la investidura de Iglesias.

Lo de Sánchez, por lo visto anoche, se trata de un caso agudo de estrés postraumático. Su reloj se detuvo el día de su investidura frustrada y parece incapaz de salir de ahí. Si hemos de juzgar por su discurso de ayer, para Pedro Sánchez el principal problema de España es que él no fue elegido presidente el 3 de marzo. No tuvo una sola intervención, cualquiera que fuera el tema tratado, en la que no regresara obsesivamente a aquel momento.

De cuatro debates, Sánchez no ha ganado ninguno. Al lado de Iglesias, Corbyn es ya un rojo peligroso. Rivera fue el único que se tomó en serio la contienda

Por lo demás, el líder socialista ya ha participado en cuatro debates televisivos con formatos y rivales distintos, y aún no ha ganado ninguno. Si es cierto que ayer era el que más se jugaba en el envite, lo menos que puede decirse es que regresó a casa con las manos vacías y una sutil cornada de Rajoy para el 27 de junio: “lo deseable es una coalición moderada y sensata, a ser posible también con líderes moderados y sensatos”.

Sin hacer ninguna filigrana, en mi opinión Rivera fue quien más en serio se tomó el debate. Se nota que había revisado su pobre actuación en los debates de diciembre y ha mejorado aspectos importantes. Logró mostrar un perfil propio, recuperando la autonomía respecto al PSOE y marcando distancias con Rajoy, sin por ello dejar de tirar los tejos a los votantes del PP. Colocó alguna propuesta sugestiva para su clientela. Y fue el único que puso en dificultades a Iglesias, aprovechando algunas de las grietas que abre el pactoPodemos-IU.

Por lo demás, ya sabemos que Rajoy cabalgará hasta el día 26 sobre la promesa de crear dos millones de puestos de trabajo y que la transformación de nuestro mercado laboral ha convertido a los autónomos en el objeto de deseo más codiciado para los equipos electorales de todos los partidos. Ellos, los autónomos, fueron los invitados de lujo de la noche.

Me parece que quien más opiniones hizo cambiar ayer en España no fue ninguno de los cuatro candidatos, sino Gerard Piqué. En cuanto al debate, visto lo visto debemos agradecer que solamente se celebre uno.

El bodrio de dos horas y media que soportamos anoche ha confirmado que a España le sobran estas elecciones, que a estas eleccionesles sobra la campaña y que a la campaña le sobraba este debate.

Mariano Rajoy Pedro Sánchez Ciudadanos