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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Aznar, el tipo que fue importante

Aznar representó para la gente de izquierdas algo parecido a lo que hoy es Iglesias para la derecha: un objeto de vudú, el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno

Foto: José María Aznar, en una imagen de archivo. (Reuters)
José María Aznar, en una imagen de archivo. (Reuters)

"Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese y no hubo nada".

Miguel de Cervantes

Probablemente, en los próximos días proliferarán las interpretaciones más o menos fantasiosas sobre la renuncia de José María Aznar a la presidencia de honor del PP.

No pierdan mucho tiempo buscando los tres pies a ese gato. Si algo resulta significativo de esa decisión, es que no significa nada especial ni producirá efectos políticos apreciables.

La noticia es que no hay noticia. Ni esto anticipa el lanzamiento de un lepenismo español desde Faes ni se alterará una coma del guion —ya escrito y guardado en un cajón— del congreso del PP. Y por supuesto, en nada afectará a la política del Gobierno o a los asuntos que importan al país.

Podría haber esperado al congreso de su partido y allí declinar amablemente la oferta de ser reelegido. Salvo que tuviera motivos para sospechar que quizás esa oferta no llegaría. Así que probablemente sea tan solo una retirada preventiva, un por si acaso.

No obstante, hablamos de una figura trascendente. Quizás el político más relevante de la democracia española fuera del grupo de los protagonistas de la Transición (Suárez, González, Fraga, Carrillo). Desde luego, el más controvertido: puedo dar fe de que ningún dirigente de la derecha ha sido tan odiado por sus adversarios. Aznar representó para la gente de izquierdas algo parecido a lo que hoy es Iglesias para la derecha: un objeto de vudú, el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno. Esa clase de personajes con los que el maniqueísmo hispánico se encuentra en su salsa.

Su legado como gobernante quedó marcado por una decisión que oscurece todo lo demás: meter a España en la guerra de Irak. Y por un estilo que se ha reproducido con Rajoy hasta convertirse en la marca de la casa: en la oposición, tierra quemada. En el Gobierno, talante moderado y dialogante cuando está en minoría y rodillo implacable con mayoría absoluta.

Puede decirse que con Aznar se puso fin a la cultura del consenso incubada en la Transición y se instaló entre nosotros la política de trincheras

Me parece más interesante detener la mirada en su actividad como dirigente político. En mi opinión, hizo tres cosas muy importantes y de efectos profundos sobre la arquitectura de nuestra democracia:

En primer lugar, Aznar dio a la derecha española algo que nunca había tenido: un partido político de verdad. En España, la derecha nunca sintió antes la necesidad de tener un partido, porque se acostumbró a confiar la administración de sus intereses al aparato del Estado.

Aznar comprendió que para gobernar en democracia era imprescindible disponer de una maquinaria partidaria poderosa, eficiente y competitiva. No un partido de cuadros ni una amalgama de siglas y de notables, sino una organización perfectamente estructurada y jerarquizada, con presencia en todo el territorio y en todas las capas sociales. Sin eso, sería imposible derrotar a la potente armada que montaron González y Guerra sobre los rescoldos del viejo PSOE del exilio.

Lo hizo a conciencia. Hoy, el PP no solo es el partido más votado y el que tiene mayor número de afiliados, sino la maquinaria política más consistente de España y una de las más resilientes de Europa en este tiempo de crisis de los partidos tradicionales.

En segundo lugar, consiguió albergar bajo la sigla del PP a un amplísimo espectro político y social. Ahí han encontrado cabida desde los ultraconservadores nostálgicos del franquismo hasta los liberales demócratas amantes del libre mercado, pasando por los herederos de la vieja democracia cristiana. Desde la castiza derecha confesional ligada al clerical-autoritarismo hasta el mundo secularizado de los tecnócratas europeístas. Desde la ruralidad hasta los distritos más cosmopolitas de las grandes urbes.

Gracias a eso, en un país con una mayoría sociológica de centro-izquierda, el PP se convirtió en una fuerza electoral sumamente competitiva, capaz de ganar elecciones, incluso con holgura, siempre que la coyuntura fuera favorable. Hasta la irrupción de Ciudadanos, el PP ha concentrado establemente el 95% del voto del centro y la derecha no nacionalista, algo que nunca logró el PSOE en el espacio de la izquierda.

Y eso explica también en parte por qué en España no ha aparecido una fuerza populista de extrema derecha como en el resto de Europa. No es que aquí no haya extrema derecha, la hay como en todas partes; pero la gente que en Francia votaría a Le Pen aquí se encuentra cómoda votando al PP. Lo que es una buena cosa, porque siempre será preferible que esos sectores permanezcan en el ámbito de un partido de gobierno comprometido con la Constitución.

Una maquinaria electoralmente competitiva —alejada de cualquier otra tentación— y capaz de cubrir un espectro ideológico amplio y diverso sin sufrir graves contradicciones o batallas internas. Eso es lo que la derecha española —y la democracia— le debe a José María Aznar.

Aznar comprendió que para gobernar en democracia era imprescindible disponer de una maquinaria partidaria poderosa, eficiente y competitiva

En tercer lugar, su lado más negativo: a mi juicio, Aznar fue quien trajo la crispación a la política española, junto con ese pegajoso sectarismo y esa permanente ley del embudo (la parte ancha para mí, la estrecha para ti) que contaminó la vida política hasta hoy y hace imposible un debate en el que la verdad y los argumentos tengan importancia o se admita que quizás el adversario tenga razón alguna vez sobre algo.

Puede decirse que con Aznar se puso fin a la cultura del consenso incubada en la Transición y se instaló entre nosotros, para quedarse, la política de trincheras que ha conocido su apogeo en el ominoso año 2016, que nació con ínfulas de traer la nueva política y quedará en la historia como el del bloqueo interminable, las líneas rojas y el no es no.

Cuando designó a Rajoy, se cumplieron una vez más dos reglas universales de la política: primera, que si se permite que un líder designe a su sucesor, elegirá invariablemente, de entre los candidatos posibles, al más opaco, el que menos brille. Segunda, que no existen los 'hombres de paja'. Cualquiera al que se sitúe en un sillón de poder con el propósito de manejarlo con mando a distancia se ocupará en primer lugar de liberarse de la tutela de quien lo puso ahí. Luego vienen las traiciones y los desencuentros, y pasa lo que pasa.

"Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese y no hubo nada".

José María Aznar FAES Política Mariano Rajoy