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España, 2016: cuando la paciencia deja de ser una virtud
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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España, 2016: cuando la paciencia deja de ser una virtud

En el tránsito al multipartidismo hay que cambiar los hábitos y los modos de hacer política, pero también las normas. Necesitamos otros procedimientos para hacer y deshacer gobiernos

Foto: Debate de los cuatro líderes de los principales partidos en televisión. (EFE)
Debate de los cuatro líderes de los principales partidos en televisión. (EFE)

El bloqueo político que sufre España no refleja únicamente el ínfimo nivel de los dirigentes. Es que decidimos entre todos sustituir el juego bipartidario que practicamos durante décadas por un juego multipartidario que se rige por reglas muy diferentes; y ahora descubrimos que ni comprendemos esas reglas ni en el fondo las aceptamos. Nos deslumbró el mueble en el escaparate, pero cuando lo tenemos en el salón no sabemos qué hacer con él.

Hubo un tiempo en que el bipartidismo era el culpable de todos los males de España. Coincidió con la irrupción en nuestras vidas de la crisis económica. Al verificar que los partidos y los gobiernos no sabían protegernos del tsunami, nos sublevamos contra ellos. Se repitió hasta la náusea que el bipartidismo asfixiaba a la sociedad y bloqueaba los cambios. Hoy comprobamos que el problema no son los instrumentos políticos, sino la incompetencia de quienes los manejan.

En estas materias, pertenezco a la escuela ecléctica. Hay sistemas bipartidarios de gran calidad democrática y sistemas multipartidarios igualmente funcionales y eficientes. Algunos países, como Alemania, han transitado recientemente de uno al otro modelo sin mayores trastornos. Pero lo que aquí estamos haciendo con nuestro flamante multipartidismo es un disparate colosal, que diría don Mariano.

Tenemos un modelo singularmente complejo, atravesado por varias líneas de división política: la derecha frente a la izquierda, el factor territorial...

Tenemos un modelo singularmente complejo, atravesado por varias líneas de división política. Por un lado, la derecha frente a la izquierda. Por otro, el factor territorial: las fuerzas de ámbito nacional, ligadas al orden constitucional y a la unidad de España, frente a los grupos nacionalistas, centrífugos y con una relación conflictiva con la Constitución y con la idea misma del Estado español. Y tercero, el elemento generacional: los partidos tradicionales, votados mayoritariamente por la gente de más edad, frente a las nuevas formaciones apoyadas por los jóvenes. Al menos no hemos introducido en ese cóctel a la extrema derecha parafascista y xenófoba, lo que nos distingue favorablemente del resto de Europa.

Hay dos partidos, PSOE y PP, que llevan 30 años odiándose; uno nuevo, Ciudadanos, que tiene vocación de bisagra pero no el poder de una bisagra efectiva, porque sus pactos son insuficientes; otro nuevo, Podemos, que aún está en la fase preliminar de adaptación a la democracia representativa (lo que Iglesias ha llamado “actuar como un partido normal”). Y un bloque nacionalista, ideológicamente multicolor, que en su mayoría se sitúa extramuros de la Constitución. Demasiada obra para tan torpes artesanos.

Un sistema de partidos debe reflejar adecuadamente la realidad social de su tiempo y hacer que los dirigentes sepan garantizar en ese marco la normalidad institucional y la toma eficiente de decisiones. El nuevo multipartidismo español responde de lleno a la primera condición (por eso se reproducirá cuantas veces se repitan las elecciones), pero está fracasando con estrépito en la segunda.

El nuevo multipartidismo español refleja adecuadamente la realidad social y los dirigentes no saben garantizar la normalidad institucional

En el bipartidismo, el que gana gobierna y el que pierde se le opone y espera su turno. En los sistemas multipartidarios que funcionan bien, pasan todas estas cosas:

a) No hay líneas rojas. Mejor dicho, hay una importantísima: las diferencias entre los partidos jamás se llevan al punto de dejar al país sin gobierno. Quien traspase ese límite debe prepararse para responder por ello en la siguiente cita con las urnas.

b) Lo habitual son las coaliciones de gobierno. La alergia de los partidos españoles a compartir el poder y su afición a los gobiernos monocolores ultraminoritarios es una anomalía patológica que debemos superar.

