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Guía práctica tras el 26-J: entender el mensaje, hacerlo natural y no enredar
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Guía práctica tras el 26-J: entender el mensaje, hacerlo natural y no enredar

Los votantes han desanudado el embrollo que les presentaron los políticos; ahora debemos esperar que los políticos no lo vuelvan a embrollar

Foto: El presidente del Gobierno en funciones y líder del PP, Mariano Rajoy (2i), celebra la victoria del PP. (EFE)
El presidente del Gobierno en funciones y líder del PP, Mariano Rajoy (2i), celebra la victoria del PP. (EFE)

Algunos aún sostienen que el resultado de las elecciones del 26-J ha sido similar al del 20-D. Yo creo que son dos escenarios completamente distintos, en lo aritmético y en lo político. A diferencia de la anterior, esta elección permite trazar una ruta natural para resolver el problema del gobierno. Los votantes han desanudado el embrollo que les presentaron los políticos; ahora debemos esperar que los políticos no lo vuelvan a embrollar.

Repasemos lo que resultó del 20-D:

La izquierda y la derecha empataron en votos y en escaños. Ni una ni otra tenían fuerza suficiente para sostener a un gobierno. No había en aquel Parlamento mayorías naturales, solo sumaban las fórmulas transversales que pronto se mostraron políticamente inviables.

El primer partido quedó en una posición de extrema debilidad tras perder una riada de votos y más de 60 escaños. Además, quedó excluido de la negociación y se vio abocado a apostar por la repetición de las elecciones.

Se manejó un surtido infinito de combinaciones con los cuatro partidos nacionales y los pequeños, en un revoltijo de pactos alambicados y sumas inverosímiles en el que todo se puso sobre la mesa, desde la gran coalición PP-PSOE hasta una coalición de izquierdas con la complicidad de los independentistas.

La 'cuestión presidencial' contaminó todo el proceso. Rajoy salió muy dañado de las urnas. Ni él cedía en su pretensión de encabezar el gobierno, ni los demás partidos lo admitían. Se produjo la anomalía de que el candidato más votado renunció a presentarse como tal ante el Congreso y, en cambio, hubo una investidura fantasma de un candidato minoritario que solo tenía el apoyo de 130 diputados sobre 350.

Y sobre todo, desde primer instante la perspectiva de unas nuevas elecciones restringió drásticamente los espacios de la negociación: ningún partido estuvo dispuesto a avanzar en acuerdos que pudieran penalizarlo en las urnas. Se ha comprobado que mezclar una negociación de gobierno con una precampaña electoral es tóxico y paralizante.

Comparemos aquel escenario con el actual:

Se ha roto el desempate. La derecha supera a la izquierda por un millón y medio de votos y 13 escaños.

Hay un ganador indiscutible. El primer partido tiene 2,5 millones de votos y 52 escaños más que el segundo.

Hay una mayoría natural en el Parlamento: las fuerzas del centroderecha (PP, Ciudadanos y Coalición Canaria) suman 170 escaños. En este país, eso ha sido siempre suficiente para gobernar (Zapatero tuvo 163 escaños en 2004; y 169, en 2008). Además, no existe una mayoría alternativa que sume. Es eso o reproducir el bloqueo.

Podemos ha quedado fuera de la negociación y de cualquier coalición posible de gobierno, aunque con 71 diputados jugará un papel importante en el Parlamento. Además, el voto de los independentistas ha perdido toda relevancia para determinar quién gobierna en España.

Se ha resuelto, de hecho, la 'cuestión presidencial'. Es obvio que Rajoy ha adquirido un plus de legitimidad. Guste o no, tras esta reválida es difícil sostener el veto a su persona. Esta vez no habrá pases negros ni investiduras fallidas.

De aquella maraña de líneas rojas, solo queda una en vigor: la que prohíbe siquiera pensar en terceras elecciones. El menor ademán en esa dirección, aunque solo fuera como táctica negociadora, recibiría una represalia social fulminante y duradera.

