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Iglesias presidente, esa ilusión óptica que alimentan UP y PP
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Iglesias presidente, esa ilusión óptica que alimentan UP y PP

Toda esta campaña está impregnada por una hipótesis que no se producirá en la realidad; y los que más la jalean -en contra o a favor- son los primeros en saberlo

Foto: El líder de Podemos, Pablo Iglesias. (Reuters)
El líder de Podemos, Pablo Iglesias. (Reuters)

Trece días antes de las elecciones del 20-D, todo era incertidumbre. Las encuestas oscilaban locamente y las previsiones de resultados cambiaban a toda velocidad, como si cientos de miles de votos saltaran cada mañana de un partido a otro. Se manejaban múltiples combinaciones de acuerdos de gobierno y cualquiera de ellas parecía verosímil. Era una montaña rusa de expectativas inciertas, el vértigo ante una situación desconocida.

Nada que ver con lo que sucede ahora. Las encuestas muestran una coincidencia y una estabilidad pasmosas: en las últimas seis semanas, las diferencias en las previsiones de votos para cada partido no se han movido más de dos puntos arriba o abajo. El PP oscila entre el 28% y el 30%, Unidos Podemos entre el 24% y el 26%, el PSOE entre el 20% y el 22%, Ciudadanos entre el 14% y el 16% y el resto -mayormente nacionalistas- entre el 10% y el 11%. El escenario electoral parece petrificado con saltos de cinco puntos de un escalón a otro: 30-25-20-15-10.

En cuanto a los escenarios de gobierno, fallecidas las fórmulas transversales (PP-PSOE-C’s y PSOE-C’s-Podemos), parecería que han quedado reducidos a tres únicas posibilidades: Gobierno de centroderecha, coalición de izquierdas o terceras elecciones. Todo gira ya en torno a esa tríada. Los patrocinadores de la polarización -léase PP y Podemos- llevan el agua a su molino y lo estrechan aún más: o un Gobierno presidido por Rajoy o uno presidido por Pablo Iglesias. Y como amenaza pavorosa, si ninguno de los dos es posible, a votar por tercera vez.

Parecería que los escenarios han quedado reducidos a tres únicas posibilidades: Gobierno de centroderecha, coalición de izquierdas o terceras elecciones

Pues bien, a mí me parece que precisamente esos supuestos que se presentan como ineluctables y de los que se tira para atraer voto útil en ambas direcciones son altamente improbables, aunque crean una ilusión óptica que reporta evidentes ventajas estratégicas para sus promotores.

Primero: no habrá terceras elecciones cualquiera que sea el resultado del 26-J. El umbral de tolerancia de la sociedad española con estos dirigentes está ya en su límite: para bromas pesadas, hemos tenido bastante con estos seis meses. La reacción social ante un intento de reproducir el bloqueo podría ser apocalíptica.

Tampoco lo aguantarían los mercados y los poderes económicos, ni los de dentro ni los de fuera. Y habría que ver la reacción de la Unión Europea, cuya paciencia con España está también al límite. No, no habrá un partido ni un dirigente que se atreva a meter al país en una nueva travesía del desierto de otros seis meses de desgobierno.

Además, para que haya nuevas elecciones se tiene que poner en marcha lo que Pedro Sánchez llama “el reloj constitucional”: es decir, debe producirse una investidura fallida. Y tras lo vivido, nadie estará tan loco como para presentarse a una investidura sin los votos asegurados para ganarla. Tampoco creo que el Rey sea muy partidario de repetir la experiencia.

Que Iglesias gane una investidura con votos del PSOE puede ser aritméticamente viable, pero políticamente, aquí y ahora, es una fantasía no practicable

Segundo: Pablo Iglesias no será presidente del Gobierno tras el 26-J. Para que lo fuera, tendrían que darse las siguientes circunstancias:

Que Unidos Podemos supere en votos y en escaños al PSOE. Admitamos que eso es más que probable a estas alturas.

Que la suma de UP+PSOE supere a la suma de PP+C’s y que sea inviable un Gobierno de centroderecha sin contar con la tolerancia del PSOE. Eso podría suceder, pero está por ver.

Que la investidura de Iglesias pudiera salir adelante sin tener que contar con el apoyo de los independentistas, lo que exige que la suma de UP+PSOE rebase los 170 escaños. Eso ya entra en el terreno de lo dudoso.

'Last but not least', que la dirección del PSOE -que para ese momento será ya un partido en plena guerra civil tras el naufragio electoral- decida apoyar la investidura de Iglesias; y aun en ese caso, que todos los diputados socialistas obedezcan la orden. Esta última condición se aproxima mucho, pero mucho, al mundo de lo imposible.

Aquí también juegan elementos externos. Tras el 'sorpasso', las bolsas acusarán el golpe y la prima de riesgo se disparará; los mercados financieros reaccionarán, y no precisamente a favor de España. Bruselas será un hervidero político, y no digamos si tres días antes ha triunfado el Brexit: la perspectiva de que en la misma semana Reino Unido abandone la Unión y en la cuarta economía de la eurozona aparezca un nuevo Tsipras producirá en Europa cualquier cosa menos serenidad. Y les aseguro que Obama no viene a España a principios de julio para conocer y felicitar al nuevo presidente Iglesias.

En mi opinión, que Iglesias gane una investidura con los votos del PSOE puede ser aritméticamente viable, pero políticamente, aquí y ahora, es una fantasía no practicable.

Todo esto lo sabe el propio Iglesias, y cuenta con ello: su plan no es ser presidente ahora, sino hacerse con el liderazgo de la oposición y consumar desde ahí el 'particidio' del PSOE. Lo saben también en el PP: si creyeran de verdad que Iglesias puede llegar al poder, no lo estarían cebando en la campaña como lo están haciendo.

La estrategia de ambos es alimentar esa ilusión, porque imaginar a Iglesias en La Moncloa actúa como una potente tracción de voto útil en ambos campos

Y, sin embargo, la base de la estrategia electoral de ambos es alimentar esa ilusión óptica, porque imaginar a Iglesias en La Moncloa actúa como una potente tracción de voto útil en ambos campos: en la derecha, el “¡Que vienen!” aglutina y moviliza; en la izquierda, el “¡Venimos!” de UP estimula e imanta el voto de muchos progresistas adiestrados durante décadas por el PSOE en el hábito de votar a la fuerza mejor situada para derrotar a la derecha (el alguacil, alguacilado).

Toda esta campaña, pues, está impregnada por una hipótesis que no se producirá en la realidad; y los que más la jalean -en contra o a favor- son los primeros en saberlo.

Si el resultado final se aproxima a la unánime previsión actual (ese 30-25-20-15-10), solo quedará espacio real para una fórmula que no pase por entregar el gobierno a Podemos y que suministre a los socialistas una coartada, un poco de aire para respirar y un papel político que les permita sostenerse en pie desde su tercera posición al menos hasta la próxima cita electoral.

No sé qué fórmula será esa, pero aparecerá, ya lo verán. Y quizá para que ello ocurra habrá llegado el momento de requerir, en ambos bandos, los “sacrificios personales” de los que habla José María Aznar, que de ejecutar sacrificios humanos -políticamente hablando, por supuesto- sabe un rato.

Trece días antes de las elecciones del 20-D, todo era incertidumbre. Las encuestas oscilaban locamente y las previsiones de resultados cambiaban a toda velocidad, como si cientos de miles de votos saltaran cada mañana de un partido a otro. Se manejaban múltiples combinaciones de acuerdos de gobierno y cualquiera de ellas parecía verosímil. Era una montaña rusa de expectativas inciertas, el vértigo ante una situación desconocida.

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