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El patinazo de Theresa May: diez notas sobre las elecciones británicas
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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El patinazo de Theresa May: diez notas sobre las elecciones británicas

De esta elección sale reforzado el bipartidismo. En 2015, los Tories y el Labour sumaron un 67% del voto. A falta del resultado definitivo, en esta ocasión superarán el 80%

Foto:  Ilustración: Raúl Arias.
Ilustración: Raúl Arias.

1. Siete horas después del cierre de los colegios electorales, un recuento antediluviano apenas había sido capaz de proclamar el resultado en la mitad de los 650 distritos electorales del país, y la mitad de los escaños del futuro parlamento de Westmister estaban aún en el aire. Y ellos, tan orgullosos. En España, al Gobierno responsable de tal chapuza lo habríamos corrido a gorrazos, con razón.

En todo caso, la fiabilidad de las proyecciones (en eso sí son mejores que nosotros) permitía anticipar ya el resultado político de estas elecciones: Theresa May ha fracasado con ruido, pese a que su partido será el primero en votos y en escaños. Es el arte de perder ganando, que siempre tiene que ver con una gestión imprudente de la expectativas. Fue a por todo, y cerca ha estado de quedarse sin nada. No duden de que pagará un alto precio político por ello.

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2. Se comprueba de nuevo que las elecciones anticipadas las carga el diablo cuando se deben únicamente al oportunismo de quien las convoca. Hay antecedentes: en 1997 el presidente francés; Jacques Chirac, disolvió el parlamento con un año de antelación con el único propósito de obtener una victoria resonante para gobernar cómodamente hasta el final de su mandato. Se encontró con un derrota que le obligó a cohabitar durante cinco años con un gobierno socialista.

Cuando se anticipan las elecciones, conviene que haya razones poderosas que tengan que ver con el interés del país y no con un cálculo ventajista. Theresa May disponía de una mayoría parlamentaria suficiente para gobernar y le quedaban dos años de legislatura. Pero pretendió ser entronizada y ha salido políticamente descalabrada.

3. La primera ministra británica, poseída por la ansiedad de todos los que han llegado al poder sin pasar por las urnas, ha cometido cuatro errores groseros, todos ellos derivados de una lectura equivocada del resultado del referéndum del Brexit y de un exceso de confianza ante la debilidad de la oposición:

El primero, la propia convocatoria electoral. Una maniobra innecesaria y descaradamente partidista que los ciudadanos no se han tragado.

El segundo, apostar por un Brexit duro en un país en el que casi la mitad de la población rechaza la idea misma del Brexit y desearía revertir aquella decisión insensata. Una cosa es cumplir el referéndum y otra embarcarse en un divorcio traumático y beligerante. Queriendo excitar la pasión nacionalista, lo que ha provocado es un fundado temor a un choque suicida con Europa.

El tercero, utilizar el terrorismo en la campaña. De eso sabemos en España, y hemos comprobado más de una vez hasta qué punto provoca el rechazo de la sociedad.

Y el cuarto, aprovechar la impunidad que le daba su supuesta ventaja para colar de matute algunas medidas especialmente retrógradas en la agenda social. Recortes en la atención sanitaria de las personas mayores, supresión de la cobertura púbica de las enfermedades mentales (el llamado “impuesto a la locura”)… “Esta mujer no tiene corazón”, clamó la izquierda. Y ahí comenzó a resucitar Corbyn, con una campaña calcada en muchos aspectos de la de Sanders en Estados Unidos.

4. De esta elección sale reforzado el bipartidismo. En 2015, los Tories y el Labour sumaron un 67% del voto y 563 escaños. A falta del resultado definitivo, en esta ocasión superarán el 80% y los 585 escaños.

5. Es muy significativo –y trascendente- el sensible retroceso del nacionalismo escocés. Si en 2015 el SNP conquistó 56 de los 59 escaños en liza, esta vez ha retrocedido hasta 34. ¿Los han recuperado los laboristas? En parte sí, pero lo interesante es que por primera vez en la historia los conservadores entran es ese territorio hasta ahora vedado para ellos, y se sitúan en segunda posición. De hecho, la mejor noticia para May en esta jornada han sido esos inesperados escaños obtenidos en Escocia. Con ello, la posibilidad de un próximo referéndum de autodeterminación pierde mucha fuerza.

