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La verdadera misión de Theresa May: parar el Brexit
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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La verdadera misión de Theresa May: parar el Brexit

Hay un puñado de razones para pensar que la verdadera encomienda de la señora May no es encauzar el Brexit, sino sortearlo

Foto: La futura primera ministra del Reino Unido, Theresa May. (Reuters)
La futura primera ministra del Reino Unido, Theresa May. (Reuters)

Todo el mundo habla de la difícil tarea que espera a la nueva jefa del Gobierno de Su Majestad: sacar a su país de la Unión Europea con el menor daño posible para sus intereses. Pero yo creo que la misión que realmente le han encomendado es aún más complicada: hallar el modo de que esa salida no se produzca nunca, con el menor daño posible para la autoestima de la democracia británica.

Pero antes, despidamos como se merece a David Cameron, el peor primer ministro de la historia desde Neville Chamberlain (aquel que fue incapaz de impedir la guerra con su medrosa política de apaciguamiento frente a Hitler y en los primeros meses de la contienda se puso al borde de la derrota militar).

[Lea aquí: 'JP Morgan ve Madrid como el lugar idóneo para establecer la City en la UE tras el Brexit']

La hoja de servicios del tal Cameron es un monumento a la ineptitud. Prometió erradicar el déficit y la deuda y sus datos son deplorables: 4,4% de déficit y 89% de deuda pública. Ofreció progreso y crecimiento y ha suministrado desplome de los salarios y estancamiento de la economía. Se comprometió a preservar la unidad nacional y nunca el Reino Unido estuvo tan cerca de la escisión como lo está ahora.

¿Aún es posible evitar el Brexit? No resultará sencillo, pero estén seguros de que lo van a intentar

Y la traca final, el referéndum suicida sobre el Brexit. Hoy saldrá de Downing Street y de la historia por la puerta de atrás, dejando al país empantanado en su peor crisis desde la guerra: incertidumbre económica, una marea de racismo y xenofobia, una extrema derecha rampante, los liderazgos políticos desacreditados y una sociedad amargamente dividida ante un horizonte oscuro. Y lo peor que puede pasarle a un orgulloso cachorro de la muy orgullosa clase alta inglesa: despreciado por los suyos, que lo recordarán como un completo idiota.

¿Aún es posible evitar el Brexit? No resultará sencillo, pero estén seguros de que lo van a intentar. De hecho, si la reacción de los mercados ha sido menos violenta de lo que se esperaba es porque en las altas esferas de la política y las finanzas crece cada día la determinación de detener ese disparate.

Hay un puñado de razones para pensar que la verdadera encomienda de la señora May no es encauzar el Brexit, sino sortearlo:

Primero, los enormes intereses económicos que están en juego. La City no es ninguna broma y hay operaciones multibillonarias comprometidas por este asunto. Está muy claro que los poderosos del mundo -al menos, los del mundo occidental- no quieren Brexit.

Además, como observa un buen análisis del blog Agenda Pública, en esta tensión entre la Inglaterra retardataria del norte y la cosmopolita del sur, las élites londinenses no se someterán servilmente a los designios de la plebe: 'The mob cannot rule'.

La retirada de la Unión no es un efecto automático del referéndum. No solo porque este no es jurídicamente vinculante, sino porque para apretar el botón de la separación tienen que encadenarse varias decisiones políticas: la iniciativa es del Gobierno británico, presidido por una partidaria del 'remain'; y se precisa el respaldo de la Cámara de los Comunes (en la que todos los partidos y tres de cada cuatro diputados están por la permanencia) y de los parlamentos de Escocia, Gales e Irlanda del Norte. Constitucionalmente, cualquiera de ellos puede paralizar el proceso de salida. Y ganas de hacerlo no les faltan, eso está claro.