Los ciudadanos suelen responder a lo que pregunta la urna. Esta vez se les pedía una solución para salir del atasco y el veredicto ha sido claro:

1. Debe gobernar el centroderecha.

2. El Gobierno debe articularlo el PP con Rajoy como presidente.

3. El PSOE debe ser el primer partido de la oposición.

4. Al conglomerado armado por Pablo Iglesias le corresponde un papel relevante, siempre que mantenga la primera palabra de su marca (unidos) y se siga creyendo la segunda (podemos).

5. En todo caso, se exigirán consensos amplios para todas la reformas importantes.

A partir de aquí, lo más práctico que pueden hacer los partidos es asumir el veredicto y vehicularlo de forma rápida y sencilla, disponiéndose a cumplir la función que las urnas han encomendado a cada uno.

Rajoy se ha ganado el derecho a gobernar, pero no merece el respaldo de esa “amplia base parlamentaria” que reclama constantemente

Lo natural es que el PP y Ciudadanos (contando también con CC, siempre disponible para ayudar a la gobernabilidad) negocien un acuerdo de gobierno (coalición o pacto de legislatura) para que el Rey pueda designar cuanto antes al candidato y Rajoy se presente en el Congreso con al menos 170 votos garantizados.

Lo natural es que el PSOE haga el movimiento mínimo -ni un paso más ni uno menos- que se requiera para no bloquear la salida ni prolongar innecesariamente el trámite; pero también que preserve su capacidad para ejercer plenamente como oposición, tarea en la que tendrá una dura competencia con Podemos.

Es lógico que el PSOE no forme parte de la mayoría de gobierno. Que no se implique en una transacción programática que lo comprometa y disminuya su libertad de acción. Pero que no interponga un obstáculo para que la legislatura se ponga en marcha, sobre todo cuando carece de una fórmula alternativa.

Con un acuerdo del centro derecha, Rajoy solo necesita que en la segunda votación no haya 171 votos negativos. Es preferible que eso lo facilite el PSOE a que dependa de grupos nacionalistas.

No hay por qué exigir que los 85 diputados socialistas se abstengan en masa. Pero puede ser preciso que algunos se abstengan o se salgan de la sala mientras el resto de su grupo vota 'no', y nadie sensato se escandalizará por ello. Habrán hecho un favor al país y a la vez se habrán situado en el lugar que naturalmente les corresponde en este parlamento, que es el liderazgo de la oposición.

Una ventaja adicional de este curso de acción es que no obliga a forzar el acuerdo con el PNV. Ese partido tiene dificultades de fondo para compartir una mayoría de gobierno con Ciudadanos; y además, afrontará unas difíciles elecciones en el País Vasco a la vuelta del verano. Si el PNV quiere contribuir con su voto o su abstención, adelante. Pero por su bien y por el de todos, no conviene hacerlo imprescindible.

Rajoy se ha ganado el derecho a gobernar, pero no merece el respaldo de esa “amplia base parlamentaria” que reclama. Una mayoría de gobierno suficiente pero ajustada -de las que obligan a contar con la oposición para todo lo importante- y un equilibrio entre las fuerzas que sostienen al gobierno y las que se oponen a él es, a mi juicio, la solución más saludable para España.

Tras el barullo del 20-D, los ciudadanos, con su segundo voto, han creado las condiciones para tener un parlamento y un gobierno normalizados, que todos conozcan su papel y lo ejerzan de forma coherente y leal. Ahora, señores dirigentes, no nos mareen más: resuelvan rapidito y tengamos el verano en paz. España lo agradecerá.

Algunos aún sostienen que el resultado de las elecciones del 26-J ha sido similar al del 20-D. Yo creo que son dos escenarios completamente distintos, en lo aritmético y en lo político. A diferencia de la anterior, esta elección permite trazar una ruta natural para resolver el problema del gobierno. Los votantes han desanudado el embrollo que les presentaron los políticos; ahora debemos esperar que los políticos no lo vuelvan a embrollar.

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