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Europa celebra en España la primera derrota del populismo tras el Brexit
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Europa celebra en España la primera derrota del populismo tras el Brexit

Europa sufrió hace tres días su momento más amargo en décadas. En esas circunstancias, la celebración de otras elecciones en España se vivía como una nueva amenaza desestabilizadora

Foto: El líder de Podemos, Pablo Iglesias, junto a su equipo de campaña durante su comparecencia ante los simpatizantes concentrados en la plaza del Reina Sofia de Madrid. (EFE)
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, junto a su equipo de campaña durante su comparecencia ante los simpatizantes concentrados en la plaza del Reina Sofia de Madrid. (EFE)

Tendremos tiempo y ocasiones durante las próximas semanas para analizar con detalle todo lo que ha ocurrido en estas elecciones, visto desde nuestra realidad doméstica: el inesperado triunfo del PP, el triste alivio del PSOE -excampeón de Liga- por haber salvado la permanencia, el fracaso estratégico de Pablo Iglesias y la fragilidad de Ciudadanos, que parece tener el atractivo y la consistencia de una pompa de jabón. También, cómo no, el discutible papel de las encuestas: aquí el ganar o perder ya no consiste en superar al adversario político, sino en batir o ser batido por las expectativas demoscópicas.

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De todo ello hablaremos largo y tendido. Pero esta noche quiero contemplar estas elecciones como imagino que las verán quienes desde todos los países de Europa miraban hacia España con preocupación.

Europa sufrió hace tres días su momento más amargo en décadas. Una amputación traumática que, además, viene acompañada de negros presagios sobre el porvenir. En esas circunstancias, la celebración de unas segundas elecciones en España –un hecho sin precedentes- se vivía como una nueva amenaza desestabilizadora.

En estas elecciones podrían haber ocurrido dos calamidades. La primera es que la cuarta potencia económica de Europa hubiera sido incapaz de salir del desgobierno y se hubiera quedado atascada en un bucle siniestro de inestabilidad crónica, imposibilitada de darse a sí misma un Gobierno. El simple pensamiento de que después de las segundas elecciones pudieran venir unas terceras era estremecedor.

El segundo peligro es que en España se hubiera avanzado un tranco más en la frenética galopada de los populismos hacia el poder. Después de la tremenda sacudida emocional del Brexit, amanecer este lunes con la noticia de que un partido populista se había encaramado al poder político en España era lo más parecido a una pesadilla.

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Estas elecciones se han celebrado porque los dirigentes políticos incumplieron su deber. Durante seis meses el mundo ha contemplado con estupor el penoso espectáculo de unos partidos incapaces de hacer algo tan elemental en democracia como formar un Gobierno después de unas elecciones. Devolvieron la pelota a los ciudadanos, con un mensaje claro: ya que nosotros no podemos ni sabemos resolver el problema del gobierno, resuélvanlo ustedes votando de nuevo.

Pues bien, eso es exactamente lo que ayer hicieron los votantes con la eficacia ejecutiva que faltó a sus representantes. El único objeto de esta votación era que de ella saliera un Gobierno, y ahí lo tienen. A unos -los más próximos a la derecha- les gustará más el resultado y a otros menos, pero de estas elecciones sale una decisión clara y un reparto de papeles inequívoco: el PP, a gobernar con la colaboración de Ciudadanos. El PSOE, a ejercer como primer partido de la oposición y de la izquierda. Y Podemos, a continuar, desde su singular naturaleza política, con su proceso de adaptación e integración en los mecanismos de la democracia representativa.

Los españoles tenían que solucionar ayer el problema del Gobierno y no dejaron espacio para la duda. Se acabó el juego: con este resultado, ha quedado despejado el camino que parecía obstruido sin remedio. El Congreso se constituirá con normalidad, el Rey hará una ronda de consultas normal, habrá las normales conversaciones entre los partidos y en pocas semanas se celebrará una sesión de investidura normal de la que saldrán un presidente y un Gobierno normales. El voto del 26-J ha normalizado de un solo golpe la situación política. Y visto desde Europa, ha salvado el peligro de uno de sus miembros más importantes sometido a una inestabilidad insoportable.

Visto desde Europa, el 26-J ha salvado el peligro de uno de sus miembros más importantes sometido a una inestabilidad insoportable

El otro desafío era saber si España se convertiría en un nuevo territorio conquistado por el populismo. Todo hacía prever que así sería. Todos veíamos ya al caudillo populista conquistando La Moncloa o denunciando entre rayos y centellas al socialtraidor que, tras haber sido humillado y 'sorpassado', no había querido entregársela.

Pues no. Resulta que quienes ha frenado el avance del populismo hacia el poder no han sido los dirigentes del PSOE. Los votantes ni siquiera han querido dar a los socialistas la ocasión de equivocarse, y han asumido ellos mismos la tarea de parar los pies al conglomerado populista y ponerlo en su sitio. Iglesias no será presidente del Gobierno ni líder de la oposición. No se sentará en la cabecera del banco azul ni en la de los bancos rojos. Ocupará, eso sí, el espacio que corresponde a un partido nuevo pero ya importante, llamado a jugar un papel muy relevante en nuestra vida pública y que representa a unos cuantos millones de personas. Alcanzar 71 diputados en dos años no es poca cosa, pero da para lo que da. Ni un paso más, ni uno menos.

Esta segunda decisión tiene un especial valor simbólico. Porque esta ha sido la primera derrota electoral del populismo en esta Europa que por momentos parece estar enloqueciendo y regresando a lo peor de su historia.

España fue uno de los primeros países en los que se manifestó el populismo como fenómeno emergente; desde ayer también el primero en que se ha frenado

España fue uno de los primeros países en los que se manifestó el nuevo populismo como un fenómeno político emergente asociado a la ira social frente a la crisis; y desde ayer es también el primero en el que esa marea populista, aparentemente incontenible, ha sido frenada. Y se ha hecho de la mejor forma posible: votando en unas elecciones parlamentarias, aunque hayan sido tan extrañas como estas.

Con ello, la sociedad española no solo se ha hecho un favor a sí misma, sino que ha aliviado en parte la zozobra de una Europa que comienza a estar asustada de sí misma. Estoy seguro de que en toda la prensa europea y mundial, la noticia de estas elecciones españolas se resumirá en dos ideas: a) España, por fin tiene un Gobierno; b) los españoles frenan la marea populista. Ello no compensa la catástrofe del Brexit, pero seguro que es un alivio. Y, de paso, también ha retrocedido un poco el nacionalismo, lo que nunca viene mal.

Ni he votado al PP ni me complace que gobierne la derecha ni creo que Mariano Rajoy y su partido hayan merecido el premio que recibieron ayer. Pero aquí se había montado una jarana política infumable que tenía al país atascado. Hasta que llegó el votante y mandó parar. Pues misión cumplida, amén y que esto no se repita.

Tendremos tiempo y ocasiones durante las próximas semanas para analizar con detalle todo lo que ha ocurrido en estas elecciones, visto desde nuestra realidad doméstica: el inesperado triunfo del PP, el triste alivio del PSOE -excampeón de Liga- por haber salvado la permanencia, el fracaso estratégico de Pablo Iglesias y la fragilidad de Ciudadanos, que parece tener el atractivo y la consistencia de una pompa de jabón. También, cómo no, el discutible papel de las encuestas: aquí el ganar o perder ya no consiste en superar al adversario político, sino en batir o ser batido por las expectativas demoscópicas.

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