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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Buscando el lado positivo del desastre

Paradójicamente, esta precariedad de un Gobierno minoritario y de un Parlamento fragmentado puede ofrecer la única vía para salir de las trincheras y avanzar

Foto: Mariano Rajoy durante el fallido debate de investidura. (EFE)
Mariano Rajoy durante el fallido debate de investidura. (EFE)

Vamos a suponer que, coincidiendo con el cambio de hora, arrancamos el mes de noviembre con un Gobierno funcionando y no con un Gobierno en funciones. La cosa está más complicada de lo que parece: las últimas rampas serán tremendas para los socialistas. Quizás les ayude saber que si esta escabrosa etapa de montaña no concluye en la cumbre del puerto, lo que hay detrás es un abismo insondable.

Hemos hablado hasta la náusea de las dificultades que comportan un Gobierno minoritario y un Parlamento fragmentado. Pero sabemos que las otras salidas que estaban sobre la mesa (el famoso “gobierno Frankenstein” o la repetición de las elecciones) serían mucho peores.

Andrés Ortega, en uno de sus interesantes artículos (“Aprovechar la situación”), nos invita a poner la mirada sobre el lado positivo de este quilombo: las oportunidades que puede ofrecer la nueva situación tras la formación de gobierno.

Aunque el Gobierno sea monocolor en lo formal, en lo material la política será necesariamente multicolor. En esta etapa, nada saldrá adelante sin la oposición

Empecemos por el marco político. Este Parlamento es un reflejo fiel de la voluntad social, expresada dos veces en las urnas:

Guste o no guste, los españoles han querido que el PP esté en el gobierno. Pero también han mostrado rotundamente su decisión de que no tenga mayoría para seguir mandando a su antojo, sino que su poder esté limitado y condicionado.

No fue posible un Gobierno de coalición. Pero aunque el Gobierno sea monocolor en lo formal, en lo material la política será necesariamente multicolor. En esta etapa, nada saldrá adelante sin la huella de la oposición.

Foto: El ya ex secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, en la sede de Ferraz el pasado 26 de septiembre. (EFE) Opinión

La izquierda seguirá liderada por el Partido Socialista, pero con una fuerte presencia competitiva de Podemos. Esa es la realidad sociológica actual de la izquierda española, y lo seguirá siendo en el futuro previsible. Así que unos deberían dejar de soñar con la vuelta de la hegemonía, los otros abandonar la obsesión por el 'sorpasso' y ambos manejar con inteligencia estratégica ese nuevo equilibrio de fuerzas.

Habrá, por fin, ese partido bisagra de ámbito nacional que se echó de menos durante tanto tiempo. Un partido más próximo al PP en lo socioeconómico y más sintonizado con el PSOE en las reformas políticas, pero que ha demostrado capacidad de interlocución en ambos sentidos.

El resultado ineludible de todo ello: un Gobierno forzado a dialogar y una oposición obligada a cooperar. Justamente lo que, a mi juicio, desea la mayoría de los españoles.

Tanto un Gobierno mayoritario del PP (el que previsiblemente saldría de las terceras elecciones) como un Gobierno montado sobre la exclusión del PP (el que buscaba Pedro Sánchez) serían en sí mismos obstáculos insalvables para cualquier intento de consenso. Pero quizá este marco político, aparentemente tan quebradizo, sea el único en el que se puedan sacar adelante las reformas importantes, nuestras asignaturas largamente pendientes. Repasemos las más perentorias:

Hay que aprobar unos presupuestos, y sabemos que tendrán que incluir recortes serios. No era razonable que el PP exigiera una adhesión a ciegas a unos presupuestos que nadie ha visto. Si hay investidura, tras el 1 de noviembre se podrá negociar un reparto equitativo de los recortes y los sacrificios, acordar las prioridades y acoplar las cifras del Estado a la modernización necesaria para que la recuperación sea duradera.