c) Allí donde hay gobiernos en minoría, las fronteras entre el espacio del gobierno y el de la oposición son elásticas y difusas. El que gobierna se acostumbra a pactarlo todo, buscando interlocutores distintos para cada materia; y los demás se hacen a la idea de que a veces les tocará estar junto al gobierno y a veces frente a él, sin que ello se tome como una renuncia a las esencias. Importa lo que se hace, no con quién se hace.

d) Se gobierna desde el Parlamento, auténtico centro del poder. Las Cámaras no son la sumisa correa de transmisión de la voluntad gubernamental; más bien al revés, el gobierno es el brazo ejecutor de lo que marca en cada momento la mayoría parlamentaria.

e) Tomar decisiones se hace más complejo, pero ello jamás es excusa para dejar de tomarlas. En el límite, la lógica del enfrentamiento siempre cede ante la del acuerdo.

f) Se abandonan los hipócritas discursos esencialistas que pretenden sostener opciones meramente tácticas sobre conceptos trascendentes (la ideología, la ética); y se abandonan también los vetos que no hayan sido sancionados por el electorado. Se sobreentiende que tu rival de hoy puede ser tu aliado mañana, lo que conduce a una saludable contención en el vocabulario.

Cuando se ignoran esos criterios, todo el tinglado falla y el bloqueo resulta inevitable. Es como comprar un coche eléctrico y pretender que ande con gasolina.

Necesitamos otros procedimientos para hacer y deshacer gobiernos: más flexibles y ágiles, menos premiosos. Será parte de la reforma constitucional

En el tránsito al multipartidismo hay que cambiar los hábitos y los modos de hacer política, pero también las normas. Necesitamos otros procedimientos para hacer y deshacer gobiernos: más flexibles, más ágiles, menos premiosos. Será un capítulo necesario de la reforma constitucional.

Todos debemos ser consecuentes con el modelo político que hemos elegido. Den un paseo estos días por las redes sociales o por los medios de comunicación: los mismos que hace muy poco llamaban a derribar los muros del bipartidismo y exigían políticas flexibles de pactos, hoy atacan a Ciudadanos por hacer justamente aquello para lo que compareció en la política española, aquella versatilidad que se demandaba frente a la rigidez anterior. ¿O es que no sabían lo que pedían?

La nueva política no es épica ni romántica. La nueva política es pragmática, responsable y abierta, o resultará un fiasco. Es Obama, no Le Pen ni Iglesias

La nueva política no es épica ni romántica, ya tuvimos demasiado de eso en el siglo pasado y miren lo que pasó. La nueva política es pragmática, responsable y abierta, o resultará un fiasco. Es Obama, no Le Pen ni Iglesias. Es que el PSOE y el PP olviden para siempre que tienen sus ancestros en los dos bandos de la Guerra Civil (y si no son capaces de olvidarlo, sobran ambos). Es dejar de confundir la transacción con la traición. Es no convertir las ideas y las lenguas en barricadas. La nueva política sabe que cuando los principios bloquean las soluciones, hay que hacer una ITV a los principios o sustituir a sus intérpretes por otros más inteligentes y menos sectarios.

Todo esto requiere digestión prolongada, pero la cuestión es que aquí prolongar la espera es ya un caso de imprudencia temeraria. Se han agotado los plazos razonables y la solución es perentoria. Si vamos a unas terceras elecciones, habremos malgastado dos legislaturas en pocos meses: la huella del fracaso perdurará durante mucho tiempo, los partidos antiguos confirmarán su caducidad y los nuevos se habrán hecho viejos en un año.

Hay momentos en que la paciencia deja de ser una virtud, y este es uno de esos momentos.

El bloqueo político que sufre España no refleja únicamente el ínfimo nivel de los dirigentes. Es que decidimos entre todos sustituir el juego bipartidario que practicamos durante décadas por un juego multipartidario que se rige por reglas muy diferentes; y ahora descubrimos que ni comprendemos esas reglas ni en el fondo las aceptamos. Nos deslumbró el mueble en el escaparate, pero cuando lo tenemos en el salón no sabemos qué hacer con él.

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