Una operación para revertir el Brexit quizá tendría resistencia social, pero sería realizable porque los dirigentes han huido por miedo y por vergüenza

Por otra parte, las fuerzas del Brexit han quedado políticamente descabezadas. Todos sus líderes han ido saltando del barco que fletaron: Jonhson, Farage, Andrea Leadsom... Entre la necedad de Cameron y la demagogia de todos ellos, alimentaron a una criatura peligrosa que ahora no se atreven a manejar. “¿Quién gestionará el NO?”. La respuesta británica a esa pregunta está a la vista: nadie.

Así pues, una posible operación para meter al Brexit en vía muerta o revertirlo a medio plazo quizá tendría resistencia social, pero sería realizable precisamente porque los dirigentes políticos obligados a defender el resultado del referéndum han huido por miedo y por vergüenza.

Pulsar el botón del artículo 50 del tratado supone no solo poner en marcha la retirada de la UE, sino desencadenar la fragmentación del Estado. Los escoceses han dejado muy claro que si los obligan a elegir, prefieren ser europeos que británicos. Y reviviría con fuerza la causa de la reunificación irlandesa fuera del Reino Unido, amortiguada hasta ahora por la pertenencia de las dos Irlandas a la Unión Europea.

¿Qué gobernante, pudiendo evitarlo, se hará responsable de apretar ese gatillo sabiendo que se lleva por delante no solo la economía del país sino su integridad territorial? Pasados unos meses tras el referéndum, ¿cuántos diputados conservadores, laboristas, liberal-demócratas o nacionalistas escoceses o norirlandeses prestarán su voto para emprender esa aventura?

Lo único que necesita para que el Brexit muera antes de nacer es una coartada convincente. Ambas cosas se las tienen que proporcionar desde Bruselas y Berlín

Lo único que necesita May para que el Brexit muera antes de nacer es tiempo y una coartada convincente. Ambas cosas se las tienen que proporcionar desde Bruselas y Berlín.

Ahora se inicia una negociación tirante, larga y compleja. En ella se verá que si se activa el Brexit, en el mejor de los casos el Reino Unido se vería abocado a uno de estos dos modelos:

El noruego, que consiste en quedarse fuera de la UE pero dentro del mercado único, lo que implica someterse a sus reglas pero sin participar en las decisiones; y además, contribuyendo al presupuesto comunitario. Pagar sin decidir, que es lo que más odian los británicos. O el canadiense, limitándose a firmar un tratado de libre comercio con la UE que impediría la libre circulación de personas pero liquidaría gran parte del negocio europeo de la City de Londres.

Ambos desenlaces son indiscutiblemente peores para el Reino Unido que el estatus actual. Y ya se encargará la primera ministra, con la ayuda de Merkel, Hollande e incluso Obama y después Clinton, con un palo y una zanahoria, de que esta vez los británicos lo perciban con toda claridad.

Tras el 23-J, se ha visto el pánico en los rostros de los dirigentes del Reino Unido, pero ellos también han visto el miedo en el resto de Europa. ¿Qué hará Theresa May? Lo primero, ganar tiempo para que se enfríe lo del referéndum. Mientras tanto, negociar fieramente -como ellos saben hacerlo- para extraer aún más concesiones, excepciones y privilegios a cambio de quedarse dentro del club. Y finalmente, aprovechar el vacío de liderazgo que han dejado los cobardes promotores de la eurofobia y convalidar en las urnas la muerte del Brexit mediante unas elecciones generales, un segundo referéndum o ambas cosas consecutivamente.

Es lo que haría Thatcher. Y si lo hace la señora May, además de cumplir la verdadera misión que implícitamente se le ha encargado, exhibirá una vez más ese inefable talento británico para transformar una cagada monumental en un buen negocio.

Todo el mundo habla de la difícil tarea que espera a la nueva jefa del Gobierno de Su Majestad: sacar a su país de la Unión Europea con el menor daño posible para sus intereses. Pero yo creo que la misión que realmente le han encomendado es aún más complicada: hallar el modo de que esa salida no se produzca nunca, con el menor daño posible para la autoestima de la democracia británica.

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