Están pendientes la reforma constitucional y las demás del sistema político (incluida la electoral). La experiencia demuestra que no es viable una reforma constitucional profunda cuando el PP se ve fuera del poder, pero tampoco lo es cuando tiene todo el poder. El equilibrio entre el Ejecutivo y el Parlamento abre al menos un desfiladero, estrecho y escarpado, pero que podría hacerse transitable para todos.

Si hay investidura, tras el 1 de noviembre se podrá negociar un reparto equitativo de los recortes y los sacrificios, acordar las prioridades y acoplar las cifras

En cuanto al conflicto de Cataluña: 254 diputados del PP, PSOE y Ciudadanos son una garantía sólida de que no habrá deslices con la unidad de España. Pero ahora quizá puedan empezar a licuarse el pétreo inmovilismo de un lado y el aventurerismo cerril del otro, y llevar el debate no solo a los tribunales, sino a su espacio natural, que es la política. Autocondenado el PSC a la irrelevancia, Podemos podría jugar un papel importante en este tema si sus dirigentes estuvieran por la labor de ayudar.

Este equilibrio político puede ser también una vacuna eficaz contra la corrupción. La vigilancia mutua será implacable, y no arriendo la ganancia al que se le ocurra caer en ciertas tentaciones que en otro tiempo parecían impunes.

Por último, se dan circunstancias favorables para un nuevo pacto social. Uno que compense a los más dañados por la crisis sin poner en peligro la salud de las cuentas del país. Que rescate de la quiebra al sistema de pensiones restableciendo el Pacto de Toledo. Que devuelva a la sanidad pública su carácter universal y revise los copagos injustos. Que haga posible, por fin, un pacto nacional sobre la educación. Que establezca un marco acordado de relaciones laborales.

Insisto: nada de ello prosperaría con la hegemonía del PP, pero tampoco con un Gobierno frentista del que quedaran excluidos ocho millones de votantes del partido que ganó las elecciones. Paradójicamente, esta precariedad de un Gobierno minoritario y de un parlamento fragmentado puede ofrecer la única vía para salir de las trincheras y avanzar.

No digo que sea fácil, porque aquí se han hecho demasiadas cosas mal durante demasiado tiempo y eso nunca sale gratis. Esta misma oportunidad existía también tras el 20-D, y podríamos habernos ahorrado 10 meses vergonzosos de estruendo y frustración. Pero ya no es hora de seguir desfilando, como diría Sabina, con la cofradía del santo reproche.

No digo que sea fácil, porque aquí se han hecho demasiadas cosas mal durante demasiado tiempo. Podríamos habernos ahorrado 10 meses vergonzosos

Además de un Gobierno, se necesitan varias cosas más:

Que todo el mundo acepte su papel. Que el PP se avenga a la lógica de gobernar en minoría; que el PSOE y Podemos resuelvan sus querellas internas con la inteligencia que hasta ahora les ha faltado; y que Ciudadanos mantenga esa sana versatilidad que lo hace útil para engrasar las soluciones compartidas.

Que tras salvar el peligro de las terceras elecciones, nadie se ponga desde el primer día a preparar las cuartas. A quien haga eso, por favor, castiguémoslo sin piedad.

En definitiva, que el viento de locura que ha asolado la política española dé paso a un golpe de sensatez colectiva.

No conviene ser optimista con este personal, pero creo que puede ocurrir. Aunque solo sea porque cuando se sale de un infarto, durante una temporada todo es prudencia y buenos propósitos. Esta vez hemos llegado a milímetros del barranco (de hecho, aún estamos ahí). Pero si no damos el paso fatal y salimos de esta, puede que la convalecencia resulte provechosa.

Vamos a suponer que, coincidiendo con el cambio de hora, arrancamos el mes de noviembre con un Gobierno funcionando y no con un Gobierno en funciones. La cosa está más complicada de lo que parece: las últimas rampas serán tremendas para los socialistas. Quizás les ayude saber que si esta escabrosa etapa de montaña no concluye en la cumbre del puerto, lo que hay detrás es un abismo insondable.

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