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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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¡Ave, César!

No sé si este PSOE de Sánchez es nuevo o viejo, lo seguro es que es un producto distinto con la misma marca. No digo que no pueda triunfar; hoy, esas cosas pasan

Foto: Pedro Sánchez clausura el 39º Congreso Federal. (EFE)
Pedro Sánchez clausura el 39º Congreso Federal. (EFE)

Podrían haberse ahorrado tranquilamente los tres días de congreso. La vieja definición estatutaria del congreso federal del PSOE como “el órgano soberano del partido” ha pasado a la historia, igual que la del comité federal como el órgano máximo de decisión entre congresos; en realidad, como todas la instancias del modelo de institucionalidad orgánica que los socialistas han decidido arrumbar.

Pedro Sánchez podría haber colgado en cualquier red social la lista de la ejecutiva y del comité federal, junto con el texto de su resolución política, y pasar directamente al mitin. Habría servido igual.

En el autodenominado 'nuevo PSOE', la soberanía la ejercen las bases de forma directa y exclusiva. Y entre uno y otro pronunciamiento de las bases, el único órgano de dirección y decisión es el secretario general, depositario en primera persona de la legitimidad y, en consecuencia, detentador del poder absoluto. Como dicen los peronistas, virtuosos del modelo, uno conduce y los demás acompañan.

Cuando una organización decide de forma libre y consciente adoptar para sí el modelo del cesarismo populista, no hay nada que objetar (o la objeción es tan dirimente que solo queda largarse). Pero ya puestos, cabe esperar que paulatinamente vaya deshaciéndose de los residuos de organicidad que en el viejo orden cumplieron una función esencial pero en el nuevo solo son ornamentales.

En estos tres días, se ha repetido hasta la náusea la obsesiva afirmación autorreferencial de proclamarse la izquierda. Siempre me ha sorprendido ese afán por mostrar la etiqueta por encima del producto y afirmarse en lo posicional y no en lo fundamental.

Desde que nació el término, bajo el paraguas de 'la izquierda' ha cabido de todo. De Bakunin a Luther King, de Stalin a Obama, de Herri Batasuna a los Kirtchner. Cuando uno afirma enfáticamente “yo soy la izquierda” (ni siquiera “soy de izquierdas”, lo que al menos connotaría la aceptación de una cierta complejidad), quiere decir una de estas dos cosas: o que ocupo todo el espacio de la izquierda, o que mi izquierda es la única verdadera y todas las demás son falsas. Como a la etiqueta no se le añade el contenido, no hay forma de establecer el debate.

Escuchando a Sánchez y a los suyos, uno llega a la conclusión de que pertenecen a la escuela de quienes piensan que ser de izquierdas consiste, esencialmente, en no ser de derechas. No crean, hay quien ha sostenido y desarrollado esa idea con argumentos de peso: puesto que la misión histórica de la izquierda sería combatir las injusticias sociales creadas por el poder de la derecha, bastaría con contraponerse a ella para adquirir la condición de izquierda, siendo todo lo demás meros matices locales o de coyuntura.

Escuchando a Sánchez, uno llega a la conclusión de que pertenecen a la escuela de quienes piensan que ser de izquierdas consiste en no ser de derechas

En efecto, ese es el ejercicio discursivo de Sánchez: en el centro de su discurso está el PP, todo se explica por él y desde él. Se pinta al enemigo a conveniencia y lo demás viene solo. Es lo que se llama vestir al maniqueo. Yo solo compito con el PP, aplausos de la grada ultrasur. Pues vaya con cuidado, porque por el camino hay otros dos partidos que le están comiendo el terreno a bocados…

Por otra parte, el mismo hecho de sentirte obligado a proclamar tu condición de izquierdas muestra que tienes un problema por ese lado. Es como el obeso que se dice ligero, el antiguo que quiere parecer moderno o el corrupto que repite a todas horas “soy honesto”. La izquierda no se anuncia, se practica y después se explica, si se puede.

En la estrategia anunciada por Sánchez para los próximos meses, el objetivo es construir una mayoría parlamentaria capaz de superar a la del PP en esta misma legislatura. En la práctica, se trataría de provocar un cambio de Gobierno con este Parlamento, sin esperar a las próximas elecciones.

Los integrantes de esa mayoría serían el PSOE, Podemos y Ciudadanos. Ante la terca resistencia de estos, Sánchez les advierte: si persisten en su actitud de vetarse, me chivaré a los votantes para que los castiguen en las urnas. ¿Tiemblan Iglesias y Rivera ante la brutal presión? Quizá son más conscientes que Sánchez de que sus respectivos electorados están encantados de vetarse cuantas veces haga falta.

Plurinacionalidad (guardando en el cajón lo de nación de naciones) es compatible con la expresión nacionalidades de la Constitución

¿Es puramente voluntarista la estrategia de Sánchez? Es falaz, pero tiene un punto de sentido táctico: se trata de cubrirse de quienes recelan que podría estar buscando una fórmula Frankenstein con Iglesias y los independentistas y a la vez situarse en el punto central de una imaginaria “mayoría de cambio”, entendiendo por tal cualquier cosa en la que no esté el PP. Él, como Iglesias, va creando desde ahora el marco discursivo que le permitirá en la futura campaña culpar a otros de que no haya sido posible desalojar a Rajoy.

Se ha hecho mucho ruido con la declaración congresual sobre la plurinacionalidad de España. La redacción es astuta: por un lado, la palabra 'plurinacionalidad' (guardando en el cajón lo de 'nación de naciones') es perfectamente compatible con la expresión 'nacionalidades' del artículo 2 de la Constitución. Por otro, se desvincula por completo la plurinacionalidad, que quedaría como un hecho puramente cultural, del hecho político de la soberanía, que es justamente de lo que se discute en Cataluña.

Pero si la plurinacionalidad es solo un hecho cultural sin repercusiones jurídicas ni políticas de ninguna clase, no veo a qué viene tanto lío. Según parece, hablamos de naciones (o nacionalidades, puesto que se descarta tocar el artículo 2) carentes de soberanía. Una escultura de humo, vaya.

Sánchez se esfuerza por mostrarse en una impostada equidistancia entre el independentismo y el inmovilismo del PP. Una posición cómoda para el inicio del conflicto, pero ya desfasada. Porque lo que se va a presentar en unas pocas semanas no es una opción entre independentismo o inmovilismo, sino algo mucho más duro: entre la Constitución y la insurrección. Y como en ese choque Sánchez va a tener que ir montado en el tren constitucional con Rajoy de maquinista, más le valdría ir preparando el cuerpo a sus huestes para no tener que hacer después escorzos retóricos imposibles.

En todo caso, el momento culminante del discurso de Sánchez fue cuando anunció campanudamente que iba a desvelar los tres sectores sociales que serían prioritarios para la acción política del nuevo PSOE. Tras una pausa, los enumeró: los jóvenes, los de media edad y los mayores. Menos mal que no se le olvidó nadie importante… Pues así es todo.

En fin, no sé si este PSOE de Sánchez es nuevo o viejo, lo seguro es que es un producto distinto con la misma marca. Exactamente lo que han querido. Y no digo que no pueda triunfar; en los tiempos que vivimos, esas cosas pasan.

Podrían haberse ahorrado tranquilamente los tres días de congreso. La vieja definición estatutaria del congreso federal del PSOE como “el órgano soberano del partido” ha pasado a la historia, igual que la del comité federal como el órgano máximo de decisión entre congresos; en realidad, como todas la instancias del modelo de institucionalidad orgánica que los socialistas han decidido arrumbar.

39° Congreso Federal del PSOE Pedro Sánchez