6. Parece claro que los británicos anti-brexit se han movilizado para frenar el maximalismo eurófobo de May. Pero no han respaldado a los liberal-demócratas, que son el único partido consecuentemente europeísta que queda en ese país. Estos han avanzado, pero muy poco. Pese a la vergonzante actitud de Corbyn ante el Brexit, que viene arrastrando los pies desde la campaña del referéndum, lo han apoyado como mal menor. Esto y la agudización del debate social ante las provocadoras propuesta de May han ayudado no poco a la imprevista resurrección del Labour.

No obstante, siempre quedará la duda de si, ante la colección de errores de su adversaria, los laboristas podrían haber dado un batacazo histórico con un liderazgo más contemporáneo y más competitivo.

7. Ahora podemos estar ante lo que los británicos llaman “un Parlamento colgado”: aquel en el que no existe una mayoría de gobierno viable. Es cierto que a los conservadores les ayuda la tradicional práctica del Sinn Feinn de no ocupar sus escaños, lo que baja el umbral de la mayoría absoluta. Pero si aún no la alcanzaran, el juego de las alianzas es dificilísimo para ellos.

La razón es que el parteaguas de la política británica es el Brexit, y todos los demás partidos presentes en la Cámara –incluso los unionistas norirlandeses que están ideológicamente cerca de ellos no comparten en absoluto la estrategia de May y de confrontación con Bruselas. De momento, los liberal-demócratas, que en otro tiempo formaron coalición con los tories, ya han anunciado que para este viaje no cuenten con ellos.

Los laboristas, por supuesto, se han quedado muy lejos de poder formar una gobierno de gobierno sostenible y presentable. Sólo les quedaría intentar una “fórmula frankenstein”, tan impracticable como la española.

8. Así pues, están dadas las condiciones para una próxima sustitución de Theresa May al frente del Partido Conservador –en ese país existe la sana costumbre de que los fracasos electorales se paguen con la dimisión- y, en un plazo no lejano, para una repetición de las elecciones.

9. El día 19 debería comenzar la negociación de Londres con Bruselas sobre el Brexit, y May esperaba llegar a ella en volandas, fortalecida por un plebiscito y con una mayoría aplastante en su país. Su gozo en un pozo. Lo más probable es que la negociación se aplace, que la posición de Reino Unido deba modularse y adaptarse al nuevo equilibrio de fuerzas de su Parlamento y que ni siquiera sea Theresa May quien la protagonice por el lado británico. En ese sentido, los ganadores indirectos de esta elección son Juncker y Merkel –y con ellos, todos los europeos que creemos en Europa–.

10. Y hablando de quienes no creen en Europa, celebremos la primera derrota contundente del nacionalpopulismo. El siniestro UKIP se ha evaporado: no sólo ha quedado fuera del Parlamento, sino que ha perdido todo su caudal electoral, pasando del 12,6% hace dos años a un miserable 3% actual.

El misterio es a dónde ha ido a parar el millón de votos que ha perdido el populismo xenófobo. No masivamente a los tories, porque en tal caso estos habrían alcanzado la mayoría absoluta. ¿Quizá a los laboristas, que han crecido casi diez puntos? No sería la primera vez que se dan intercambios de este tipo: recordemos la contribución decisiva de los votantes de Sanders a la victoria de Donald Trump.

1. Siete horas después del cierre de los colegios electorales, un recuento antediluviano apenas había sido capaz de proclamar el resultado en la mitad de los 650 distritos electorales del país, y la mitad de los escaños del futuro parlamento de Westmister estaban aún en el aire. Y ellos, tan orgullosos. En España, al Gobierno responsable de tal chapuza lo habríamos corrido a gorrazos, con razón.

Theresa May